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—La próxima vez —le replicó ella con igual dureza—, dejaré que el gran Car’a’carn solucione por sí mismo las cosas. —Se ciñó más la manta y se metió en la tienda con actitud estirada.

Por primera vez, Rand miró tras de sí. Otro Draghkar se desplomaba al suelo envuelto en llamas. Se había puesto tan furioso que no había oído el chisporroteo mientras ardía, no había olido la peste a grasa quemada. Ni siquiera había percibido el halo maligno de la criatura. Un Draghkar mataba absorbiendo primero el alma, y después, la vida. Tenía que estar muy cerca, rozando a la persona, pero éste yacía a menos de dos pasos de donde él había estado de pie. Ignoraba hasta qué punto era efectivo el abrazo del Draghkar contra alguien henchido de Poder, pero se alegraba de no haberlo descubierto.

Inhaló profundamente y se arrodilló junto a la solapa de la tienda.

—¡Aviendha! —No podía entrar. Había una lámpara encendida y la joven podía estar sentada allí, desnuda, que él supiera, arrancándole la piel a tiras mentalmente, como se merecía—. Aviendha, lo siento. Te pido disculpas. Fui un necio al hablar como lo hice, sin preguntar por qué. Debería saber que tú no me harías daño, y yo… Yo… Soy un idiota —terminó débilmente.

—No has descubierto nada nuevo, Rand al’Thor. ¡Eres idiota! —sonó apagadamente la respuesta.

¿Cómo se disculpaban los Aiel? Nunca se lo había preguntado. Teniendo en cuenta el ji’e’toh, lo de enseñar a cantar a los hombres y las ceremonias matrimoniales, no sabía si se atrevería a hacerlo.

—Sí, lo soy. Y te pido disculpas. —Esta vez no hubo contestación—. ¿Estás metida en las mantas? —Silencio.

Rezongó entre dientes, se puso de pie y empezó a hurgar el suelo helado con los dedos de los pies. Iba a tener que quedarse aquí fuera hasta tener la certeza de que la joven estaba decentemente tapada. Y sin botas ni chaqueta. Volvió a coger el saidin, con infección y todo, sólo para aislarse del gélido frío nocturno dentro del vacío.

Las tres Sabias caminantes de sueños llegaron a todo correr, por supuesto, acompañadas por Egwene, y todas observaron fijamente al Draghkar que consumían las llamas mientras pasaban a su lado y se ajustaban los chales casi al mismo tiempo.

—Sólo uno —dijo Amys—. Gracias le sean dadas a la Luz, pero me sorprende.

—Había dos —le informó Rand—. Yo… destruí el otro. —¿Por qué se mostraba vacilante sólo porque Moraine lo hubiera puesto en guardia contra el fuego compacto? Era una arma como cualquier otra—. Si Aviendha no hubiera matado a éste, seguramente me habría pillado.

—La sensación de encauzar nos atrajo hacia aquí —dijo Egwene mientras lo miraba de arriba abajo. Al principio Rand creyó que comprobaba si estaba herido, pero ella se fijó especialmente en los pies descalzos y luego volvió la vista hacia la tienda, donde una estrecha abertura de la solapa dejaba ver la luz de una lámpara—. La has molestado otra vez, ¿verdad? Te salvó la vida y tú… ¡Hombres! —Sacudió la cabeza con desdén y lo apartó de un empujón para entrar en la tienda.

Rand escuchó murmullos, pero no entendió lo que decían. Melaine se colocó bruscamente el chal.

—Si no nos necesitas, entonces iremos a ver qué está ocurriendo ahí abajo. —Se marchó corriendo, sin esperar a las otras dos.

Bair soltó una aguda risita mientras Amys y ella la seguían.

—¿Quieres apostar algo sobre cuál será el primero que comprueba cómo está? —propuso—. ¿Mi collar de amatista que tanto te gusta contra ese brazalete de zafiros tuyo?

—Hecho. Elijo a Dorindha.

La Sabia de más edad volvió a reír.

—Sus ojos están aún llenos de Bael. Una hermana conyugal es una hermana conyugal, pero un marido nuevo…

Se alejaron donde ya no alcanzó a oírlas, y se inclinó hacia la solapa de la tienda. Seguía sin entender lo que hablaban las dos jóvenes, a no ser que pegara la oreja a la estrecha abertura, y no estaba dispuesto a hacer tal cosa. Seguramente Aviendha se había vestido al estar Egwene dentro. Claro que, del modo como Egwene se había adaptado a las costumbres Aiel, también era posible que se hubiera despojado de su ropa.

El suave roce de unos escarpines anunció la llegada de Moraine y de Lan, de modo que Rand se puso erguido. A pesar de que escuchaba la respiración de ambos, apenas si percibía las pisadas del Guardián. Moraine llevaba el cabello caído sobre la cara, y se ceñía una oscura bata de seda, que brillaba con la luna. Lan iba completamente vestido, calzado y armado, envuelto en aquella capa que lo convertía en parte de la noche. Por supuesto. El estruendo de la batalla estaba llegando a su fin allá abajo, en las estribaciones.

—Me sorprende que no hayas venido antes, Moraine. —Su voz sonó fría, pero mejor eso que ser él el que sintiera frío. Mantuvo el contacto con el saidin, lo combatió, y el gélido ambiente nocturno continuó siendo algo lejano. Aun así, era consciente de ello, de cada pelo de sus brazos erizado por el frío debajo de las mangas de la camisa, pero a él no lo afectaba—. Generalmente vienes a mi lado tan pronto como surgen problemas.

—Nunca he explicado todo lo que hago o lo que no hago. —Su tono seguía siendo tan fríamente misterioso como siempre; empero, a la luz de la luna, Rand estuvo seguro de que la mujer había enrojecido. Lan parecía incómodo, aunque con él era difícil saberlo—. No puedo llevarte de la mano para siempre. Al final, tendrás que caminar tú solo.

—Es lo que hice esta noche, ¿no es así? —La turbación se deslizó a través del vacío; según lo había dicho parecía que él se hubiera ocupado de todo, de modo que añadió—: Aviendha acabó con ése, quitándomelo de la espalda. —Las llamas que consumían al Draghkar ardían bajas ya.

—Entonces, por suerte se encontraba aquí —repuso sosegadamente Moraine—. No me necesitaste.

No había tenido miedo, de eso estaba seguro. La había visto lanzarse contra los Engendros del Mal blandiendo el Poder con la destreza con que Lan manejaba su espada, y había visto lo mismo suficientes veces para saber que no estaba asustada. Entonces, ¿por qué no había acudido cuando percibió la presencia del Draghkar? Podría haberlo hecho, y también Lan; tal era uno de los dones que recibía un Guardián por el vínculo existente entre una Aes Sedai y él. Podía obligarla a decírselo, cogerla entre el juramento que le había hecho y la imposibilidad de mentir directamente. No, no podía. O no debía. No haría algo así a alguien que estaba intentando ayudarlo.

—Al menos ahora sabemos qué propósito tenía el ataque ahí abajo —comentó—. Hacerme pensar que estaba ocurriendo algo importante allí para distraerme mientras los Draghkar se precipitaban sobre mí a hurtadillas. Intentaron lo mismo en el dominio Peñas Frías, y tampoco funcionó. —Sólo que esta vez había faltado poco para que funcionara. Si es que tal era el propósito del ataque—. Habría pensado que intentarían una táctica distinta. —Couladin delante, y los Renegados por todas partes. ¿Por qué no podía enfrentarse a un enemigo por turno?

—No cometas el error de considerar lerdos a los Renegados —dijo Moraine—. Eso podría ser fatal para ti. —Se arrebujó en la bata como si deseara que fuera más gruesa—. Es tarde. Si no me necesitas para nada más…

Los Aiel empezaban a regresar mientras ella y Lan se alejaban. Algunos lanzaron exclamaciones al ver al Draghkar e hicieron que varios gai’shain se levantaran para llevarse los restos, pero la mayoría se limitó a echar una ojeada antes de meterse en sus tiendas. Por lo visto esperaban que ocurrieran tales cosas estando él presente.

Cuando Adelin y las Doncellas aparecieron, sus pasos ligeros se tornaron pesados, como si se arrastraran. Contemplaron al Draghkar, al que llevaban a rastras unos hombres vestidos de blanco, e intercambiaron una larga mirada antes de acercarse a Rand.