Entonces, ¿por qué gritaba la niña?
Era la roca. Algo sobresalía de la roca. Pero, ¿que era?
Los últimos rastros de la niebla flotaron, alejándose; Michelle pudo ver con claridad. Era una pierna. La pierna de alguien sobresalía bajo la roca.
Y Amanda se estaba riendo. Amanda reía y le decía algo. Escuchó con atención, procurando oír las palabras de Amanda.
– Hecho está -decía Amanda-. Hecho está ya todo, y ahora puedo irme. Adiós, Michelle.
Una vez más rió dichosa, y después, el sonido de su voz se apagó en la distancia.
Ahora se oían otras voces. Voces que llamaban a Michelle, que le gritaban.
Se dio vuelta. Algunas personas corrían hacia ella.
Pronunciaban su nombre.
Michelle sabía qué querían de ella.
Querían atraparla, castigarla, enviarlalejos de allí.
Pero ella no había hecho nada. Era Amanda quien lo hizo. Ella no había hecho más que obedecer a Amanda. ¿Cómo podían culparla? Pero lo harían… ella sabía que lo harían.
Era como en su sueño.
Tenía que escapar de ellos. No podía dejar que la atraparan.
Echó a correr, demorada por su pierna coja. La cadera le palpitaba de dolor, pero procuró no hacerle caso.
Las voces se acercaban a ella… la estaban alcanzando. Se detuvo, tal como había hecho en su sueño, y miró atrás.
Reconoció a su padre y al doctor Carson. Estaba también su maestra, la señorita Hatcher. Y ese otro hombre… ¿quién era? Ah, sí, el señor Hartwick. ¿Porqué la perseguía? Ella había pensado que era su amigo. Pero no lo era, ahora sabía eso. Había estado tratando de engañarla. También él la odiaba.
Amanda. Solo Amanda era su amiga.
Pero Amanda se había ido.
¿Adonde?
No lo sabía.
Lo único que sabía era que debía escapar y que no podía correr.
Pero en su sueño había logrado huir. Desesperadamente procuró recordar qué había hecho en su sueño.
Había caído.
Eso era. Había caído, igual que Susan Peterson, Billy Evans y Annie Whitmore.
Y como Jeff Benson, caído bajo la roca.
Esa era la respuesta.
Caería y Amanda se haría cargo de ella.
Mientras las voces la rodeaban, le gritaban, Michelle Pendleton puso un pie fuera del risco.
Pero Amanda no acudió para hacerse cargo de ella. En el instante anterior a su caída en las rocas, lo supo.
Amanda no volvería jamás. Las rocas se extendieron hacia ella, tal como en el sueño. Solo que esta vez ella no gritó.
Esta vez Michelle se abandonó al abrazo de las rocas.
En la sala de recibo de la casa de los Pendleton reinaba el silencio, pero éste no ofrecía paz alguna a las cuatro personas que se hallaban rígidamente sentadas en torno a la chimenea. June parecía casi impasible, con los ojos fijos en el fuego que había encendido más temprano, que había encendido tan solo para quemar la muñeca. La había quemado, sí, y luego, como por un tácito consentimiento, el fuego había sido mantenido encendido.
Aún no sabían qué había ocurrido.
Josiah Carson se había ido a su casa, negándose a revelar a ninguno de ellos a qué se había referido en el estudio. Cal había tratado de repetir los confusos bisbiseos de Josiah, pero al parecer no tenían sentido. Finalmente, en algún momento de la tarde, Tim había ido al estudio, había contemplado largo rato la extraña pintura; después empezó a buscar, sin saber exactamente qué estaba buscando, pero sabiendo que allí, en alguna parte, debía haber algo… algo que les diera una respuesta.
Había encontrado los bocetos y los había llevado a la casa. Ellos los habían estudiado y habían visto con sus propios ojos cómo había muerto Susan Peterson y como había muerto Billy Evans.
Y cada uno de ellos, en uno u otro momento, había ido al estudio para mirar el cuadro cubierto de trazos carmesí que aún estaba apoyado en el caballete, como un misterioso eslabón con un pasado que ellos no comprendían.
Fue Corinne la primera en advertir la sombra. Era confusa, casi perdida en la vivida violencia del cuadro, pero cuando ella la señaló, todos la vieron.
Desde un rincón del cuadro aparecía una sombra que se proyectaba sobre el suelo hacia la moribunda Louise Carson.
Era en realidad una silueta. La silueta de una niña ataviada con un anticuado vestido y un gorro. Tenía un brazo levantado y en su mano parecía haber cierto objeto.
Para cada uno de ellos fue claro que el objeto que la niña tenía en la mano era un cuchillo.
Todos ellos sabían que Michelle había hecho los bocetos y el cuadro. Tim Hartwick insistía en que era la expresión del lado oscuro de su personalidad.
Debía de haber visto en alguna parte un retrato de Louise Carson cuya imagen había quedado en su mente. Y luego, cuando empezó a inventar a "Amanda'', había empezado a entretejer los cuentos de Paradise Point, la leyenda de esa otra Amanda, muerta tanto tiempo atrás. Para ella el fantasma había sido verdaderamente real. Aunque solo existió en su propia mente, había sido real.
A Lisa Hartwick se le administró un sedante y se la acostó. Cuando despertó se sintió confusa, después recordó dónde estaba.
Estaba en la cama de Michelle Pendleton, en la casa de Michelle Pendleton.
Bajando de la cama se acercó a la.puerta. Escuchó y oyó sonidos de voces que murmuraban abajo. Abrió la puerta y llamó a su padre.
– ¿Papá?
Un instante más tarde apareció Tim al pie de la escalera.
– No puedo dormir -se quejó Lisa.
– Bueno, no te preocupes. De todos modos, pronto nos iremos a casa.
– ¿Podemos irnos ya? -preguntó Lisa-. No me gusta estar aquí.
– Enseguida, linda -prometió Tim-. Vístete, entonces nos iremos.
Lisa volvió al dormitorio y empezó a vestirse. Sabía de qué estaban hablando abajo. Estaban hablando de Michelle Pendleton.
También Lisa quería hablar de ella y contar a todos lo que había visto en la playa.
Pero temía hacerlo.
Estaba segura de que si se los decía, ellos creerían que también ella estaba loca.
Mientras bajaba la escalera decidió que jamás les contaría lo que había visto. Además, tal vez no lo hubiera visto en realidad.
Tal vez en realidad no había habido nadie allá arriba, con Michelle. Tal vez lo que ella había visto no había sido una niñita de vestido negro, con un gorro.
Tal vez había sido tan solo una sombra.
EPILOGO
Jennifer Pendleton cumplía doce años.
Jennifer se había convertido en una hermosa niña, alta, rubia y de ojos azules como sus padres, con un rostro finamente cincelado que desmentía su juventud. Las personas que la conocían por primera vez, casi nunca se daban cuenta de lo joven que era, y a Jenny le gustaba fingirse mayor de lo que era. Si June y Cal se preocupaban cuando muchachos siete u ocho años mayores que su hija llamaban a Jenny pidiéndole citas, trataban de no demostrarlo: Jennifer no era solo bella, sino también inteligente, y si creía poder salirse con la suya, gozaba observando cómo sus padres se preocupaban por ella.
June Pendleton había llegado a ser una especie de anomalía en Paradise Point. Al pasar los años, esos doce años desde que los Pendleton llegaron de Boston anhelando una vida mejor y encontrando en cambio una pesadilla que había superado finalmente su comprensión, June se había dedicado cada vez más a su arte. Le había resultado difícil hacerse de amigos en Paradise Point: primero porque era una extraña, y mas tarde, aunque nunca se le dijo en la cara, porque ciertas personas en el pueblo jamás la habían perdonado por la locura de su hija. Aunque Michelle y su extraña demencia se incorporaron a la tradición del lugar, su madre seguía viviendo con ella, se le recordaba todos los días.
Al principio había querido irse y volver a Boston. Pero Cal se había negado. A través de todo lo sucedido, su amor por la casa nunca había disminuido. Y aunque nunca hablaba de eso, ni siquiera con su esposa, nunca había olvidado las extrañas palabras de Josiah Carson aquel día en el estudio. Fuese verdad o no lo que había dicho Carson, Cal optó por creerle. Estaba, por fin, libre de la culpa que lo había atormentado desde el día en que murió Alan Hanley. El no había matado a Alan, lo había hecho Amanda, tal como los había matado a todos, incluyendo su propia hija. De modo que se había quedado en Paradise Point sin hacer caso de lo que decían, y prosperando. Josiah Carson había abandonado Paradise Point casi inmediatamente después de morir Michelle. En el pueblo casi todos pensaron que algo había ocurrido con la mente de Carson: había pasado sus últimos días en Paradise Point, desvariando sobre la "venganza del pasado". Pero nadie le había prestado mucha atención. En cambio, las confusas murmuraciones de Carson no hicieron más que causar simpatía hacia Cal. Lentamente al principio, pero de manera inevitable, habían empezado a aceptarlo como el médico de la aldea. Después de todo no había ningún otro.