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Los guardias las condujeron delante de la mesa del señor y después se mezclaron con el resto de los espectadores. La mujer vestida de gris se adelantó, y los murmullos cesaron.

—Todos los asistentes presten atención —anunció la mujer—, porque hoy lord Gareth Bryne impartirá justicia. Prisioneras, se os ha traído a presencia de lord Bryne para ser juzgadas. —Entonces, no era la esposa del noble, sino alguna clase de oficial. ¿Gareth Bryne? Que Min recordara, ese hombre era capitán general de la Guardia Real, en Caemlyn. Si es que se trataba de la misma persona. Miró de soslayo a Siuan, pero ésta tenía prendidos los ojos en los anchos tablones del suelo, delante de sus pies. Fuera quien fuera, el tal Bryne tenía un aire cansado, abatido.

—Se os acusa —continuó la mujer de gris— de entrar ilegítimamente en una propiedad ajena de noche, de incendio premeditado y destrucción de un edificio y su contenido, de matar ganado valioso, de asalto a la persona de Admer Nem y del robo de una bolsa con oro y plata. Se da por hecho que el asalto y el robo fueron obra de vuestro compañero, quien se dio a la fuga, pero las tres sois igualmente culpables a los ojos de la ley.

Hizo una pausa para que las acusadas comprendieran bien lo que acababa de decir, y Min intercambió una mirada lastimosa con Leane. Así que Logain no había tenido bastante con lo que había hecho que también había tenido que robar. Probablemente se encontraba a mitad de camino de Murandy a estas alturas, si no más lejos aun. Al cabo de unos segundos, la mujer continuó:

—Los denunciantes están aquí para presentar sus acusaciones. —Hizo un gesto señalando al apiñado grupo de los Nem—. Admer Nem, sal a prestar testimonio.

El hombretón se adelantó con una actitud mezcla de prepotencia y timidez, dando tirones a la chaqueta allí donde los botones de madera tiraban de los ojales, a la altura del estómago, y retirándose el escaso cabello que no dejaba de caérsele sobre la frente.

—Como ya dije, lord Gareth, la cosa pasó así…

Hizo un relato bastante ajustado a la verdad sobre haberlos descubierto en el pajar y haberles ordenado que se fueran, aunque describió a Logain con un palmo más de altura y transformó el único puñetazo del hombre en una refriega en la que Nem había propinado tantos golpes como los que había recibido. La linterna había caído y la paja había prendido fuego. Entonces el resto de la familia había salido corriendo de la granja, cuando todavía no había amanecido. Habían logrado reducir a las prisioneras, y el establo había ardido como una tea. Después habían descubierto la desaparición de la bolsa del dinero en la casa. Quitó importancia a la parte en que el criado de lord Bryne había pasado a caballo de casualidad por allí mientras algunos miembros de la familia sacaban cuerdas y buscaban unas ramas sólidas donde colgarlas.

Cuando volvió a referirse a la «pelea» —esta vez parecía que estaba ganando él—, Bryne lo interrumpió.

—Eso será suficiente, maese Nem. Podéis regresar a vuestro sitio.

En lugar de ello, una de las mujeres Nem, de edad adecuada para ser esposa de Admer, se adelantó junto a él. Tenía la cara redonda, pero no suave, sino redonda como una sartén o como un canto de río. Y congestionada por la ira.

—Azotad bien a estas tunantas, lord Gareth, ¿me oís? ¡Azotadlas bien y llevadlas a rastras hasta Colina de Jorn!

—Nadie te ha pedido que hables, Maigan —dijo severamente la esbelta mujer de gris—. Esto es un juicio, no una petición de demanda. Volved a vuestro sitio, tú y Admer. Inmediatamente. —La pareja obedeció, Admer con más presteza que Maigan. La mujer de gris se volvió hacia Min y sus compañeras—. Si deseáis testificar para defenderos o mitigar la ofensa, podéis hacerlo ahora. —En su voz no había comprensión; de hecho, no reflejaba emoción alguna.

Min esperaba que Siuan tomara la palabra —era la que llevaba la batuta siempre, la que hablaba siempre—, pero la mujer no se movió ni levantó los ojos. En cambio, fue Leane quien se acercó a la mesa con la mirada prendida en el hombre sentado detrás.

Su postura era tan erguida como siempre, pero sus andares habituales —pasos largos y gráciles, pero pasos al fin y al cabo— se habían convertido en una especie de suave deslizarse con un ligero cimbreo. De algún modo, sus caderas y su busto se hicieron más notorios, y no porque se contoneara o hiciera alarde de sus atributos; simplemente, el modo de moverse conseguía que quien la miraba se percatara de ellos.

—Mi señor, somos tres mujeres indefensas, unas refugiadas que huyen de las tormentas que barren el mundo. —Su enérgico tono habitual había desaparecido para dar paso a otro aterciopelado y acariciante. En sus oscuros ojos había un brillo intenso, una especie de abrasador desafío—. Perdidas y sin un céntimo, nos refugiamos en el establo de maese Nem. Estuvo mal, lo sé, pero teníamos miedo de la noche. —Un pequeño gesto, las manos medio levantadas con la parte interior de las muñecas en dirección a Bryne, logró que por un instante su apariencia fuera de total desamparo. Pero sólo durante un momento.

»Ese hombre, Dalyn, era realmente un desconocido, alguien que nos ofreció protección. En los tiempos que corren, las mujeres solas deben tener quien las proteja, mi señor, aunque me temo que hicimos una mala elección. —Los ojos muy abiertos en una mirada suplicante bastaron para decirle que él sería un paladín mucho mejor—. Efectivamente fue Dalyn quien atacó a maese Nem, mi señor. Nosotras nos habríamos marchado o habríamos trabajado para pagar el hospedaje de la noche. —Rodeó la mesa por un lado y se arrodilló grácilmente junto a la silla de Bryne; posó suavemente los dedos sobre la muñeca del hombre y alzó los ojos hacia él de modo que sus miradas se trabaron. Había un leve temblor en su voz, pero su sonrisa bastaba para acelerar los latidos del corazón de cualquier hombre. Era… sugerente.

»Mi señor, somos culpables de un pequeño delito, pero no de todos los cargos que nos hacen. Nos confiamos a vuestra merced. Os lo suplico, mi señor, apiadaos de nosotras y protegednos.

Durante un largo instante Bryne se miró en sus ojos. Luego, carraspeando con fuerza, retiró la silla hacia atrás, se puso en pie y rodeó la mesa por el lado opuesto al que estaba la mujer. Hubo un rebullir generalizado entre granjeros y aldeanos; los hombres se aclaraban la garganta como había hecho su señor, y las mujeres rezongaban entre dientes. Bryne se paró delante de Min.

—¿Cómo te llamas, muchacha?

—Min, mi señor. —Oyó un ahogado gruñido de Siuan y añadió con premura—: Serenla Min. Todos me llaman Serenla, mi señor.

—Tu madre debió de tener una premonición —murmuró con una sonrisa. No era el primero en reaccionar así con el nombre—. ¿Tienes algo que alegar, Serenla?

—Sólo que lo lamento mucho, mi señor, y que realmente no fue culpa nuestra. Dalyn lo hizo todo. Os pido clemencia, mi señor. —Aquello no parecía gran cosa al lado de la súplica de Leane; cualquier cosa parecería insignificante comparada con la actuación de la otra mujer. Empero, era lo mejor que se le ocurría. Tenía la boca tan seca como la calle polvorienta. ¿Y si Bryne decidía ahorcarlas?

El hombre asintió con la cabeza y se movió hacia Siuan, que seguía con la vista clavada en el suelo. Le agarró la barbilla suavemente y le hizo levantar la cabeza para mirarla a la cara.

—¿Y cómo te llamas tú, joven?

Siuan retiró bruscamente la cabeza para liberar la barbilla y retrocedió un paso.

—Mara, mi señor —susurró—. Mara Tomanes.

Min gimió suavemente. Siuan estaba aterrorizada y, sin embargo, al mismo tiempo sostenía la mirada del hombre con actitud desafiante. Min temió que en cualquier momento le exigiera que las dejara en libertad de inmediato. Bryne le preguntó si quería decir algo, y ella denegó con otro nervioso susurro, pero mientras tanto lo contemplaba como si fuera él el acusado. Sin duda estaba controlando la lengua, pero, desde luego, no hacía lo mismo con los ojos.