— No es necesario poner todo nuestro peso sobre el mismo sitio, ¿no es verdad? Sería posible colocar ramas y troncos en el suelo de forma que…
— Kruger estaba de nuevo en pie; no hubo necesidad de acabar la frase. Esta vez fue Dar quien iba delante, con Kruger varios pasos detrás de él.
En su momento, el chorro de vapor demostró que el resorte había sido puesto en marcha. Kruger se quedó donde estaba, mientras Dar retrocedió hacia él. El chorro cesó; decididamente, Dar había abierto la válvula. Era difícil estar seguro de la posición precisa del resorte en el casi totalmente oscuro paisaje. Dar se movió hacia adelante y hacia atrás hasta que localizó la última pulgada del borde del área sensible; entonces le dijo a su compañero: Nils, si vuelves arriba y buscas varias rocas de diferentes pesos nos enteraremos del grado de sensibilidad de este ingenio. Yo me quedaré aquí y señalaré la zona.
— De acuerdo — Kruger comprendió que el pequeño tipo estaba pensando y obedeció sin ningún comentario o pregunta. Volvió a los cinco minutos cargado de piedras de lava cuyo peso total aproximado era las cincuenta y cinco libras de Dar, y los dos se dedicaron a hacerlas rodar una a una detrás de la línea fatídica. Unos minutos de emanaciones y silencios alternativos evidenciaron que el gatillo operaba con el peso y que se requerían aproximadamente quince libras para abrir las válvulas. Además, las quince libras podían ser situadas en cualquier lugar a lo ancho del corredor en una distancia de unos diez pies.
Simplemente, el esparcir sus pesos no sería de utilidad; tan pronto como la suma total llegaba al límite de quince libras el vapor se liberaba.
— Aún podemos hacer un puente sobre el corredor — señaló Dar cuando llegaron a esta conclusión.
— Será bastante trabajoso — fue la respuesta pesimista de Kruger —. Vamos a tener que cortar mucha madera sólo con dos cuchillos.
— Si puedes pensar en otra cosa lo intentaré gustoso; si no, sugiero que empecemos a trabajar.
Como solía suceder, las palabras de Dar parecieron demasiado sensatas para ser contradecidas y volvieron a la luz del sol para buscar el material necesario.
Por desgracia, Kruger también había tenido razón. De los dos cuchillos que tenían, ninguno era especialmente pesado. Los árboles de Abyormen diferían entre sí tanto como los de cualquier otro planeta, pero ninguno de ellos era suficientemente blando para ser talado con un cuchillo pequeño en media hora o en medio día. Los viajeros esperaron encontrar algo lo suficientemente grueso para soportarlos sin doblarse demasiado y lo suficientemente delgado para ser cortado y transportado. El trozo de selva del cráter no era muy ancho y tenían que estar satisfechos con mucho menos de lo que querían; ninguno recordaba haber visto un tronco verdadero durante su búsqueda anterior, aunque por supuesto estaban pensando en otras cosas en aquel momento.
Kruger tenía aún sus dudas cuando paseaban por el suelo del cráter. No era más perezoso de lo normal, pero incluso el pensar enfrentarse a un tronco de seis pulgadas con su cuchillo no le apetecía mucho. Aquella situación ha sido probablemente responsable de la mayoría de los descubrimientos e inventos del último medio millón de años, así que no era demasiado sorprendente que su mente estuviera ocupada con otros asuntos mientras cazaban.
Tampoco era sorprendente que algunos hechos que habían estado disponibles en la caja de clasificación de su mente durante algún tiempo aparecieran de repente todos juntos; ésa parece ser la forma en que normalmente surgen las ideas.
— Dime, Dar — dijo de repente —. ¿Cómo es posible que si esta ciudad está desierta y las plantas de energía al parecer cerradas haya aún todo este vapor? Puedo entender que una válvula de abrir y cerrar dure este tiempo; pero ¿qué me dices de la fuente de energía?
— Hay mucho vapor por la zona — señaló Dar —. No tenían que haber ido demasiado lejos para conseguir el mismo fuego que alimentaba a estos volcanes o el agua caliente en el poblado — la cara de Kruger se apagó un poco cuando se dio cuenta que debía haber pensado él también eso.
— Por eso — dijo — me parece que sólo allí debe poder haber tanto vapor. ¿Por qué no dejamos algunas rocas sobre el resorte y nos limitamos a esperar hasta que se acabe?
— Ha estado fluyendo ya durante un buen rato — dijo Dar con dudas — y no ha mostrado ningún síntoma de acabarse. Aun así, supongo que hay una oportunidad. De cualquier forma, una vez hayamos puesto el peso en su lugar no nos entretendrá más tiempo, pues podemos volver a este trabajo. Vamos a hacerlo.
— No nos entretendrá a los dos. Volveré yo — Kruger regresó al túnel e hizo rodar una de las rocas que había dejado en el suelo hacia la trampa hasta que sus oídos le dijeron que había llegado suficientemente lejos y volvió con Dar en menos de dos minutos.
Por la perversidad de la suerte, el único árbol que parecía utilizable para su propósito estaba situado muy lejos del túnel. El quejarse de ello no serviría de nada, y los dos se pusieron a trabajar con sus finas hojas. Su madera era más blanda que la de un pino, pero aun así el tronco de siete pulgadas tardó algún tiempo en ser cortado, dadas las circunstancias. Descansaron varias veces y pararon una para cazar y comer antes de que la gran planta cayera.
Este árbol tan particular tenía sus ramas en forma de sombrilla de muchos estratos, con una distancia de cuatro o cinco pies entre cada uno. El plan era salvar algunas de las ramas del estrato más cercano a la base y del más cercano a la cresta de forma que pudieran servir de «patas» para sostener el peso del tronco principal y de su carga. Kruger no se hubiera sorprendido demasiado si el trabajo les hubiera llevado un año, pero la decisión y la progresiva habilidad acarreó sus dividendos y pasaron sólo unos días terrestres antes de que la obra estuviera preparada para ser arrastrada al túnel. A lo largo de todo aquel tiempo no cesó nunca el chillido del vapor; no había necesidad de acudir al túnel para saber el comportamiento de los chorros. Si hubo alguna disminución en el sonido, fue demasiado gradual para ser detectada por ninguno de los dos; lo que sí llamó su atención fue su cese repentino. Esto sucedió justo cuando estaban empezando a arrastrar el tronco hacia el túnel. Por un momento, los ecos del silbido se oyeron por todo el hoyo; luego sobrevino el silencio. Dar y Kruger se miraron durante un momento, y entonces, sin parar para discutirlo, empezaron a correr hacia la abertura.
Dar llegó antes, a pesar de tener las piernas más cortas; la maleza que había por el camino era lo suficientemente abierta para dejarle pasar con facilidad mientras que Kruger tenía que abrirse camino. El suelo del túnel estaba mojado con una capa de agua casi hirviendo, evidentemente del vapor que se había condensado en las paredes y techo durante las últimas doce horas. Era sólo la corriente que entraba desde el hoyo lo que hacía que el aire del pasaje no fuera irrespirable; en la remolineante niebla sólo se podían ver unas pocas yardas del corredor. Avanzaron poco a poco a la vez que la corriente quitaba la cortina de rocío y al poco llegaron a las piedras que habían dejado alrededor del resorte. Dar hubiera continuado, pero Kruger le paró con una palabra de aviso.
— Esperemos un momento y veamos si la roca que puse en el resorte está aún allí. Tal vez fue corroída por el vapor; no era demasiado pesada — Dar sintió personalmente que una piedra de quince libras necesitaba algo más poderoso que el pequeño chorro del túnel para hacerla desaparecer, pero, de cualquier modo, se quedó quieto. Fueron necesarios sólo unos momentos para ver que la roca se hallaba todavía en su sitio; el resorte estaba aún presumiblemente bajado, por lo que el vapor dejó de fluir por cualquier otra causa. Un poco inquieto, Kruger dejó caer su peso hacia delante hasta llegar al lado de la roca. Nada sucedió, y durante unos segundos los dos se miraron pensativos.