Su primer impulso fue sostenerle la mirada, y entrecerró los ojos. Pero la mirada de Michelle jamás vaciló, y su cara permaneció inexpresiva. Jeff sintió que perdía el control. Cuando finalmente se dio por vencido y apartó la vista, procuró simular que lo había hecho de intento.
– Vamos, Sally -dijo en voz alta, asegurándose de que Michelle lo oyera-. Si Michelle quiere jugar con los crios ¿qué nos importa?
Echó a andar, dejando sola a Sally. Esta esperó unos segundos, confusa, queriendo alcanzarlo. Sin embargo, una parte de ella se demoraba, deseando poder disculparse con Michelle de algún modo. Incapaz de resolverlo, corrió tras la figura de Jeff que se alejaba.
Corinne Hatcher alzó la vista de las pruebas que estaba corrigiendo. Su sonrisa automática de bienvenida se convirtió en una expresión preocupada cuando vio a June Pendleton enmarcada en la puerta del aula. Se la veía ojerosa, aguardando indecisa, con un malestar que era evidente en ella, desde su despeinado cabello hasta su falda, un poco arrugada. Levantándose de su sillón, Corinne, con un ademán, invitó a June a entrar.
– ¿Está usted bien?
Cuando ya era demasiado tarde se dio cuenta de que sus palabras no podían sino aumentar la evidente incomodidad de June. Esta, sin embargo, no pareció ofenderse.
– Mi aspecto debe de corresponder a cómo me siento dijo. Trató de sonreír, pero no lo consiguió.- Necesito… necesito hablar con alguien, y al parecer no hay otra persona con quien hacerlo.
– Supe lo de Susan Peterson -declaró Corinne-. Debe de haber sido terrible para Michelle.
Agradecida por la inmediata comprensión de la maestra, June se dejó caer en el asiento de uno de los pupitres; luego se volvió a incorporar con rapidez: no podía tolerar la sensación de corpulencia que le daba el diminuto escritorio.
– Esa fue una de las razones por la que vine -anunció-. Notó… bueno, ¿notó usted algo en Michelle hoy? Quiero decir, ¿algo fuera de lo común?
– Temo que el de hoy no haya sido uno de los mejores días para ninguno de nosotros -respondió Corinne-. Los niños estaban todos… ¿cómo puedo decirlo? ¿Preocupados? Creo que es el mejor modo de expresarlo.
– ¿Le dijeron algo a Michelle?
Corinne vaciló: luego decidió que no había motivo para ocultar la verdad a June.
– Señora Pendleton, ellos no le dijeron nada, absolutamente nada.
June captó inmediatamente lo que la maestra quería decir.
– Tenía el temor de que ocurriera eso -dijo, más para sí que a Corinne-. Señorita Hatcher… no sé qué hacer.
June volvió a sentarse, repentinamente demasiado cansada, demasiado derrotada por toda la situación para que le importara el aspecto que pudiera tener.
Esta vez fue Corinne quien la hizo levantarse.
– Venga conmigo. Vamos al cuarto de los maestros y bebamos una taza de café. Usted parece necesitar algo más fuerte. Pero lamento que las reglas sean todavía rígidas por aquí. Y creo que es tiempo de que empecemos a llamarnos June y Corinne, ¿no le parece?
Asintiendo con desánimo, June se dejó conducir fuera del aula y por el corredor.
– ¿Cree usted que su amigo podrá ayudar? -preguntó June.
Había relatado a Corinne lo sucedido el día anterior, y lo absurdo que todo eso había parecido. Primero Michelle regresando a casa… calmada, aparentemente sin problemas, y luego la vuelta de Cal y el comienzo de la pesadilla.
June repitió todo tal como había sucedido, procurando trasmitir a la maestra la sensación de irrealidad que todo tenía para ella, era, dijo por fin, como si su mundo todo hubiera sido convertido en algo salido de "Alicia en el país de las maravillas"… sucedían las cosas más horribles, y alrededor de ella todos actuaban como si no ocurriera absolutamente nada. En realidad, no estaba segura de si le preocupaba más su esposo o su hija, pero la noche anterior, ya tarde, había decidido que primero debía estar Michelle.
Corinne Hatcher escuchó todo el relato, sin interrumpir, sin preguntar, intuyendo que June necesitaba simplemente contarlo, externalizar el caos que había estado agitándose en su mente. Ahora, al terminar June, movió pensativa la cabeza, asintiendo.
– No veo por qué Tim no podría ayudar -declaró. Levantándose, fue en busca de la cafetera, meditando mientras volvía a llenar su taza y la de June. Al encararse otra ve, con June, procuró que su tono fuese alentador.- Tal vez las cosas no sean tan graves como parecen -titubeó un momento, sin saber bien qué decir-. Sé que todo parece aterrador -continuó suavemente-, pero creo que se preocupa usted demasiado.
– ¡No! -Fue casi un chillido. Los ojos de June se llenaron de lágrimas.- Dios mío, si pudiera usted oírla, cómo habla de esa muñeca. Lo juro, creo que realmente está convencida de que Mandy… ahora la llama Mandy… es real.
Su voz era tan lúgubre que atemorizó a Corinne. Esta tomó una mano de June en la suya y trató de hablar con tono confiado.
– Es aterrador, pero todo saldrá bien. De veras que sí.
En su fuero interno no estaba tan segura como trataba de aparentar, ni mucho menos. En la profundidad de su ser, Corinne tenía una sensación… una sensación de que lo sucedido a Michelle, fuera lo que fuese, estaba más allá de lo que ambas podían comprender. Y esa sensación la aterrorizaba.
Viendo que Sally desaparecía calle abajo, Michelle procuró olvidar las palabras de Jeff. Pero ellas persistían en su mente, resonando en su cabeza, burlándose de ella, atormentándola. Vagamente percibía a Billy Evans, que le gritaba para que lo empujara más fuerte, pero su voz parecía lejana, como si le llegara a través de una niebla.
Dejó que el columpio se detuviera y, cuando Billy protestó, le dijo que estaba cansada, que lo empujaría un poco más en otra ocasión. Después se dirigió penosamente al árbol y se sentó en la hierba. Aguardaría un rato, hasta que Jeff y Sally se hubieran alejado mucho, antes de iniciar la larga caminata de regreso a casa.
Estirándose en la hierba, fijó la mirada en las hojas del árbol, que estaban cambiando de color con la llegada del otoño. Cuando estaba así, totalmente sola sin nadie en torno a ella, no era tan malo. Solo cuando podía oírlos o verlos, sus voces atormentándola, sus ojos burlándose de ella, Michelle realmente odiaba a los niños que habían sido sus amigos.
Excepto a Sally. Michelle aún no estaba segura con respecto a Sally. Sally parecía mejor que los demás. Más bondadosa. Michelle decidió hablar con Amanda sobre Sally. Tal vez, si Amanda lo aceptaba, pudieran ser amigas otra vez. Michelle esperaba que sí… Realmente, en lo profundo, le agradaba Sally. De todos modos, Amanda decidiría.
Desde la ventana de su aula, Corinne observó a June que cruzaba el campo de juego. Le pareció que en June había cierta renuencia a molestar a Michelle, como si mientras estuviera dormida bajo el árbol se hallara a salvo del caos desatado en su mente. Pero luego Corinne vio que June se arrodillaba y dulcemente despertaba a Michelle.
Michelle se incorporó rígidamente; el dolor que sentía en la cadera era visible en su rostro, aún desde el otro lado del patio. Al ver a June pareció sorprendida, pero al mismo tiempo agradecida. Tomando la mano de su madre, Michelle dejó conducir hasta que, al doblar la esquina del edificio, Corinne las perdió de vista.
Aun después de que ambas desaparecieron, Corinne permaneció en la ventana, con la imagen de Michelle grabada en su mente: sus hombros agobiados, su cabello colgante y lacio, su ánimo derrotado por el accidente que la había dejado inválida.
Mucho tiempo parecía haber pasado desde aquel primer día de escuela, cuando Michelle había entrado brincando en su aula, brillante la mirada, sonriente, ansiosa por iniciar su nueva vida en Paradise Point.
Y ahora, apenas unas semanas más tarde, todo eso había cambiado. ¿Paradise Point, Punta Paraíso? Bueno, para algunas personas tal vez, pero no para Michelle Pendleton.