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– ¿Es verdad que eres adoptada? -preguntó de pronto Lisa.

– ¿Y qué?

– No estoy segura -replicó Lisa. Luego agregó:- Mi madre murió hace cinco años.

Ahora Michelle estaba intrigada. ¿Por qué había dicho eso Lisa? ¿Acaso trataba de trabar amistad con ella? ¿Por qué razón?

– No sé qué pasó con mis padres -aventuró -. Es posible que hayan muerto. O tal vez simplemente no me quisieron.

– Mi padre no me quiere -dijo Lisa con voz queda.

– ¿Cómo lo sabes? -Michelle se permitió tranquilizarse: Lisa no iba a burlarse de ella.

– Está enamorado de tu maestra. Desde que la conoció ella le ha gustado más que yo.

Michelle reflexionó sobre esto. Tal vez Lisa tuviera razón Tal vez las cosas hubieran ocurrido para ella de igual modo que habían ocurrido para Michelle cuando nació Jenny.

– A veces pienso que nadie gusta de mí -dijo.

– Sé que se siente. Nadie gusta de mí tampoco. Quizá podríamos ser amigas -sugirió Michelle.

Entonces los ojos de Lisa parecieron nublarse.

– No se. He… he oído cosas acerca de ti.

Michelle se puso tensa.

– ¿Qué clase de cosas?

– Bueno, que desde que te caíste del risco te ocurre algo malo.

– Soy coja -respondió Michelle-. Eso lo saben todos.

– No me refiero a eso. Oí decir… bueno, dicen que tú crees haber visto al fantasma.

Michelle se volvió a tranquilizar.

– ¿Te refieres a Amanda? No es un fantasma. Es mi amiga.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Lisa-. Por aquí no hay nadie que se llame Amanda.

– Sí que la hay -insistió Michelle-. Es mi amiga. ¿Adonde vas?

De pronto Lisa se puso de pie y empezó a alejarse de Michelle.

– Tengo… tengo que volver a casa ya -dijo nerviosamente Lisa.

Michelle se incorporó trabajosamente, con la mirada furiosa fija en Lisa.

– Me crees loca, ¿verdad?

Lisa sacudió la cabeza, indecisa.

Repentinamente la niebla empezaba a cerrarse alrededor de Michelle. Desde muy lejos podía oír la voz de Amanda llamándola.

– No estoy loca -dijo a Lisa en tono desesperado-, Amanda es real, y ahora está llegando. ¡Podrás conocerla!

Pero Lisa seguía retrocediendo ante ella. Poco antes de que las grises brumas la rodearan, Michelle la vio darse vuelta y echar a correr.

Igual que había corrido Susan Peterson.

CAPITULO 21

El funeral de Susan Peterson se llevó a cabo el sábado.

Estelle Peterson estaba sentada en el primer banco de la Iglesia Metodista, con la cabeza inclinada y los dedos retorciendo compulsivamente un pañuelo húmedo.

El ataúd de Susan estaba a solo unos metros de distancia, cubierto de flores con la tapa abierta. Junto a Estelle, Henry tenía la mirada estoicamente fija adelante, con el rostro cuidadosamente impávido.

Un murmullo bajo empezó a correr lentamente por la congregación. Estelle procuró no hacerle caso, pero cuando oyó cjue la voz de Constance Benson atravesaba los ininteligibles sonidos, finalmente se volvió.

Michelle Pendleton, ataviada con un traje gris y pesadamente apoyada en su bastón avanzaba lentamente por el pasillo central. La seguían sus padres, June llevando a la pequeña. Durante una fracción de segundo, los ojos de Estelle se encontraron con los de June. Rápidamente apartó la mirada. Volvió a oír la voz de Constance Benson.

– Vaya lugar para que ellos se presenten… -empezó a decir ésta, pero Bertha Carstairs, sentada junto a ella, le dio un codazo y Constance calló. Cuando los Pendleton se sentaron en un banco situado entre la puerta y el altar, comenzó la ceremonia por Susan Peterson.

Michelle podía sentir la hostilidad en torno a ella.

Era como si, en la iglesia, todas las miradas estuvieran fijas en ella, vigilándola, acusándola. Quería irse, pero sabía que no podría hacerlo. Si tan solo no fuera inválida… si tan solo pudiera levantarse y escabullirse en silencio. Su bastón, golpeteando en el suelo de madera dura, resonaría en toda la iglesia: el clérigo interrumpiría sus oraciones y entonces todos la mirarían abiertamente. Por lo menos mientras ella estaba sentada y quieta, ellos procuraban fingir que no la observaban, aunque ella sabía que lo hacían.

También June tuvo que obligarse a permanecer inmóvil, a mantener el rostro impasible, a soportar la interminable ceremonia. Ir al funeral había sido un error. Si Cal no hubiera insistido, ella jamás hubiera ido. Había discutido con él, pero inútilmente. El había insistido rígidamente en que Michelle no había tenido nada que ver con la muerte de Susan; por consiguiente no había motivos para que ellos no asistieran al funeral. June había tratado de razonar con él, había tratado de hacerle ver que para Michelle sería muy difícil sentarse en la iglesia, rodeada por todos los niños que habían sido sus amigos y escuchar la ceremonia. ¿Acaso Cal no se daba cuenta de eso? ¿No comprendía que no importaba que Michelle no le hubiera hecho nada a Susan? Lo que importaba era lo que la gente creía.

Pero Cal fue inconmovible. Por eso habían ido todos. June había oído a Constance Benson y estaba segura de que también Michelle la había oído. Había visto en los ojos de Estelle Peterson esa expresión de congoja, acusación y perplejidad.

Finalmente la ceremonia tocó a su fin. La congregación se puso de pie mientras el féretro era lentamente llevado por el pasillo, seguido por Estelle y Henry Peterson. Cuando pasaron frente a los Pendleton, Henry miró a Cal ceñudo, con ojos duros y desafiantes; Cal sintió una opresión en el estómago. Tal vez, pensó, June tuvo razón… tal vez no habríamos debido venir. Pero entonces, mientras los bancos empezaban a vaciarse en el pasillo, Bertha Carstairs se detuvo y le estrechó la mano.

– Yo… yo solo quiero que sepan -tartamudeó- que mi familia y yo lamentamos tanto todo eso. Parece que desde que ustedes vinieron a Paradise Point las cosas han… bueno… -Se le apagó la voz, pero se encogió de hombros de modo elocuente.

– Gracias -respondió Cal con suavidad-. Pero no importa. Ahora todo irá bien. A veces ocurren accidentes…

– ¡Accidentes! -Era Constance Benson, que apretaba con fuerza la mano de su hijo Jeff-. ¡Lo sucedido a Susan Peterson no fue ningún accidente!

Luego salió de la iglesia tempestuosamente, mientras el rostro de Cal se ponía mortalmentc pálido.

De pronto los Pendleton quedaron solos. June miró en torno, desvalida, buscando una cara amistosa, pero no la encontró. Hasta los Carstairs habían desaparecido, perdidos en la multitud alrededor de los Peterson.

– Vamonos -dijo-. ¿Por favor? Vinimos. Estuvimos aquí. Ahora, ¿no podemos irnos a casa?

Frente a ella, Michelle permanecía inmóvil, en silencio, mientras las lágrimas le corrían por la cara.

Corinne Hatcher se había escabullido de la iglesia con Tim y Lisa Hartwick, poco antes de terminar la ceremonia. A Corinne Hatcher no se le había ocurrido dejar de ir al funeral, pero sí se le había ocurrido que, si se quedaba después de la ceremonia, podía verse en una posición insostenible. Se esperaría de ella (en realidad, se la obligaría) que admitiera que en Paradise Point había muchas personas que pensaban que Michelle había "hecho" algo a Susan. Además, quizá hubiera que alinearse ya fuese con los Peterson o con los Pendleton. Pero por fin eso había terminado.

– Me pregunto si Michelle mató a Susan -dijo Lisa desde el asiento posterior del auto de Tim.

– No seas tonta -empezó Corinne, pero Lisa la interrumpió con presteza.

– Pues yo creo que lo hizo. Creo que los chicos tienen razón… está loca.

– Ya te lo he dicho antes, Lisa -dijo Tim con calma-. No hables de cosas sobre las cuales no sabes nada.

– Pero sí sé sobre ella. -La voz de Lisa empezó a cobrar ese tono lloriqueante que tanto irritaba a Corinne. Esta se volvió para mirar a la niña.