– Bueno, supongo que no importa.
Pero sí importaba, y June lo sabía. Algo estaba ocurriendo… algo en lo que ella no quería pensar. Acercándose a la cuna, levantó a Jenny. La pequeña dormía ahora, emitiendo unos lloriqueos. Cuando ella la levantó, Jenny tosió un poco; luego se aflojó en los brazos de su madre. June sonrió a Michelle.
– ¿Ves? Solo hacen falta los brazos cariñosos de una madre.
Miró con más atención a Michelle. Tenía los ojos despejados; no parecía haber estado durmiendo apenas unos minutos atrás.
– ¿No podías dormir, linda?
– No. Solo hablaba con Amanda. Entonces Jenny empezó a llorar, por eso vine.
– Bueno, espera a que la acomode, después hablaremos un poquito, ¿quieres?
Los ojos de Michelle se nublaron. Por un momento, June temió que fuera a negarse. Pero luego Michelle se encogió de hombros diciendo:
– Está bien.
June acostó de nuevo a Jennifer en la cuna; después ofreció a Michelle su brazo para que se apoyara.
– ¿Dónde está tu bastón?
– Lo dejé en mi habitación.
– Vaya, es una buena señal -dijo June, esperanzada. Pero al recorrer el pasillo, le pareció que Michelle apenas podía caminar. Sin embargo no dijo nada hasta que Michelle estuvo acostada en su cama, apoyada en las almohadas.
– ¿Duele mucho? -preguntó, tocando suavemente la cadera de Michelle.
– A veces. Ahora. Pero otras veces no. Cuando Amanda está cerca es mejor.
– ¿Amanda? -repitió suavemente June-. ¿Sabes quién es Amanda?
– En realidad, no -repuso Michelle-. Pero creo que antes vivía aquí.
– ¿Cuándo?
– Hace mucho tiempo.
– ¿Dónde vive ahora?
– No estoy muy segura. Creo que sigue viviendo aquí.
– Michelle… ¿quiere algo Amanda?
Michelle asintió con la cabeza.
– Quiere ver algo. No sé en realidad qué es, pero se trata de algo que Amanda tiene que ver. Y yo puedo mostrárselo.
– ¿Tú? ¿Cómo?
– No… no lo sé. Pero se que puedo ayudarla. Y es mi amiga, de modo que debo ayudarla, ¿verdad?
A June le pareció que esto era un ruego de confirmación.
– Por supuesto -le contestó-. Si ella es verdaderamente tu amiga. Pero ¿y si no es tu amiga? ¿Y si en realidad quiere hacerte daño?
– Pero no es así -replicó Michelle -. Sé que no. Amanda jamás me haría daño. Jamás.
June vio que su hija cerraba los ojso y se dormía.
Se quedó con ella largo rato, teniéndole la mano y vigilando su sueño. Más tarde, cuando la primera débil luz empezaba a brillar entre la oscuridad, June besó ligeramente a Michelle y volvió a la cama.
Intentó dormir, pero sus pensamientos, tan cuidadosamente relegados, volvieron para atormentarla.
No había oído llorar a Jenny porque la puerta estaba cerrada.
Pero ellos nunca cerraban la puerta.
Y Michelle había tenido en las manos una almohada.
Saliendo otra vez de la cama, June regresó a la nursery.
Cuidadosamente, cerró la puerta que comunicaba con el pasillo y guardó la llave en el bolsillo de su bata.
Solo entonces pudo dormir, y se odió por ello.
CAPÍTULO 25
Sábado por la mañana.
En cualquier mañana común de sábado, June habría despertado lentamente, se habría desperezado con exuberancia y habría deslizado sus brazos en torno a su marido.
Pero desde mucho tiempo atrás no hacía eso, ni la mañana del sábado ni cualquier otra mañana.
En esta mañana de sábado, estaba bien despierta pero cansada.
Miró el reloj: las nueve y media.
Se volvió del otro lado, para ver si Cal estaba todavía durmiendo.
Se había ido.
June se sentó, dispuesta a levantarse; luego se permitió reclinarse otra vez en la almohada.
Su mirada se desvió hacia la ventana.
Afuera el cielo estaba plomizo y los árboles, donde las hojas que aún quedaban habían perdido su brillo bajo la luz gris, empezaban a verse ralos y fatigados. Pronto las hojas desaparecerían totalmente. June tembló un poco, anticipando el invierno venidero.
Se puso a escuchar los sonidos habituales de la mañana… Jennifer debía de estar llorando y ella debía poder oír a Cal haciendo ruido en la cocina, simulando preparar su desayuno cuando en realidad solo procuraba despertarla a ella.
Pero esa mañana reinaba el silencio en la casa.
– ¿Hola?-llamó June, titubeante.
Como no hubo respuesta, abandonó la cama, se puso la bata, luego fue a la nursery.
La cuna de Jennifer estaba vacía y la puerta del pasillo se encontraba abierta. Arrugando la frente, June se dirigió al pasillo, cruzando el cuarto. Cuando llegó a los altos de la escalera, volvió a llamar con voz más fuerte.
– ¡Hola! ¿Dónde están todos?
– ¡Estamos aquí abajo!
Era Michelle, y al oírla, June sintió que se tranquilizaba. "Todo está bien", se dijo. "No ha ocurrido nada. Todo está bien". Solo en la mitad de la escalera se dio cuenta de cuan preocupada había estado, cuánto la había asustado el silencio matinal. Ahora, al entrar en la cocina, se dijo con seguridad que se estaba portando como una tonta. Todo lo imaginado la noche anterior, voló de sus pensamientos.
– ¡Que tal! Qué temprano se han levantado todos.
Después de mirarla, Cal siguió revolviendo unos cuantos huevos.
– Esta mañana estabas muerta para el mundo y alguien tenía que preparar el desayuno. Michelle me ayudó para que el desastre no fuera total.
Michelle estaba poniendo la mesa. Se la veía cansada, pero cuando June le guiñó un ojo, sonrió un poco, evidenteniente feliz de estar haciendo algo con su padre, aunque solo fuera estar poniendo la mesa.
– ¿Dormiste bien? -le preguntó.
– Me dolía bastante la cadera, pero esta mañana está bien.
En la casa reinaba una buena atmósfera, y June sabía la razón de eso: Billy Evans no había muerto. Cal lo había salvado, no le había hecho daño, y ahora, estaba segura, todo iba a estar muy bien. Quería decir algo, comentar sobre el agradable clima, pero temía que, de hacerlo, lo destruiría. En cambio se acercó a la camita, donde Jennifer dormía pacíficamente.
– Bueno, al menos no fui la única que se quedó dormida -dijo mientras levantaba a la pequeña. Jenny abrió los ojos y gorgoteó; después volvió a dormirse.
– Ella se despertó antes -declaró Cal-. Le di un biberón hace cosa de una hora. ¿Los quieres con tostadas?
– Bueno -respondió June, distraída. Con Cal preparando el desayuno, Michelle terminando de poner la mesa y Jennifer dormida, se sintió inútil de pronto.
– ¿Quieres que siga yo?
– Demasiado tarde -respondió Cal.
Sirvió los huevos, agregó dos o tres tajadas de tocino en cada plato y los llevó a la mesa. Al sentarse, consultó su reloj.
– ¿Ya tienes que irte? -preguntó June.
– El neurólogo debe llegar a eso de las diez. En realidad, yo tendría que estar ya allí.
– ¿Puedo ir contigo? -inquirió Michelle, Cal arrugó el entrecejo y June sacudió la cabeza.
– Creo que hoy mejor te quedas aquí -dijo evitando cuidadosamente mencionar a Billy Evans.
– Pero ¿por que? -insistió Michelle.
Su rostro empezó a ensombrecerse y June tuvo la seguridad de que habría una discusión. Sintió que la atmósfera matinal, relativamente tranquila, se esfumaba. Volviéndose hacia Cal preguntó:
– ¿Qué opinas tú?
– No sé. En realidad, supongo que no hay ningún motivo para que ella no venga conmigo. Pero no sé cuánto tiempo estaré allí- agregó volviéndose hacia Michelle -. Es posible que te aburras.
– Solo quiero ver a Billy. Después podría ir a la biblioteca. O volver a casa caminando.
Está bien -aceptó Cal -. Pero no puedes pasarte todo el día merodeando por la clínica. ¿Está claro eso?
– Antes me lo permitías-, se quejó Michelle. Los ojos de Cal se desviaron, inquietos.