— No, señor — replicó Kruger.
— Muy bien. Dar, no voy a disculparme de la política que previamente había anunciado.
Sin embargo, te daré cualquier ayuda que puedas necesitar mientras estés aún con nosotros, si está en mi mano hacerlo.
— Gracias, comandante. Mis profesores agradecerán su acción.
— ¿No ha llegado ya el momento de cerrar tu refugio?
— Dentro de un año. Sin embargo, debo volver tan pronto como me permitas, ya que tengo mucho de que informar.
— Te bajaremos en cuanto sea posible. Señor Kruger, presumo que usted querrá ir con él. Yo manejaré el módulo; cualquier persona más a quien se lo permitan sus deberes puede venir, hasta completar la capacidad del aparato. Nos quedaremos abajo hasta que el refugio se cierre, así que cualquiera que desee observar la operación, que se prepare para una estancia de tres semanas fuera del Alphard. Saldremos dentro de veinte horas, lo que dará tiempo suficiente para que quien quiera llevar aparatos los meta a bordo.
— Dar Lang Ahn, ¿crees que tus profesores podrán encontrar algún uso para una radio que no opere en la misma longitud de onda que la de tus fieros amigos, esto es, una con la que podríais hablar con nosotros sin que se enteraran? — Kruger evitó una sonrisa con dificultad; el viejo pájaro era humano, a pesar de su devoción al deber.
— Un ingenio tal sería posiblemente de gran utilidad, comandante. Lo agradeceríamos mucho.
— De acuerdo; ya meteremos varios a bordo del módulo. Se cierra la sesión.
El acercamiento a la plataforma de aterrizaje de las Murallas de Hielo fue esta vez muy diferente. El módulo espacial, sostenido y conducido por campos similares a los que lanzaban al Alphard por el espacio interestelar con total indiferencia de la ley de la velocidad de la luz, no tenía las limitaciones de maniobra de los planeadores. Menos mal, porque la plataforma estaba tan llena de aeroplanos que incluso a Dar Lang Ahn le hubiera resultado difícil. Por primera vez, Kruger vio Profesores en la superficie, a veces dirigiendo actividades y a veces limitándose a observar.
El aproximamiento del módulo fue advertido, y un grupo de nativos hicieron ademanes de que se dirigieran a uno de los lados de la plataforma, de donde se estaban apartando los planeadores para dejar un sitio libre.
Al abrirse la puerta de aire comprimido de la pequeña nave, Dar y Kruger salieron inmediatamente afuera, ambos cargados con los equipos de radio donados por Burke. El nativo les dirigió a través de los túneles y comenzaron el largo camino a la parte principal del refugio, situada muy por debajo del casquete polar. Kruger no se preguntaba ya la razón para esta localización; sin embargo, estaba aún algo sorprendido de que aquellas gentes hubieran sido capaces de construirlo.
Todo el lugar parecía mucho más activo de lo que había estado antes, con bandadas e incluso cientos de nativos correteando de un lado a otro con sus misteriosos recados.
— Debe haber mucho trabajo de librería que hacer — señaló Kruger a la vez que hacía señas a uno de estos grupos.
— Todos los libros han debido llegar hace mucho — replicó Dar —. El problema ahora son los alimentos. Normalmente, hay a mano la cantidad suficiente mucho antes de que llegue la hora, pero no se corren riesgos. Seguimos acarreando hasta el último momento.
— ¿Qué vas a hacer?
— Reunir unos cuantos Profesores que puedan dedicarme su tiempo y empezar a informar. Habrá algunos disponibles, ya que saben que vengo con conocimientos.
— Supongo que informar te mantendrá bastante ocupado de ahora en adelante.
— Sí, Nils. Supongo que querrás ver este lugar una vez más en la forma que lo preparamos para el tiempo de la muerte, pero no tendré tiempo para hacer de guía. Sin embargo, podré encontrar a alguien que esté dispuesto a ayudarte.
Kruger paró y puso una mano sobre el hombro del pequeño nativo.
— No permitirás que las puertas se cierren sin volver a verme, ¿verdad? — preguntó —. No quiero interferir en el trabajo que hay que hacer, pero no quiero verte por última vez, al menos por muchos años, tan pronto.
Sus dos ojos se movieron hacia arriba y se posaron durante un momento en la expectante cara de Kruger.
— Te prometo que nos volveremos a ver antes de que se cierren las Murallas — dijo Dar Lang Ahn. Continuaron su camino, satisfecho ya el chico.
La predicción de Dar de que habría un comité esperándoles resultó correcta. Estaba compuesto, notó el chico, por seres de su misma estatura: los nuevos Profesores. Uno de los gigantes con los que se habían encontrado antes, sin embargo, se ofreció como guía, y bajo su dirección Kruger vio las ahora completamente organizadas librerías, las cubas para almacenar la comida situadas en la parte superior a unos pocos metros tan sólo bajo el hielo que se encontraba sobre ellas y los grandes lechos en los ya más calientes niveles inferiores donde crecían plantas similares a los hongos de la Tierra.
Por fin, fue conducido arriba a la plataforma de aterrizaje, donde la actividad no había disminuido. Los planeadores se remontaban en el cielo, cargados para distantes ciudades, y si había tiempo antes de que volvieran, traían otra carga de comida. Otros aterrizaban en el relativamente pequeño espacio dejado para ese fin; ocupados tripulantes de tierra arrastraban todo el tiempo los planeadores de un lado a otro de la plataforma o dentro de la caverna para hacer sitio para los que llegaban.
— ¿No estoy robándole mucho tiempo? — preguntó Kruger cuando llegaron a la superficie —. Parece ser ésta la época más ajetreada en la vida de vuestra gente.
— No tengo nada más que hacer — fue la respuesta —. Mi sucesor ha ocupado ya mi lugar.
— Pero ¿no se queda esta vez en las Murallas de Hielo?
— No. Mi vida se ha acabado. Unos pocos de nosotros se quedarán para cerciorarse de que los cierres están correctamente colocados, pero ésa no es una de mis tareas. En cuanto deje de servir para algo, me iré.
— Pero pensé que habían desmantelado todos los planeadores capaces de llevar a uno de ustedes.
— Es cierto, me iré a pie. No volvemos a las ciudades.
— Quiere decir… — Kruger dejó de hablar; sabía que Dar había explicado a su gente muy poco sobre la radio, y no estaba seguro de lo que aquel ser sabría. Sin embargo, el profesor supo o se figuró lo que pensaba Kruger.
— No, no volvemos a las ciudades. No es la costumbre; dura ya tanto tiempo que no puedo darte detalles muy precisos sobre la causa. Sin embargo, es mejor que lleguemos al fin antes de que el calor sea muy fuerte, al menos no antes de que nuestros cuerpos sean destruidos por otros medios. Cuando ya no me necesiten… me iré a dar un paseo por el casquete polar.
Kruger se dio cuenta que no tenía nada que decir, excepto que aún necesitaba la compañía del profesor. Invitado por él, el ser entró en el módulo, donde fue inspeccionado con gran interés por los biólogos que habían ido con ellos. Uno hablaba lo suficiente de la lengua nativa para hacer innecesaria la presencia del chico y volvió a la plataforma de aterrizaje para buscar a Dar. Sin embargo, su pequeño amigo no aparecía y la actividad incansable que allí se desarrollaba mantuvo fija la atención de Nils hasta que consideró necesario ponerse a dormir.