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Luego dejó su telefono descolgado.

Y ahora, mientras se acercaban las tres de la tarde, aún estaba tratando de decidir si mencionaría o no a Susan Peterson. Pero mientras iban pasando lentamente los últimos minutos del día escolar, supo que no lo haría… simplemente no había nada que pudiera decirles, y por cierto que no había nada que quisiera decirles estando presente Michelle Pendleton.

Michelle.

Michelle había llegado esa mañana, como todas las mañanas recientes, apenas a tiempo para deslizarse discretamente en su asiento, al fondo del salón. De todos los niños, ella parecía ser la única capaz de concentrarse en todas sus lecciones. Mientras los demás cambiaban miradas y cuchicheos, Michelle permanecía sentada tranquilamente (¿o acaso estoicamente?) al fondo del salón, como si no advirtiese lo que estaba pasando en torno a ella. La reacción de Michelle ante la situación había puesto el ejemplo para la suya propia. Si Michelle podía obrar como si nada hubiese ocurrido, ella también. "Dios sabe que para Susan no tendrá ya importancia" pensó para sí "y tal vez si me desentiendo de la situación, los niños harán lo mismo".

Cuando sonó la campana final, Corinne lanzó un silencioso suspiro de alivio, mientras se hundía en su sillón para observar a los niños que se precipitaban al pasillo. Notó que ninguno de ellos hablaba a Michelle, aunque le pareció ver que Sally Carstairs se detenía un instante, vacilaba como si fuera a decir algo, después cambiaba de idea y salía con Jeff Benson.

Cuando en el salón no quedó nadie salvo ellas dos, Corinne sonrió a Michelle.

– Bueno -dijo con la mayor animación posible-. ¿Qué tal fue tu día?

Si Michelle quería hablar al respecto, Corinne le había dado la oportunidad. Pero Michelle no quería hablar.

– Muy bien -respondió con indiferencia. Se había pursto de pie y estaba juntando sus libros. Poco antes de salir del cuarto sonrió brevemente a Corinne.- Hasta mañana -dijo, y se marchó.

Al salir del aula, Michelle miró al otro lado del corredor. Viendo que Sally Carstairs y Jeff Benson conversaban junto a la puerta principal, tomó hacia el otro lado.

Cuando llegó a la escalera de atrás, se permitió descansar por primera vez en ese día: ninguno de sus condiscípulos estaba en el patio. Allí estaba Annie Whitmore jugando con sus amigas. Pero ese día no saltaban a la cuerda, sino que jugaban a la "pata coja". Michelle las observó un momento, preguntándose si tal vez ella podría hacerlo, saltando con su pierna sana. Tal vez lo intentaría, después de que las niñas se fueran.

Empezó a bajar la escalera, pensando salir del patio por la entrada de atrás, pero cuando pasaba frente a los columpios, un niño de segundo grado la llamó.

– ¿Quieres empujarme?

Michelle se detuvo y miró al niñito.

Tenía siete años y era pequeño para su edad. Encaramado en un columpio, contemplaba pensativamente a sus amigos que se mecían de un lado a otro. Su problema era inmediatamente obvio. Como sus piernas no llegaban al suelo, no podía poner en movimiento el columpio. Miraba a Michelle con ojos pardos, grandes y confiados, ojos de cachorrito.

– ¿Por favor? -imploró.

Michelle dejó su cartapacio en el suelo y, con esfuerzo, se apostó detrás del niñito.

– ¿Cómo te llamas? -preguntó mientras le daba un empujóncito.

– Billy Evans. Yo sé quién eres… eres la niña que se cayó del risco. ¿Te dolió?

– No mucho. Quedé desmayada.

Billy pareció aceptar esto como algo perfectamente normal.

– Ah -respondió-. Empújame más fuerte.

Michelle empujó un poco más fuerte. Pronto Billy se columpiaba muy contento, lanzando hacia afuera las piernecitas, mientras sus infantiles chillidos resonaban en el campo de juego.

Sally Carstairs y Jeff Benson bajaron lentamente los escalones delanteros, renuentes a volver a casa, prolongando su consoladora camaradería. Entre ellos se había formado un vínculo… nada explícito, pero sí algo que, sin embargo, existía. Si se les hubiera preguntado, ninguno de ellos habría podido explicarlo… a decir verdad, quizás ninguno de ellos lo habría admitido. No obstante, cuando llegaron al patio delantero, se demoraron.

Se detuvo un automóvil y los dos niños vieron bajar a June Pendleton. Tímidamente, cada uno de ellos murmuró un tenue saludo cuando pasó junto a ellos, pero June no pareció oírlos. La vieron desaparecer dentro de la escuela.

– No creo que Michelle haya tenido nada que ver con lo sucedido -dijo repentinamente Sally.

Aunque no habían estado hablando de Michelle y de Susan, Jeff supo a qué se refería.

– Mi madre dijo que ella estaba presente -respondió Jeff.

– Pero eso no quiere decir que haya hecho nada -objetó Sally.

– Bueno, lo cierto es que no le gustaba Susan.

– ¿Por qué iba a gustarle? -inquirió Sally, cuya voz cobró calor por primera vez-. Susan fue malvada con ella. Desde el primer día de escuela Susan fue siempre Malvada con ella.

Jeff arrastró los pies, incómodo, pues aunque sabía que lo dicho por Sally era cierto, no quería aceptarlo.

– Bueno, todos nosotros le hicimos caso, más o menos.

– Lo sé. Tal vez no debimos hacerlo.

Jeff miró bruscamente a Sally.

– ¿Quieres decir que si no lo hubiéramos hecho, Susan no estaría muerta ahora?

– ¡No dije eso! -exclamó Sally, aunque se preguntó en silencio si eso había querido decir-. ¿Está bien si te.u ompaño hasta tu casa?

– Si quieres -respondió Jeff encogiéndose de hombros-. Pero después tendrás que volver caminando al pueblo.

– No importa.

Los dos echaron a andar por la acera; luego doblaron la esquina por la calle que pasaba frente al campo de juego.

– Tal vez vaya a ver a Michelle -dijo Sally indecisa.

Jeff se detuvo y la miró.

– Mi madre dice que no debemos tener ninguna relación con ella. Dice que es peligroso.

– Qué tontería -replicó Sally-. Mis padres me dijeron que tenía que volver a ser su amiga.

– No veo por qué. Ella ya no puede hacer nada más. En mi opinión, su pierna no fue lo único que se lastimó al caer. ¡Creo que debe de haber caído de cabeza!

– ¡Jeff Benson, termina con eso! -exclamó Sally-. Esa es precisamente la clase de cosas que Susan solía decir. ¡Y mira lo que le ocurrió!

Entonces Jeff se detuvo, y sus ojos se clavaron en Sally.

– Tú sí crees que Michelle hizo algo, ¿verdad? -preguntó. Sally se mordió los labios y miró,el suelo.- Bueno, si lo crees está bien -continuó Jeff-. En el pueblo todos creen que ella le hizo algo a Susan. Salvo, creo, que nadie? sabe exactamente qué.

Estaban ya cerca del campo de juego; de pronto Sally experimentó una sensación pavorosa, como si la estuvieran observando. Al darse vuelta, contuvo el aliento súbita e involuntariamente: a pocos metros de distancia, del otro lado de la cerca estaba Michelle, frente a ella, empujando suavemente un columpio, mientras Billy Evans sonreía contento y rogaba que lo empujase más fuerte.

Durante una fracción de segundo, los ojos de Sally se encontraron con los de Michelle. En ese instante tuvo la certeza de que Michelle había oído lo dicho por Jeff. En los ojos de Michelle había una expresión que aterró a Sally. Tendiendo una mano, tomó la de Jeff.

– Ven -dijo, con voz apenas más fuerte que un susurro-, ¡Ella te oyó!

Jeff arrugó el entrecejo, luego miró en torno para ver por qué Sally susurraba de pronto.

Vio a Michelle que lo miraba fijamente.