Pero no era así.
En cambio, habían querido ir en busca del fantasma. Jeff se daba cuenta de que eran principalmente Alison y Lisa quienes querían encontrar a Amanda, aunque las dos afirmaban que no existía. Empezar por el cementerio había sido idea de Sally, y al protestar Jeff, lo había acusado de tener miedo. Bueno, él no tenía miedo… no tenía miedo al fantasma, si realmente lo había, y no tenía miedo al cementerio, pero no quería tener problemas con su madre.
– ¡Si me preguntan, no creo que aquí haya absolutamente nada!
Alison Adams movió la cabeza, asintiendo. Se detuvo en medio del cementerio, con las manos apoyadas en las laderas.
– ¿A quién le interesa una vieja lápida? Bajemos a la playa… ¡por lo menos eso puede ser divertido!
Los cuatro niños emprendieron el regreso hacia la casa de los Benson Benson y hacia el sendero que les permitiría bajar por la faz del risco. Fue Lisa quien de pronto se detuvo y señaló la figura de Michelle que lentamente subía hacia ellos por el camino.
– Aquí viene -dijo Lisa-. La loca Michelle.
– No está loca -respondió Sally-. Quisiera que dejen de hablar así.
– Pues si no está loca, ¿cómo se explica que nadie haya visto el fantasma, salvo ella? -inquirió Lisa.
– ¡Deja de decir eso! -exclamó Sally que se estaba poniendo furiosa y no trataba de ocultarlo-. Todo porque no hayas visto el fantasma, no significa que no lo haya.
– Pues si lo hay, ¿por qué no haces que Michelle nos lo muestre? -se burló Lisa.
Sally ya estaba harta.
– ¡No te soporto más, Lisa Hartwick! ¡Eres peor de lo que fue Susan!
Y apartándose del grupo, echó a andar hacia Michelle, llamándola:
– ¡Michelle! ¡Michelle espera!
En el camino, Michelle se detuvo y miró a los cuatro niños con curiosidad. ¿Qué querían? Pero mientras Sally se acercaba oyó la voz de Jeff Benson.
– Oye, Michelle… ¿a quién mataste hoy?
Sally se detuvo de pronto y se volvió para clavar la mirada en Jeff. Michelle se quedó inmóvil un momento, tratando de entender a qué se refería él. Luego comprendió.
Susan Peterson.
Billy Evans.
Jeff creía que ella los había matado. Pero no lo había hecho… sabía que no lo había hecho.
Sintiendo que los ojos se le llenaban de lágrimas, se esforzó por controlarlas. No permitiría que ellos la vieran llorar… ¡no lo permitiría! Una vez más echó a andar por el camino, moviéndose lo más rápido que podía. De pronto la cadera le palpitaba de dolor, pero procuró no hacerle caso.
¿Dónde estaba Amanda? ¿Por qué Amanda no venía en su ayuda?
Y entonces Sally la alcanzó.
– ¿Michelle? ¡Michelle, lo siento! No sé por qué él dijo eso. ¡No quiso decirlo!
– Sí que quiso -respondió Michelle suavemente, con voz temblorosa por el llanto que desesperadamente trataba de contener-. Cree que yo los maté. ¡Todos creen que yo los maté! ¡Pero no lo hice!
– Lo sé. Te creo. -Sally hizo una pausa, sin saber qué hacer-. ¿Por qué no vienes a mi casa? -sugirió-. No tenemos por qué quedarnos aquí escuchándolos.
Michelle sacudió la cabeza negativamente.
– Me voy a casa -respondió-. Solo déjame tranquila. Quiero irme a casa.
Sally tendió una mano para tocar a Michelle, pero ésta se encogió, apartándose de ella.
– ¡Solo déjame tranquila! ¿Por favor?
Sally retrocedió, preguntándose qué hacer. Rápidamente miró a los tres niños, que parecían estar esperándola; luego otra vez a Michelle.
– Está bien -dijo-. ¡Pero le diré a Jeff Benson lo que opino de él!
– Eso no importará -repuso Michelle-. No cambiará nada. -Y sin despedirse de Sally se alejó.
Sally la miró irse; luego emprendió el regreso hacia Jeff y las dos niñas. Cuando estuvo a pocos metros de ellos se detuvo y apoyó las manos en las caderas.
– Eso fue mezquino y cruel, Jeff Benson.
– ¡No fue nada de eso! -replicó Jeff con brusquedad-. ¡Dice mi madre que no entiende por que no la encierran! ¡ Está loca!
– ¡No tengo por que seguirte escuchando! Me voy a casa. Vamos, Alison.
Con expresión de enojo, Sally giró sobre sí misma y se dirigió al camino. Después de vacilar un instante, Alison la siguió.
– ¿Vienes, Lisa?
– Quiero bajar a la caleta -gimoteó Lisa.
– Pues ve a la caleta -le contestó Alison -. Yo me voy con Sally.
– ¿Qué importa? -gritó Lisa a las niñas que se marchaban-. ¿Qué importa lo que ustedes hagan? ¿Por qué no van a ver a su amiga, la loca?
Sin hacerle caso, Sally y Alison siguieron alejándose. Cuando vio que no obtendría una reacción de ellas, Lisa se encogió de hombros.
– Ven -dijo a Jeff-. Te juego una carrera por el sendero.
Cojeando penosamente, Michelle subió los escalones delanteros y cruzó la galería. Abrió la puerta, penetró en la casa y permaneció un momento inmóvil, escuchando.
No se oía ruido alguno, salvo el suave tic-tac del reloj en la sala.
– ¿Mamá?
Al no obtener respuesta, Michelle empezó a subir la escalera. En su cuarto estaría a salvo.
A salvo de las terribles palabras de Jeff Benson.
A salvo de sus acusaciones.
A salvo de las sospechas que sentía en torno de ella.
Por eso su madre no había querido que fuera esa mañana con su padre.
Su madre creía lo mismo que creía Jeff Benson.
Pero no era cierto… ella sabía que no era cierto.
Entró en su pieza, cerró la puerta y se acercó a la ventana. Levantó su muñeca y la acunó en sus brazos.
– ¿Amanda? Por favor, Amnda dime que está pasando. ¿Por qué todos me odian?
– Están diciendo mentiras sobre ti -le susurró la voz de Amanda-. Quieren llevarte lejos, por eso dicen mentiras acerca de ti.
– ¿Llevarme lejos? ¿Por qué quieren llevarme lejos?
– A causa mía.
– No… no comprendo.
– A causa mía -repitió Amanda-. Ellos siempre me odian. No quieren que tenga ningún amigo. Pero tu eres mi amiga. Por eso ahora te odian también. Y te llevarán lejos.
– No me importa -repuso Michelle-. Esto ya no me gusta. Quiero irme lejos.
Michelle ya podía ver a Amanda. Estaba a corta distancia de ella, y sus ojos pálidos y relucientes a la luz gris del día nublado, parecían penetrar en Michelle.
– Pero si dejas que te lleven lejos -oyó decir a Amanda-, ya no podremos ser amigas.
– Tú también puedes venir -sugirió Michelle-. Si me llevan lejos, puedes venir conmigo.
– ¡No! -De pronto la voz de Amanda fue brusca y Michelle retrocedió instintivamente, apretando la muñeca contra su pecho. Amanda se acercó a ella con una mano extendida.- No puedo ir contigo. Tengo que quedarme aquí -agregó tomando la mano de Michelle-. Quédate conmigo, Michelle. Quédate conmigo y obligaremos a todos a que dejen de odiarnos.
– ¡No quiero hacerlo! -protestó Michelle-. No sé qué quieres tú. Siempre prometes ayudarme, pero siempre ocurre algo. Y me culpan a mí por eso. ¡Es culpa tuya, pero me culpan a mí! ¡No es justo! ¿Por qué iban a culparme, cuando eres tú?
– Porque somos lo mismo -respondió Amanda con voz queda-. ¿No entiendes eso? Somos exactamente lo mismo.
– Pero yo no quiero ser como tú -replicó Michelle-. Quiero ser como yo. Quiero ser como solía ser antes de que tú vinieras.
– No digas eso -siseó Amanda. Su rostro, ahora furioso, estaba retorcido en una expresión de odio.- Si vuelves a decir eso, te mataré. -Hizo una pausa mientras sus ojos lechosos parecían brillar con luz propia-. Puedo hacerlo. Tú sabes que puedo -dijo con suavidad.
Aterrorizada, Michelle se apartó de la figura ataviada de negro. Quería huir, pero sabía que no era posible. Sabía que Amanda le estaba diciendo la verdad.