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— Ya veo — dijo despacio Burke —. Piensa que aquí se ha desarrollado una habilidad semejante, que todas las células de un ser como Dar Lang Ahn tienen en sus núcleos los factores que producirán, bajo las condiciones necesarias, una de esas estrellas de mar.

— Exactamente, y aun así la relación no es más paterno filial que la existente entre Jack Cardigan y su canarito. Se sospecha que los cloroplasmas de las plantas de la Tierra guardan la misma relación.

— En verdad, no sé la diferencia existente.

— En cierto modo justificaría la actitud de las criaturas «calientes» hacia la gente de Dar.

— Tal vez. Sin embargo, nada de lo que ha dicho alivia mi primitiva preocupación, exceptuando lo de que las dos formas tienen que morir para reproducirse. Ha añadido algo que me preocupa más.

— ¿Qué es?

— Lo relacionado con la época en la cual se realizó la adaptación a este clima. Si está en lo cierto, por lo menos una de estas razas ha evolucionado hasta un grado de inteligencia comparable con el nuestro en algo menos de diez millones de años. La Tierra tardó cientos, o tal vez más, de veces en lograr eso. Estas cosas deben encontrarse entre las formas de vida más adaptables del universo, y es eso lo que atañe de momento al hombre.

— Tiene miedo. ¿Cree que si tienen acceso a la tecnología humana empezarán a extenderse por la galaxia y suplantarán al hombre?

— Francamente, sí.

— ¿Dónde esperaría que se asentaran exactamente?

— ¡Por el amor de Dios, hombre, pues en cualquier sitio! En la Tierra, o en Marte, o en Mercurio, o en cualquiera de los cincuenta mundos donde podemos vivir, o en alguno de los muchos más donde no podemos! Si no pueden soportarlos ahora, pronto podrán: es esa adaptabilidad lo que me preocupa. Si discutimos con ellos, ¿cómo vamos a pelear?; ¿cómo matas a una criatura que genera nuevos brazos y piernas para suplantar a los perdidos, que produce una cosecha completa de descendientes si lo vuelas con una bomba?

— No lo sé, y no creo que importe.

— ¿Por qué no? — la voz de Burke parecía casi ahogada por la emoción.

— Porque aunque Dar Lang Ahn pudiera vivir en la Tierra y otros muchos mundos, y sus contrarios de sangre de fuego pudieran hacerlo también a una escala de temperaturas mucho mayor, como acabas de señalar, ninguno de los planetas que has mencionado proporciona ambas escalas de temperatura. Si un grupo de gente de Dar decidiera irse a la Tierra, ¿le gustaría esto a los «calientes» cuyos parientes se fueran con ellos? Dar quiere sin duda tener una descendencia con tantas ganas como uno de nosotros. ¿Qué pensaría si la estrella de mar que sale de su cuerpo se mudara a Vega Dos o a Mercurio?

¿Qué les pasaría entonces a sus niños? No, comandante, me doy cuenta de que la mayoría de nosotros decidimos, casi sin discusión, que el Profesor de allí abajo en las fuentes termales es un vejete dogmático, cerrado y dictatorial cuya opinión no merece ni la energía que emplea para expresarla; pero si lo piensa un poco más detenidamente, se dará cuenta de que es más abierto de lo que podamos serlo cualquiera de nosotros.

Burke movió despacio su cabeza, con la mirada fija en el biólogo.

— Había pensado en ello hace mucho, doctor Richter, y supongo que acierta al creer que el Profesor ha hecho lo mismo. Estoy, sin embargo, un poco desilusionado de que no haya llegado más lejos.

— ¿Cómo es eso?

— Su posición está bien clara, ¡si esas razas no tuvieran conocimientos técnicos! A Dar no le importaría que las estructuras genéticas que van a producir su descendencia se pasen un poco más de tiempo en cualquier lugar que la estrella de mar que los lleve quiera, si supiera que con el tiempo la criatura viajaría a un planeta donde se puedan desarrollar o se metiera en una nevera mecánica con el mismo motivo. Recuerde que estas criaturas tendrán los mismos deseos en lo que atañe a la descendencia, y tienen que cooperar con la raza de Dar para satisfacerlos. Si los nativos de este planeta se van de él, basándose en los conocimientos recibidos de nosotros o adquiridos por ellos mismos, va a ser uno de los equipos más cooperativos que jamás en la historia se propagara por las nubes estelares, y el hombre va a estar en muy mala posición al respecto, si es que sobrevive.

— Me parece que esa gran cooperación, si sucediera, sería un buen ejemplo para todos los demás. Estas razas no están de momento muy próximas a una relación tal.

— No, y es en provecho propio por lo que debemos ver que nunca lleguen a conseguirlo.

No me gustaría hacerlo mejor que usted, o que lo que el joven Kruger lo haría, pero me temo que lo único que podemos hacer razonablemente es impedir que Dar Lang Ahn lleve a su gente los conocimientos que ha adquirido. A menos que lo hagamos así, les habremos entregado la galaxia.

— Lleva razón, aunque me pese reconocerlo. ¿Cómo podemos justificar algo así después de haberle instado nosotros mismos a que aprendiera todo lo que pudiese?

— No podemos justificarlo — dijo Burke implacablemente —, pero tenemos que hacerlo. De acuerdo que me odiaré durante el resto de mis días; pero, a mi juicio, es lo mejor para la raza humana que Dar Lang Ahn no vuelva a ver a su propia gente.

— Me temo que tiene usted razón, aunque ello no me haga muy feliz.

— Ni a mí. Bueno, será más honrado que se lo digamos ahora. Convocaré una reunión de todo el grupo y dejaré que cualquier otro que tenga datos que puedan ayudarnos los presente. Eso es más o menos lo más noble que puedo hacer.

— El joven Kruger puede que no tenga datos, pero pondrá objeciones.

— Me doy cuenta. No sabe el favor que le estaré haciendo — el biólogo miró duramente al viejo oficial, pero Burke ya no tenía más que decir.

XV. ASTRONOMÍA; LÓGICA

Dar Lang Ahn oyó el informe biológico sólo con el interés usual, ya que frases tales como hidrocarbonos fluorados aún significaban poco para él. Sí reaccionó, sin embargo, al anuncio hecho por el comandante Burke, y su reacción no fue débil.

Aunque su emoción fuera devastadora, no la tradujo en palabras, ya que Nils Kruger empezó antes a hablar. Dar escuchó los argumentos sobre juego limpio, honradez y decencia que habían sido discutidos por Burke y Richter, pero no entendió del todo los términos utilizados. De cualquier forma, no prestó mucha atención; estaba tratando de decidir su propia línea de acción.

Discutir sería presumiblemente inútil. Los hombres se habrían formado ya sus opiniones basándose en lo que habían aprendido de él y su gente. No podía ver el motivo por el cual Abyormen constituía un peligro para la galaxia, pero había aprendido a tener en gran estima las opiniones de los científicos humanos. A pesar de esto, se encontró con que su natural sentido del deber le urgía a ir en contra de la decisión de Burke: discutir, mentir o utilizar la violencia para llevar a su gente lo que consideraba una información vital. Un tercer impulso estaba provocado por su natural curiosidad; si no hubiera sido por el deber, no había nada que le agradara más que la idea de viajar a la Tierra con sus amigos, si es que aún podía llamarles así, y ver algunos de los mundos que Kruger y los astrónomos le habían descrito. Podía haber tratado de hablar, haciendo público su dilema, pero Kruger no le daba oportunidad. El chico estaba olvidando toda la disciplina que su entrenamiento de cadete le había inculcado y acercándose peligrosamente a abusar personalmente del comandante. El completo significado de esto se le escapaba a Dar, por supuesto, ya que éste tenía sólo una idea muy vaga del trasfondo cultural de Kruger, pero sí entendió claramente que el chico quería dejarle volver con su gente.