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Había pulso.

Al principio Cal creyó que lo estaba imaginando, pero un momento más tarde lo supo: Billy Evans estaba aún vivo.

"¿Por qué no puede estar muerto?", preguntó en silencio Cal. "¿Por qué tiene que defenderse de mí"?

De mala gana se inclinó sobre Billy, obligándose a examinarlo.

Tendría que mover al niño.

Vaciló. Apenas unas semanas antes, había levantado a su propia hija. Ahora ella estaba lisiada. El pánico lo dominó y durante una fracción de segundo se sintió paralizado. Después, lentamente, su cerebro empezó a razonar.

Cuando llegara la ambulancia, los enfermeros moverían a Billy. Tal vez él debía esperar.

Pero era médico. Tenía que hacer algo.

Además, si no lo hacía, estaba seguro de que Billy habría muerto cuando llegara la ambulancia… podía ver la constricción en el cuello del niño que se ahogaba lentamente. Para que Billy sobreviviera, Cal debía enderezarle el cuello.

Empezó a mover la cabeza de Billy.

Cuando el flujo de aire penetró más libremente en sus pulmones, Billy empezó a cambiar de color. Desapareció el tinte azulado. Luego, bajo la mirada de Cal el niño comenzó a respirar con más facilidad.

Cal se permitió tranquilizarse.

Billy Evans iba a vivir.

A lo lejos se oyó la sirena de la ambulancia. Para Cal, ese sonido fue una sinfonía de esperanza.

Cuando el sonido de la ambulancia se hizo más intenso, June se puso de pie y se acercó a la ventana. Desde donde se hallaba, no pudo ver nada… solo una punta de la valla, siniestramente visible, mientras el edificio le bloqueaba la visión del resto.

– No puedo soportarlo -dijo-. Tim, por favor, vaya a ver lo que está pasando.

Tim Hartwick asintió. Iba a salir del consultorio cuando se detuvo en la puerta.

– Dije a la señora Evans que viniera aquí. ¿Seguro que no quiere que espere con usted?

Miró sutilmente a Michelle que estaba sentada en una silla de respaldo recto con la mirada fija en el vacío, el rostro congelado en una expresión atónita.

– Si ella llega antes de que usted regrese, yo me haré cargo -insistió June -. Usted solo averigüe… averigüe si está vivo.

Media hora más tarde, solo quedaban en la escuela Michelle, June y Tim. La ambulancia con Billy y Cal atrás había partido hacia la clínica, y la madre de Billy los había seguido, insistiendo en que podía manejar sola cuando se le aseguró que su hijo aún estaba vivo. La pequeña multitud que se había congregado en el patio escolar, se había dispersado con rapidez: la gente salía en pequeños grupos, cuchicheando y, a veces, mirando hacia la escuela donde sabían que Michelle Pendleton se encontraba todavía en el consultorio de Tim Hartwick.

Tim hizo señas a June de que se reuniera con él en el pasillo un momento.

Cuando estuvieron solos, le dijo que deseaba hablar con Michelle.

– ¿Tan pronto? -preguntó June-. Pero… ¡ella está muy alterada!

– Tenemos que averiguar qué pasó. Creo que si hablo con ella ahora, antes de que haya tenido ocasión de pensar realmente en ello, obtendré lo más cercano a la verdad.

Los instintos maternales de June saltaron en defensa de su hija.

– Quiere decir, ¿antes de que ella haya tenido oportunidad de inventar un cuento?

– Eso no es lo que dije; ni lo que quise decir -se apresuró a responder el psicólogo-. Quiero hablar con ella antes de que su mente haya tenido oportunidad de hacer que lo sucedido le parezca lógico. Y quiero averiguar por qué estaba tan segura de que Billy había muerto.

– Está bien -repuso por fin June, a regañadientes-. Pero no la presione… ¿por favor?

– Jamás haría eso -respondió Tim con dulzura.

Dejó a June sola en el pasillo y volvió con Michelle.

– ¿Por qué creíste que Billy estaba muerto? -preguntó Tim con suavidad. Había tardado diez minutos en convencer a Michelle de que su amiguito no había muerto, y aún no estaba seguro de que ella le creyera-. No cayó de muy alto…

– Simplemente lo supe -replicó Michelle-. Se nota.

– ¿Se nota? ¿Cómo?

– Pues… pues por… cosas. Usted sabe.

Hartwick esperó un momento pero cuando Michelle no continuó, decidió pedirle que le volviera a contar lo sucedido. Escuchó sin interrumpirla mientras ella volvía a relatar la historia.

– ¿Y eso es todo? -preguntó cuando ella hubo terminado. Michelle movió la cabeza, asintiendo.- Ahora quiero que pienses con mucho cuidado. Quiero que repases todo de nuevo y trates de recordar si omitiste algo.

Michelle volvió a relatar de nuevo lo sucedido. En esta misión, Tim la interrumpió a veces, tratando de aguijonear su memoria en busca de detalles.

– Dime, cuando Billy empezó a caminar en lo alto de la valla, ¿dónde te encontrabas tú?

– En el extremo de ella, justo donde él la trepó.

– ¿La estabas tocando? ¿Apoyándote en ella? Michelle arrugó un poco la frente, procurando recordar.

– No. Estaba usando el bastón. Me apoyaba en mi bastón.

– Muy bien -repuso Tim-. Ahora, cuéntame de nuevo lo que pasó mientras Billy caminaba por la baranda.

La niña lo contó exactamente igual que antes.

– Yo lo estaba mirando -dijo Michelle-. Le estaba diciendo que tuviera cuidado, porque temía que pudiera caerse, y entonces él tropezó, solo tropezó y cayó. Traté de sostenerlo, pero no pude… estaba demasiado lejos y yo… bueno, ya no puedo moverme muy rápido.

– Pero, ¿en qué tropezó? -insistió Tim.

– No lo sé, no pude ver.

– ¿No pudiste ver? ¿Por qué? -Se le ocurrió una idea-. ¿Había niebla acaso?

Durante una fracción de segundo, hubo un resplandor en los ojos de Michelle; pero luego sacudió la cabeza.

– No. No pude ver porque no soy lo bastante alta. Tal vez… tal vez sobresaliera un clavo.

– Tal vez -admitió Tim. Luego agregó -: ¿Y Amanda? ¿Estaba allí?

De nuevo, durante apenas una fracción de segundo, hubo ese resplandor en los ojos de Michelle. Pero luego volvió a sacudir la cabeza diciendo:

– No.

– ¿Estás segura? -le insistió Tim-. Podría ser muy importante.

Entonces Michelle sacudió la cabeza de modo más terminante.

– ¡No! -exclamó-. No había niebla y Amanda no estaba conmigo. ¡Billy tropezó! Eso fue todo, solo tropezó. ¿No me cree usted?

Tim pudo ver que la niña estaba al borde de las lágrimas.

– Por supuesto que sí -le dijo, sonriéndole-. Te gusta Billy Evans, ¿verdad?

– Sí.

– ¿Alguna vez te fastidió?

– ¿Fastidiarme?

– Ya sabes… como lo hacía Susan Peterson y algunos otros chicos.

– No -respondió Michelle. De nuevo Tim creyó advertir una vacilación.

Algo había que Michelle no le estaba diciendo. Pero el psicólogo no estaba seguro de poder sonsacárselo. Algo la retenía. Era como si estuviese protegiendo algo. Tim creía saber que era.

Amanda.

Amanda, el lado oscuro de Michelle, había hecho algo, y Michelle la estaba protegiendo. Tim sabía que pasaría mucho tiempo antes de que pudiera convencer a Michelle de que abandonara a su "amiga".

Mientras se preguntaba qué decir luego, Michelle buscó de pronto su mirada.

– El morirá, -dijo con voz clara.

Tim Hartwick la miró con fijeza, sin saber si la había oído bien. Entonces, con voz todavía suave pero muy clara, Michelle repitió las palabras.

– Se que Billy va a morir.

June conducía lentamente; Cal iba junto a ella en el asiento delantero, y Michelle atrás. Cada uno estaba en su propio mundo privado, aunque tanto Cal como June estaban pensando en Billy Evans, que yacía en la clínica en estado de coma. Josiah Carson había hecho todo lo posible por el niño, y había administrado un sedante ligero a Cal. Al día siguiente vendría un neurólogo de Boston. Pero tanto Cal como Josiah estaban seguros de que el especialista no haría más que corroborar lo que ellos ya sabían: la estrangulación de Billy había durado demasiado; había lesión cerebral. No se sabrían los alcances de la lesión hasta que Billy saliera del coma.