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A Morgase le fallaron las piernas, y si Lini no hubiera andado lista para ponerle debajo una de las sillas, habría acabado sentada en el suelo. Alteima. La imagen de Gaebril observándolas a las dos mientras cotorreaban cobró un nuevo sentido: un hombre contemplando a sus dos gatas jugando. ¡Y otras seis! La ira hervía en su interior, una ira mayor que la experimentada cuando creyó que sólo iba tras su trono. Aquello lo había analizado fríamente, con tanta claridad como era capaz de analizar algo últimamente. Aquél era un peligro que había que contemplar con frío razonamiento. Pero ¡esto! Ese hombre había instalado cómodamente a sus mancebas en su palacio. La había convertido en una de sus fulanas. Quería su cabeza. Quería que lo desollaran vivo a latigazos. «La Luz me valga, quiero sentirlo a él. ¡Debo de estar loca!»

—Eso se resolverá junto con todo lo demás —dijo fríamente. Mucho dependía de quién estaba en Caemlyn y quién en sus posesiones del campo—. ¿Dónde están lord Pelivar, lord Abelle y lady Arathelle? —Éstos dirigían tres casas poderosas y mucha servidumbre.

—Exiliados —contestó lentamente Lini, que la miró de un modo raro—. Los exiliaste de la ciudad la pasada primavera.

Morgase le sostuvo fijamente la mirada. No recordaba nada de eso. Excepto que ahora, aunque borroso y distante, se acordaba de ello.

—¿Y lady Ellorien? —inquirió muy despacio—. ¿Lady Aemlyn y lord Luan? —Más casas fuertes. Más de las que la habían respaldado antes de subir al trono.

—Exiliados —repuso la niñera tan lentamente como antes—. Ordenaste que azotaran a Ellorien por exigir saber por qué. —Se inclinó para retirar el cabello de la cara de la reina, y sus nudosos dedos acariciaron la mejilla como hacían para comprobar si tenía fiebre—. ¿Te encuentras bien, pequeña?

Morgase asintió despacio, pero se debía a que estaba recordando, aunque de manera vaga. Ellorien gritando, injuriada, cuando le rasgaron el vestido por la espalda. La casa Traemane había sido la primera en prestar su apoyo a la de Trakand, y la portadora del ofrecimiento, Ellorien, una bonita y rellena muchacha pocos años mayor que la propia Morgase, se había convertido con el tiempo en una de sus amigas íntimas. Al menos, lo había sido. Elayne había recibido ese nombre en honor a la abuela de Ellorien. Vagamente recordó a otros abandonando la ciudad; distanciándose de ella, cosa que ahora resultaba obvia. ¿Y los que se habían quedado? O eran casas demasiado débiles para que sirvieran de ayuda o eran aduladores. Creyó recordar haber firmado numerosos documentos que Gaebril había puesto ante ella, otorgando nuevos títulos. Los lagoteros de Gaebril y sus enemigos; los únicos que había en Caemlyn fuertes y poderosos en la actualidad, estaba segura.

—Me importa poco lo que digas —adujo firmemente Lini—. No tienes fiebre, pero algo va mal. Lo que te hace falta es una Aes Sedai Curadora.

—Nada de Aes Sedai.

El tono de Morgase se hizo más duro si cabe. Volvió a toquetear su anillo, brevemente. Sabía que su animosidad hacia la Torre se había acrecentado últimamente más de lo que algunos podrían considerar razonable, pero era incapaz de confiar en unas personas cuya intención parecía ser ocultarle el paradero de su hija. La carta enviada a la nueva Amyrlin exigiendo el regreso de Elayne —nadie exigía nada a una Sede Amyrlin, pero ella lo había hecho— aún no había tenido contestación. Apenas debía de haber tenido tiempo para llegar a Tar Valon. Sea como fuere, estaba plenamente convencida de que no admitiría a una Aes Sedai cerca de ella. Y, sin embargo, al mismo tiempo, no podía pensar en Elayne sin sentirse llena de orgullo. Ascendida a Aceptada en tan poco tiempo. Elayne podía ser la primera mujer que se sentara en el trono de Andor siendo Aes Sedai, no sólo una alumna de la Torre. Era absurdo que pudiera sentir ambas cosas al tiempo, pero ahora mismo era poco lo que tenía sentido. Y muy bien podría ocurrir que su hija no se sentara nunca en el Trono del León si ella no se aseguraba de conservarlo.

—He dicho que nada de Aes Sedai, Lini, así que mejor será que dejes de mirarme así. Ya no puedes hacerme tragar una medicina amarga. Además, dudo que haya una sola Aes Sedai de cualquier Ajah en Caemlyn. —Sus antiguos partidarios ausentes, exiliados por su propia firma, y puede que ahora fueran sus enemigos más acérrimos por lo que le había hecho a Ellorien. Nuevos lores y ladis ocupando sus lugares en palacio. Nuevos rostros en la Guardia. ¿Cuántos leales le quedaban?—. ¿Reconocerías a un teniente de la guardia llamado Tallanvor, Lini? —Cuando la otra mujer asintió enérgicamente, continuó—: Encuéntralo y tráemelo aquí. Pero no le digas que va a reunirse conmigo. De hecho, si cualquiera de los del Alojamiento de los Jubilados te hace alguna pregunta, le dices que no estoy aquí.

—Hay algo más en todo esto que simplemente el tal Gaebril y sus mujeres, ¿verdad?

—Ve, Lini. Y apresúrate. No disponemos de mucho tiempo. —Por las sombras que veía en el jardín lleno de árboles a través de la ventana, el sol había pasado su cenit. La tarde se echaría rápidamente encima. La tarde, cuando Gaebril iría a buscarla.

Después de que Lini se hubo marchado, Morgase permaneció en la silla, sentada rígidamente. No se atrevía a ponerse de pie; las piernas habían recuperado las fuerzas, pero temía que si empezaba a caminar no se detendría hasta encontrarse de nuevo en su salita de estar, esperando a Gaebril. El impulso era muy intenso, sobre todo ahora que estaba sola. Y, una vez que él la mirara, una vez que la tocara, estaba convencida de que le perdonaría todo. Quizá lo olvidara todo, basándose en lo hilvanados e incompletos que eran sus recuerdos. De no saber que era imposible, habría pensado que Gaebril había utilizado el Poder Único con ella, pero ningún hombre capaz de encauzar había llegado vivo a su edad.

Lini le había dicho a menudo que siempre había un hombre en el mundo por el que una mujer se comportaría como una estúpida sin cerebro, pero jamás pensó que ella podría sucumbir a eso. Empero, nunca había estado muy acertada al elegir a un hombre por muy indicado que pareciera en principio.

Se había casado con Taringail Damodred por razones políticas. Él había estado casado con Tigraine, la heredera del trono cuya desaparición había provocado la Sucesión a la muerte de Modrellein. El matrimonio con él había creado un vínculo con la anterior reina, suavizando las dudas de la mayoría de sus oponentes, y, lo más importante, había mantenido la alianza que había puesto fin a las incesantes guerras con Cairhien. Así era como las reinas elegían a sus maridos. Taringail había sido un hombre frío, distante, y jamás hubo amor entre ellos a pesar de los dos maravillosos hijos que tuvieron; casi había sentido alivio cuando murió en un accidente de caza.

La relación con Thomdril Merrilin, el bardo de la casa y después de la corte, resultó gozosa al principio; era un hombre inteligente, ingenioso y alegre que utilizó los trucos del Juego de las Casas para ayudarla a subir al trono y, después de que lo consiguió, para ayudarla a fortalecer Andor. Aunque por entonces le doblaba la edad, se habría casado con él —los matrimonios con plebeyos no eran una práctica desconocida en Andor—, pero desapareció sin decir palabra, y su genio vivo se impuso. Nunca supo por qué se marchó, pero tanto daba. Cuando por fin regresó, seguramente habría anulado la orden de arresto; pero, por una vez, en lugar de apaciguar su rabia con suavidad había respondido con palabras duras a palabras duras, diciendo cosas que nunca podría perdonarle. Todavía le ardían las orejas cuando recordaba que la había llamado niña mimada y marioneta de Tar Valon. De hecho, había llegado a sacudirla por los hombros; ¡a ella, su reina!

Luego había sido Gareth Bryne, fuerte y competente, tan franco como su rostro y tan testarudo como ella; había resultado ser un necio traidor. Lo había apartado de ella; parecía que habían pasado años desde que lo vio partir en vez de los seis meses que hacía.