– ¿Y estaba totalmente sola cuando se cayó del risco?
– Aparentemente. Mi abuelo nunca lo dijo. Jamás hablaba mucho de eso. Sin embargo, siempre tuve la idea de que había en ello algo extraño. Por supuesto él nunca hablaba mucho sobre la familia… en el paraíso de Lemuel había demasiadas serpientes.
– ¿No las hay siempre acaso? -observó Corinne, pero Josiah no pareció oírla.
– Fue la esposa de Lemuel -continuó-. Al parecer era un poco casquivana. Mi abuelo pensó siempre que era una una reacción contra los constantes sermones de Lemuel sobre el infierno y la condenación eterna.
– ¿Quiere usted decir que su bisabuela tuvo amoríos?
– Debe de haber sido una mujer extraordinaria -sonrió Carson-. Mi abuelo decía que era hermosa, pero que jamás debía haberse casado con el padre de él.
– Louise Carson -susurró Corinne-. "'Muerta en el pecado".
– Asesinada -dijo suavemente Josiah. Los ojos de Corinne se dilataron de sorpresa-. Sucedió allá, en ese edificio que June Pendleton utiliza como estudio. Allí la encontró Lemuel con uno de sus amantes. Los dos estaban muertos. Apuñalados.
– Dios mío -suspiró Corinne. Sintió que se le apretaba el estómago y por un momento pensó que se iba a descomponer.
– Por supuesto, todos presumieron más o menos que Lemuel lo había hecho -continuó Josiah-, pero tenía a todo el pueblo bastante dominado, y en esa época no se tenía una consideración especialmente alta por una esposa infiel. Probablemente hayan pensado que ella había recibido su merecido. Lemuel ni siquiera quiso ofrecerle un funeral.
– Siempre imaginé que la inscripción de la lápida quería decir algo parecido -declaró Corinne-. Cuando yo era pequeña solíamos ir allá y leer las lápidas.
– ¿Y buscar al fantasma?
Una vez más Corinne asintió con la cabeza.
– ¿Y alguna vez lo vieron?
La maestra meditó largo rato su respuesta. Por último de mala gana, sacudió la cabeza. Carson notó su vacilación.
– ¿Estás segura, Corinne? -preguntó con voz muy suave.
– No lo se -respondió ella. De pronto se sintió estúpida, pero un recuerdo flotaba en su mente, un poco fuera de su alcance-. Hubo algo -agregó-. Sucedió una sola vez. Yo estaba allá, en el cementerio, con una amiga… ni siquiera recuerdo quién… y entró la niebla. Bueno, usted sabe lo fantasmal que puede ser un cementerio en la niebla. No sé… tal vez me dejé llevar por la imaginación, pero de pronto sentí algo. Nada que pueda señalar, en realidad… tan solo la sensación de que allí había algo, cerca de mí. Me quedé totalmente inmóvil, y cuanto más tiempo permanecía allí, más parecía acercarse lo que fuera.
Guardó silencio y se estremeció un poco por el frío que le causaba el recuerdo de aquella tarde brumosa.
– ¿Y tú crees que fue Amanda? -inquirió el médico.
– Bueno, algo fue -repuso Corinne.
– Tienes razón -admitió Carson con acritud-. Fue algo. Fue tu imaginación. Una niñita en un cementerio, en un día de niebla, y que ha crecido oyendo todos esos cuentos de fantasmas. ¡Me asombra que no hayas tenido una larga conversación con Amanda! ¿O la tuviste?
– Por supuesto que no -dijo Corinne, sintiéndose tonta ahora-. Ni siquiera la vi.
Carson la observaba.
– ¿Y tu amiga? ¿Sintió lo mismo que tú?
– ¡Por cierto que sí! -exclamó Corinne, sintiendo que se enfurecía. No creerle era una cosa… burlarse de ella era otra.- Y si quiere usted saberlo, no fuimos las únicas. Muchas tuvieron la misma sensación. Y éramos todas niñas, y teníamos todas doce años. Igual que Amanda. Y, por si no lo sabía, igual que Michelle Pendleton.
La mirada de Carson se endureció.
– Corinne -dijo con lentitud -, ¿sabes lo que estás diciendo?
Y súbitamente Corinne lo supo.
– Estoy diciendo que quizá los cuentos de fantasmas sean ciertos, y la razón por la cual todos dicen que no, es que antes nadie vio realmente a Amanda. Las únicas que sintieron siquiera su presencia fueron niñas de doce años y ¿quién cree en lo que ellas dicen? Todos saben que las niñas tienen imaginaciones desatadas, ¿verdad? Tío Joe, ¿y si no fue mi imaginación? ¿Y si algunas de nosotras sentimos realmente su presencia? ¿Y si Michelle no solo la sintió, sino que realmente la vio?
La expresión con que la miraba Josiah Carson indicó que había tocado un nervio.
– ¿Usted cree en el fantasma, verdad? -preguntó.
– ¿Y tú? -replicó él, y entonces Corinne tuvo la certeza de que se estaba poniendo nervioso.
.-No lo sé -mintió Corinne. ¡Sí que lo sabía! – Pero ¿no es lógico acaso? Quiero decir, ¿de una manera extraña? Si puede usted aceptar que realmente hay un fantasma y que es Amanda, lo más probable sería que la viera una niña de doce años, una niña igual que ella.
– Bueno, ha tenido más de cien años para encontrar a alguien -dijo Carson-. ¿Por qué ahora? ¿Por qué Michelle Pendleton? Corinne -prosiguió con voz queda, apoyando los codos en el escritorio-, sé que estás preocupada por Michelle. Sé que parece raro que haya inventado una amiga imaginaria llamada Amanda. Parece una gran coincidencia… demonios, es una gran coincidencia. ¡Pero no es nada más que eso!
Corinne Hatcher se incorporó, ya verdaderamente furiosa.
– Tío Joe -dijo con voz tensa-. Michelle es mi alumna, y estoy preocupada por ella. De paso sea dicho, estoy preocupada también por todos los otros miembros de mi clase. Susan Peterson ha muerto, y Michelle está lisiada y se conduce de manera muy extraña. No quiero que suceda nada más.
Carson miró con fijeza a Corinne. La maestra estaba de pie frente a su escritorio, con la espalda muy tiesa, la expresión intensa. Se dispuso a ir hacia ella para consolarla, pero antes de que abandonara su sillón, ella se había dado vuelta y había escapado.
Lentamente Josiah se sentó. Permaneció solo largo rato. Aquello no estaba yendo bien. El no había querido que Susan Peterson muriera. Debía de haber sido Michelle… debía de haber sido la hija de Cal Pendleton. Una vida por otra, un niño por otro. Pero no uno de sus niños.
Ahora lo único que podía hacer era esperar. Tarde o temprano, como siempre, la tragedia volvería a la casa y a quienes estuvieran viviendo allí. Entonces, cuando la casa hubiera vengado a Alan Hanley en nombre suyo, todo terminaría. Entonces él podría marcharse y olvidarse para siempre de Paradise Point. Sirviéndose otro trago de whisky, clavó la vista en la ventana. A la lejos podía ver las revueltas aguas del Paso del Diablo. Su nombre, pensó, era adecuado. ¿Cuánto tiempo hacía que el Diablo había llegado para vivir con los Carson? Y ahora, al cabo de tantos años, el último de los Carson iba a utilizar al Diablo. En cierto modo, pensó Josiah Carson, era patético.
Sólo esperaba que en el proceso no tuvieran que morir demasiados de sus propios niños, los niños de la aldea.
Entrada ya la tarde, Michelle se encaminó hacia el antiguo cementerio. Torpemente se asentó en el suelo, cerca del extraño monumento a Amanda y aguardó, segura de que su amiga iría por ella. Pero antes de que la ya familiar niebla gris se cerrase en torno de sí, sintió que alguien la observaba. Al volverse, reconoció a Lisa Hartwick que, de pie a pocos metros de ella, la miraba fijamente.
– ¿Estás bien? -preguntó Lisa.
Michelle asintió con la cabeza, y Lisa dio un paso titubeante hacia ella.
– Te… te estaba buscando -dijo Lisa. Parecía casi asustada, y Michelle se preguntó qué ocurría.
– ¿A mí? ¿Por qué motivo? -preguntó mientras empezaba a incorporarse.
– Quería hablar contigo.
Michelle miró a Lisa con desconfianza. Nadie simpatizaba con Lisa… todos decían que era una mocosa insoportable. ¿Qué quería? ¿Acaso iba a burlarse de ella? Pero Lisa se acercó más y se sentó junto a ella. Aliviada Michelle se dejó caer de nuevo en la blanda tierra.