Si no hacía lo que Amanda quería que hiciera, ésta la mataría.
– Está bien -dijo-. ¿Qué quieres que haga?
Cuando pronunció estas palabras, la cólera pareció extinguirse en el rostro de Amanda, que sonrió diciendo:
– Llévame al risco. Quiero ir al risco, allá junto al cementerio. -Volvió a tomar la mano de Michelle para conducirla fuera de la habitación.- Esta es la última vez -agregó con suavidad-. Después de esto, todo habrá terminado y ya no se volverán a reír de mí.
Michelle no estaba segura a qué se refería Amanda, pero no importaba, solo sabía que aquello casi había terminado.
"Esta es la última vez", había dicho Amanda.
Tal vez las cosas fueran a estar bien, después de todo. Tal vez después de que ella hiciera lo que Amanda quería, las cosas iban a estar bien.
Saliendo de la casa, echó a andar lentamente hacia el cementerio.
June Pendleton permanecía muy quieta, contemplando fijamente la tela que estaba sobre su caballete.
Corno había llegado allí, no lo sabía.
Sin embargo allí estaba, aterrorizándola. Largo rato la había estado contemplando… era como si aquel cuadro la hubiera atrapado en quién sabe qué estado hipnótico.
Era el mismo cuadro que ella había encontrado en el armario.
Solo que ahora estaba terminado.
Lo contemplaba con absoluto horror, incapaz de captarlo totalmente.
El boceto era ahora una pintura completa.
Había dos personas, un hombre y una mujer.
La cara del hombre seguía oculta a la vista. Pero la cara de la mujer, no.
Era una cara hermosa, con pómulos altos, labios gruesos y frente despejada. Los ojos, verdes y brillantes, tenían forma de almendra y parecían reír.
El cuadro habría sido bello, salvo por dos cosas.
La mujer sangraba.
De su pecho y de su garganta brotaba sangre a raudales, que se derramaba por su cuerpo, goteando en el suelo. En contraste con la serena expresión del rostro, la sangre tenía una cualidad grotesca. Era casi como si la mujer no supiera que se estaba muriendo.
Y garabateado sobre el cuadro, en el mismo color carmesí de la sangre que brotaba de la mujer moribunda, había una sola palabra: ¡Prostituta!
A June le resultaba difícil mirar nada en el cuadro, salvo la cara de la mujer, pero mientras la observaba, tratando de desentrañarla, empezó a darse cuenta de que el trasfondo del cuadro, le resultaba conocido.
Era el estudio.
Allí estaban las ventanas, y más allá el océano. Las dos figuras se hallaban sobre un diván. June cruzó lentamente el estudio, hasta que su perspectiva de las ventanas y del mar fue la misma que se veía en la tela.
Miró en derredor, tratando de ubicar al diván del cuadro. Había estado un poco a la izquierda, separado de la pared, más o menos un metro y medio.
Comprendió dónde había estado antes de mirar en realidad.
La mancha.
La antigua mancha que ella había procurado limpiar con tanto empeño.
Se obligó a mirar el sitio.
– ¡No! -Gritó esta palabra; después la volvió a gritar.- iDios santo, no! ¡Esto no está ocurriendo!
En el suelo, sin que se viera desde dónde, se estaba extendiendo una mancha. June se quedó paralizada, sin poder apartar los ojos de este sitio.
Sí, era sangre.
– ¡No! -Emitió una vez más esta palabra; luego recurriendo a toda su fuerza de voluntad, huyó del estudio.
Acostada en su cuna, Jennifer, olvidada por su madre, empezó a llorar, suavemente al principio, después más fuerte.
En la clínica, Josiah Carson y Cal Pendleton permanecían silenciosos en su consultorio, aguardando que el neuro-cirujano terminara su autopsia.
En el instante en que murió Billy Evans, Cal se había tomado la responsabilidad de su muerte.
– Yo lo moví. Debí haber esperado.
– Tuvo que moverlo -le contestó Josiah-. Llegó demasiado tarde, nada más. Si tan solo hubiera llegado antes a su lado… -Carson dejó que su voz se apagara permitiendo que las palabras penetraran en el hombre aturdido que tenía adelante, seguro de que Pendleton estaba recordando el pánico que lo había dominado el día anterior. Entonces, ya seguro de que Cal lo entendía, agregó en tono consolador:- Cuando usted llegó a su lado, el daño ya estaba hecho. En realidad no es culpa suya, Cal.
Antes de que Cal pudiera responder, sonó el teléfono. Al atender, Carson reconoció la voz de June Pendleton, supo que estaba llorando.
Algo había ocurrido.
Sollozaba, casi incoherente, pero Josiah comprendió que quería que ellos fueran inmediatamente a la casa.
– Cálmese, June -le dijo-. Cal está aquí mismo, conmigo. Estaremos allí lo antes posible. -Tras una pausa agregó:- June, ¿hay alguien lastimado?
Escuchó un momento, luego le indicó quedarse donde estaba. Mientras volvía a poner el auricular en la horquilla, Cal lo miró con fijeza.
– ¿Qué pasó? Josiah, ¿qué pasó?
– No estoy seguro -replicó Carson-. June quiere que vayamos a su casa enseguida. No hay nadie lastimado, pero algo ocurre. Venga.
Se puso de pie, pero Cal vaciló.
– ¿Y qué hay de…?
– ¿Billy? Ya está muerto, Cal. Nada podemos hacer por él. Vamos.
– ¿No explicó ella qué pasaba? -preguntó Pendleton mientras tomaba su chaqueta.
Sin hacer caso de la pregunta, Carson condujo a Cal fuera de la oficina.
Cuando salían de la clínica, Josiah Carson comprendió qué estaba ocurriendo. Todo estaba a punto de concluir. No sabía cómo, pero estaba seguro. June Pendleton había descubierto algo.
Algo que lo explicaría todo.
O lo empeoraría.
June acababa de colgar el teléfono y se preguntaba qué hacer luego, cuando de pronto empezó a sonar. "No viene", pensó. "Es Cal y no viene. Me dirá que está ocupado y que no puede venir. ¿Qué voy a hacer?"
Levantó el auricular.
– ¿Cal?
– ¿June? Habla Corinne Hatcher.
– Oh… -la voz de June titubeó-. Lo lamento. Recién estuve hablando con Cal. Pensé… pensé que tal vez me estaría llamando nuevamente.
– No la demoraré mucho. Oiga, quizás esto suene a locura, pero ¿ha visto usted hoy a Lisa Hartwick? Estoy con Tim y la estamos buscando. Ella y unos amigos suyos… bueno, parece una tontería, pero fueron a buscar fantasmas.
June no había oído nada, salvo que Corinne estaba con Tim Hartwick.
– Corinne ¿pueden venir aquí, usted y Tim?-preguntó, tratando de mantener un tono calmado, razonable-. Algo extraño ha sucedido.
La maestra guardó silencio un momento. Luego repitió:
– ¿Extraño? ¿A qué se refiere?
– Ni siquiera puedo empezar a describirlo -respondió June-. Vengan, por favor.
En su voz había un matiz de pánico que hizo responder a Corinne:
– En seguida estaremos allí.
Sally Carstairs y Alison Adams cruzaron la calle y se encaminaron hacia la escuela, pensando tomar un atajo hasta la casa de Sally, del otro lado.
– No habríamos debido dejar a Lisa -estaba diciendo Sally-. Cuando lo sepa mamá, se enojará.
– No hay nada que pudiéramos haber hecho para evitarlo -replicó Alison-. Lisa es así… siempre hace lo que se le ocurre. Si tú también quieres hacerlo, perfecto, pero si no, ¡lástima!
– Creí que la estimabas.
Alison se encogió de hombros al responder:
– Creo que es buena persona. Solamente que está consentida.
Caminaron un momento en silencio; luego algo se le ocurrió a Alison.
– Pensé que eras su amiga.
– ¿De quién?
– De Michelle. Antes de que quedara lisiada, quiero decir.
– Lo era -respondió Sally, recordando cómo había sido Michelle apenas unas pocas semanas atrás-. Era gentil. Probablemente habría sido mi mejor amiga. Pero desde que se cayó ha permanecido más o menos sola.