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Jenny sonreía ya mientras abría el paquete, y cuando sacó el regalo de la caja, su sonrisa se hizo más amplia.

Era una hermosa muñeca… ¡y qué vieja! Dándose cuenta de que debía ser una antigüedad, Jenny se preguntó dónde la habrían conseguido sus padres. Nunca había visto nada parecido. Tenía un vestido azul, puro volados y encaje, y un rostro de porcelana perfecto, rodeado por bucles oscuros sujetos con un gorro minúsculo.

Jenny la abrazó mientras susurraba:

– Eres bella. Qué bella eres.

Con su dolor y su ira totalmente disipados por el regalo, bajó corriendo.

– ¿Mamá? ¡Mamá! ¿Dónde estás?

– En la cocina -respondió June-. ¿Qué pasa?

Jenny irrumpió en la cocina y echó los brazos al cuello de su madre.

– jOh, mamá, gracias! ¡Gracias, gracias, gracias! Es hermosa. ¡Es simplemente perfecta!

Perpleja, June se desprendió de los brazos de su hija mientras riendo decía:

– Vaya, me alegro de que te guste. Pero ¿te importaría decirme de qué estás hablando?

– De mi muñeca -exclamó Jenny-. De mi hermosa muñeca. -Luego, mientras June se quedaba mirándola desconcertada, Jenny tuvo una inspiración-. ¡Ya sé cómo la voy a llamar! ¡La llamaré Michelle! Es un nombre tan lindo, y yo siempre deseé que Michelle y yo hubiéramos podido ser amigas. Era hermosa, ¿verdad? ¿Con cabello oscuro y bellos ojos pardos? ¡Apuesto a que la muñeca se parece exactamente a ella! Así que ahora podemos ser amigas. Oh, mamá, es simplemente maravilloso. ¿Dónde está papá? ¡Tengo que encontrarlo y darle las gracias!

Y luego se marchó, saliendo en busca de su padre.

June permaneció muy quieta, tratando de reconstruirlo todo. ¿Una muñeca? ¿Qué muñeca?

¿De qué estaba hablando Jenny?

Con lentitud, una idea comenzó a brotar en su mente. Entonces June salió de la cocina, rumbo a la escalera.

No podía ser cierto.

Sabía que no podía serlo.

Era totalmente imposible.

Pero Jenny iba a bautizar Michelle a la muñeca.

June subió la escalera.

Se detuvo ante la puerta de la habitación de Jenny.

La habitación que ella no había querido que Jenny ocupara.

Pero Jenny había insistido y ella había cedido.

Titubeante abrió la puerta y entró.

La muñeca estaba sobre la cama, y al verla June sintió que un alarido crecía en su interior.

Ella había quemado esa muñeca. Recordaba claramente haberla quemado doce años atrás.

Pero allí estaba, y no estaba quemada, y sus vidriosos ojos sin luz miraban fija y ciegamente a June.

Mientras los comienzos del pánico empezaban a dominar su mente, un recuerdo brotó en su interior, un recuerdo de su juventud.

Era un fragmento de una poesía de Milton:

"Viene la furia ciega con las aborrecidas tijeras

y corta el fino hilo de la vida".

Muy silenciosamente, June Pendleton empezó a llorar.

John Saul

***