Al cabo de un momento, Bryne se volvió.
—Vuelve junto a tus amigas, muchacha —le dijo a Leane mientras regresaba a su silla. La mujer caminó hacia ellas con un aire de clara frustración y lo que cualquier otro excepto Min habría calificado de cierto malhumor.
—He tomado una decisión —anunció Bryne a la sala—. Los delitos son graves y nada de lo que he oído cambia los hechos. Si tres hombres se cuelan en la casa de otro para robarle las velas y uno de ellos ataca al propietario, los tres son igualmente culpables. Tiene que haber una recompensa. Maese Nem, os entregaré el importe de la reconstrucción de vuestro establo, más el precio de seis vacas lecheras. —Los ojos del fornido granjero se iluminaron de alegría hasta que Bryne agregó—: Caralin desembolsará el dinero una vez que haya fijado el montante real. Algunas de vuestras vacas ya casi no daban leche, por lo que he oído. —La delgada mujer de gris asintió con satisfacción—. Por la contusión de la cabeza, os compensaré con un marco de plata. No protestéis —dijo firmemente al ver que Nem abría la boca—. Maigan os ha dado peores golpes por excederos con la bebida. —Una risa generalizada entre los asistentes celebró aquellas palabras, a lo que contribuyó la actitud medio avergonzada de Nem y más aun la iracunda mirada que le asestó Maigan—. También repondré la suma de la bolsa robada, una vez que Caralin esté convencida de la cantidad que había dentro. —Tanto Nem como su esposa parecían descontentos, pero refrenaron la lengua; era obvio que les daba lo que consideraba justo, y nada más. Min empezó a albergar esperanzas.
Bryne apoyó los codos en la mesa y volvió su atención hacia ellas. Sus palabras, pronunciadas lentamente, le hicieron un nudo en el estómago:
—Vosotras tres trabajaréis para mí, por el salario normalmente estipulado para el tipo de tarea que se os destine, hasta que el dinero que he desembolsado me haya sido devuelto. No penséis que soy clemente. Si prestáis un juramento que me satisfaga no tendréis que estar bajo custodia y podréis trabajar en mi mansión. Lo contrario significa el trabajo en los campos, donde estaréis vigiladas en todo momento. Los jornales son inferiores en esas labores, pero la decisión es vuestra.
Min se devanó los sesos buscando una promesa poco comprometedora que pudiera satisfacerlo. No le gustaba faltar a su palabra en ninguna circunstancia, pero tenía intención de marcharse tan pronto como se le presentara la oportunidad y no quería cargar sobre su conciencia el incumplimiento de un juramento importante.
Leane parecía debatirse en idénticas consideraciones, pero Siuan apenas vaciló antes de arrodillarse y cruzar las manos sobre el corazón. Sus ojos parecieron trabarse con los de Bryne; la expresión desafiante no había mermado un ápice.
—Por la Luz y por mi esperanza de salvación y renacimiento, juro serviros en lo que quiera que requiráis durante el tiempo que requiráis. Y, si no lo hago, que la faz del Creador se aparte para siempre de mí y que la oscuridad consuma mi alma. —Pronunció las palabras en un quedo susurro, pero éstas provocaron un profundo silencio. No había un juramento más fuerte, aparte de los que prestaba una mujer al ascender a Aes Sedai, y la Vara Juratoria la comprometía a cumplirlos con tanta certeza como si fueran parte de su carne y de su sangre.
Leane miró de hito en hito a Siuan; después también se puso de rodillas.
—Por la Luz y por mi esperanza de salvación y renacimiento…
Min dejó de oírla en su desesperada búsqueda de una salida. Hacer un juramento menos serio que el de ellas significaba sin duda el trabajo en los campos y estar vigilada constantemente, pero esto… Por lo que le habían enseñado, romperlo sería poco menos que cometer un asesinato, o quizás igualmente grave. Pero no había salida. O hacía el juramento o quién sabía cuántos años pasaría haciendo labores en el campo de sol a sol y probablemente encerrada bajo llave de noche. Se hincó de rodillas junto a las otras dos mujeres y pronunció las palabras, pero para sus adentros estaba gritando. «¡Siuan, grandísima estúpida! ¿En qué me has metido ahora? ¡No puedo quedarme aquí! ¡Tengo que ir con Rand! ¡Oh, Luz, ayúdame!»
—Bien —dijo Bryne cuando quedaron hechos los juramentos—. No esperaba algo así. Me basta. Caralin, ¿quieres llevar a maese Nem a alguna parte para saber a cuánto considera él que ascienden sus pérdidas? Y haz que todo el mundo desaloje la sala excepto ellas tres. Ocúpate de los preparativos para transportarlas a la mansión. Dadas las circunstancias, no creo que sean necesarios los guardias.
La delgada mujer le lanzó una mirada agobiada, pero a no tardar tenía a todos los asistentes al juicio dirigiéndose ordenadamente hacia la puerta. Admer Nem y sus parientes varones se mantuvieron cerca de ella; en el rostro del primero era patente la avaricia. Sus mujeres no parecían menos codiciosas, pero aun así tuvieron tiempo para asestar varias miradas furibundas a Min y a sus dos compañeras, que permanecían de rodillas mientras la sala se vaciaba. En lo que a ella se refería, Min dudaba que sus piernas pudieran sostenerla. En su mente se repetían una y otra vez las mismas frases: «Oh, Siuan, ¿por qué? No puedo quedarme aquí. ¡No puedo!».
—Ya han pasado por aquí varios refugiados —dijo Bryne cuando el último aldeano se hubo marchado. Se recostó en la silla y las observó con atención—, pero ninguno tan extraño como vosotras tres. Una domani, una ¿teariana? —Siuan asintió bruscamente con la cabeza. Ella y Leane se pusieron de pie; esta última se frotó suavemente las rodillas, pero Siuan se limitó a quedarse erguida. Min se las ingenió para incorporarse sobre las inestables piernas—. Y tú, Serenla. —De nuevo asomó un atisbo de sonrisa a sus labios al pronunciar el nombre—. Si no me equivoco, por tu acento diría que procedes de algún lugar al oeste de Andor.
—De Baerlon —musitó la joven, que se mordió la lengua demasiado tarde. Alguien podría saber que Min era de Baerlon.
—No me ha llegado noticia de ningún suceso al oeste que haya obligado a la gente a huir de sus casas —comentó con un tono interrogante; pero, al ver que la muchacha guardaba silencio, no insistió—. Después de que hayáis saldado la deuda con vuestro trabajo, seréis bienvenidas a continuar a mi servicio. La vida puede ser muy dura para quienes han perdido su hogar, e incluso el catre de una doncella es mejor que dormir debajo de unos arbustos.
—Gracias, mi señor —dijo Leane con aquel tono acariciante al tiempo que hacía una reverencia con tanta gracia que hasta vestida con el burdo traje de montar pareció un paso de baile. Las palabras de agradecimiento de Min sonaron torpes, y la joven no hizo ninguna reverencia porque no se fiaba de la estabilidad de sus rodillas. Siuan se limitó a seguir plantada allí, muy erguida, mirándolo de hito en hito sin decir nada.
—Lástima que vuestro compañero se llevara las monturas. Cuatro caballos habrían reducido gran parte de la deuda.
—Era un desconocido y un ladrón —adujo Leane con una voz apropiada para algo mucho más íntimo—. Por lo que a mí respecta, me siento más que satisfecha con haber cambiado su protección por la vuestra, mi señor.
Bryne la miró —apreciativamente, en opinión de Min—, pero se limitó a contestar:
—Al menos en la mansión estaréis a una distancia segura de los Nem.
A ese respecto, holgaban los comentarios. Min suponía que fregar suelos en la mansión de Bryne y fregarlos en la granja de los Nem no sería muy diferente. «¿Cómo puedo salir de esto? Luz, ¿cómo?»
El silencio se prolongó, salvo porque Bryne empezó a tamborilear los dedos sobre la mesa. Min habría asegurado que el noble no sabía qué más decir, porque de lo que estaba segura era de que ese hombre nunca perdía los nervios. Lo que probablemente ocurría era que estaba irritado porque sólo Leane parecía mostrar cierta gratitud; suponía que su sentencia podría haber sido mucho peor desde el punto de vista del noble. Quizá las miradas ardientes y el tono acariciador de Leane habían funcionado en cierto sentido, pero Min habría preferido que la mujer hubiera mantenido su actitud de antes. Ser colgada por las muñecas en la plaza del pueblo se le antojaba mejor que esto.