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—¿Decidiste venir antes? ¿Y sola?

Egwene giró rápidamente sobre sus talones y se encontró cara a cara con Amys, cuyo rostro tostado por el sol parecía demasiado joven para el blanco cabello, y con Bair. Ambas tenían los brazos cruzados; hasta el modo en que los chales estaban apretados sobre sus brazos denotaba el desagrado de las dos Sabias.

—Me quedé dormida —repuso la joven.

Era demasiado temprano para que su cuento funcionara. Mientras explicaba con precipitación que la había vencido el sueño y la razón de no haber regresado —salvo la parte referente a no querer que Nynaeve y Amys hablaran solas— la sorprendió sentir un atisbo de vergüenza por plantearse mentirles, así como el alivio por no haberlo hecho. Y no era que decir la verdad fuera a evitarle el castigo. Amys no era tan estricta como Bair —hasta cierto punto—, pero era muy capaz de ponerla a apilar piedras el resto de la noche. Muchas de las Sabias eran fervientes partidarias de los trabajos inútiles como escarmiento; de ese modo era imposible convencerse a uno mismo de que estaba haciendo algo más que cumplir un castigo mientras enterraba cenizas con una cuchara. Eso si no se negaban en redondo a seguir instruyéndola, naturalmente. Lo de las cenizas sería, con mucho, la mejor opción.

En consecuencia, fue incapaz de reprimir un suspiro de alivio cuando Amys asintió y dijo:

—Puede ocurrir. Pero la próxima vez, regresa y entra en tus propios sueños; Nynaeve podría haberme transmitido a mí lo que tuviera que contarnos y yo ponerla al corriente de lo que sabemos. Si Melaine no estuviera con Bael y Dorindha esta noche también habría venido. Le diste un buen susto a Bair. Se siente orgullosa de tus progresos, y si algo te ocurriera…

La expresión de Bair no era la de alguien que se siente orgulloso. En todo caso, su ceño se intensificó cuando Amys hizo una pausa.

—Tienes suerte de que Cowinde te encontrara cuando volvió a retirar el servicio de la cena, y se asustara cuando no pudo despertarte para que te fueras a las mantas. Si sospechara que has estado aquí más de unos pocos minutos… —La penetrante mirada se endureció fugazmente con una amenazadora promesa, y luego su voz se tornó gruñona—. Supongo que ahora tendremos que esperar a que Nynaeve llegue, y sólo para no oírte suplicar que no te mandemos de vuelta. En fin, si hay que hacerlo, se hará, pero aprovecharemos el tiempo. Concentra la mente en…

—No es Nynaeve —se apresuró a decir Egwene. No tenía ningunas ganas de comprobar cómo sería una lección estando Bair de un humor tan pésimo—. Es Elayne, y… —Dejó la frase en el aire cuando, al darse media vuelta, vio a su amiga, ataviada con un vestido de seda verde, adecuado para un baile, paseando arriba y abajo, cerca de Callandor. A Birgitte no se la veía por ninguna parte. «Pues yo no me lo he imaginado».

—¿Ya está aquí? —dijo Amys al tiempo que se acercaba donde podía verla.

—Otra muchacha necia —rezongó Bair—. Las chicas de hoy tienen menos seso y disciplina que las cabras. —Echó a andar delante de Egwene y de Amys, y se plantó al otro lado de la reluciente Callandor, puesta en jarras—. No eres mi alumna, Elayne de Andor, aunque nos has sonsacado bastante para no causar tu propia muerte si vas con cuidado; pero, si lo fueras, te daría una buena azotaina y te mandaría de regreso con tu madre hasta que fueras lo bastante mayor para que no hubiera que tenerte vigilada. Sé que has estado entrando en el Mundo de los Sueños sola, y también Nynaeve. Las dos sois unas necias por hacerlo.

Elayne había dado un respingo cuando apareció la primera Sabia; pero, a medida que el rapapolvo de Bair le caía encima, adoptó una pose erguida, con la barbilla alzada en un gesto altivo. Su vestido se volvió rojo y el satinado más fino, y aparecieron bordados en las mangas y en el alto corpiño, incluidos leones rampantes sobre lirios blancos y dorados, que era su propia enseña. Una fina diadema de oro sujetaba sus cabellos rubio rojizos, con un león rampante, tachonado de gotas de luna, reposando sobre su frente. Todavía no tenía mucho control sobre estas cosas. Aunque, por supuesto, cabía la posibilidad de que éste fuera exactamente el atuendo que quería llevar.

—Os agradezco vuestra preocupación —repuso con aire regio—. Empero, cierto es que no soy vuestra pupila, Bair de los Haido Shaarad. Tenéis mi agradecimiento por vuestros consejos y enseñanzas, pero he de seguir mi camino, cumplir las tareas encomendadas por la Sede Amyrlin.

—Una mujer muerta —adujo fríamente Bair—. Proclamas obediencia a una mujer que ha muerto.

Egwene casi percibió como algo físico la creciente cólera de Bair; si no hacía algo enseguida, la Sabia podría decidir darle una dolorosa lección a Elayne, y en este momento lo que menos les interesaba era tener esa clase de disputa.

—¿Qué…? ¿Por qué has venido tú en lugar de Nynaeve? —Iba a preguntar qué estaba haciendo allí, pero eso le habría dado a Bair ocasión de meter baza, y tal vez habría parecido que ella estaba de parte de la Sabia. Lo que realmente deseaba saber era qué hacía Elayne hablando con Birgitte. «No lo imaginé». Quizá se trataba de alguien que soñaba que era Birgitte. Sin embargo, sólo quienes entraban en el Tel’aran’rhiod conscientemente permanecían en él más de unos segundos y, por supuesto, Elayne no habría estado hablando con una de esas personas. ¿Dónde esperaban Birgitte y los otros la llamada del Cuerno?

—Nynaeve sufre un fuerte dolor de cabeza. —La diadema se desvaneció y el vestido de Elayne se volvió más sencillo, con sólo unos pocos bordados dorados en el corpiño.

—¿Está enferma? —inquirió Egwene con preocupación.

—Sólo tiene jaqueca y un par de moretones. —Elayne soltó una risita y se encogió al mismo tiempo—. Oh, Egwene, no lo habrías creído. Los cuatro Chavana al completo vinieron a cenar con nosotras. En realidad, vinieron para coquetear con Nynaeve. Trataron de tontear conmigo los primeros días, pero Thom mantuvo una charla con ellos y lo dejaron. Thom no tenía derecho a hacerlo. Y no es que yo quisiera coquetear, por supuesto. En fin, allí estaban, cortejando a Nynaeve o, más bien, intentándolo, porque ella les hacía menos caso que a unos moscones, cuando de pronto apareció Latelle y empezó a golpear a Nynaeve con un palo mientras le decía insultos terribles.

—¿Sufrió heridas? —Egwene no estaba segura de a cuál de las dos se refería, porque si Nynaeve había dado rienda suelta a su genio…

—Ella no. Los Chavana trataron de apartarla de Latelle, y Taeric seguramente irá cojeando varios días, por no mencionar el labio hinchado de Brugh. Petro tuvo que llevar en brazos a Latelle a su carromato, y dudo que asome la nariz fuera durante un tiempo. —Elayne sacudió la cabeza—. Luca no sabía a quién echar la culpa del desastre, con uno de sus acróbatas cojo y la domadora de osos hecha un mar de lágrimas en su cama, así que nos culpó a todos, y temí que Nynaeve iba a soltarle un bofetón también. Por lo menos no encauzó; creí que lo haría en un par de ocasiones, hasta que consiguió derribar a Latelle en el suelo.

Amys y Bair intercambiaron una mirada indescifrable; éste no era, desde luego, el comportamiento que esperaban en unas Aes Sedai.

Egwene estaba un tanto confusa, pero principalmente por el trabajo que le costaba ubicar a tanta gente nueva de la que sólo había oído hablar brevemente. Gente rara, que viajaba con leones, perros y osos. Y una Iluminadora. No creía que el tal Petro fuera realmente tan fuerte como aseguraba Elayne. Claro que Thom tragaba fuego además de hacer juegos malabares, y lo que Elayne y Juilin llevaban a cabo le sonaba igualmente extraño, aunque su amiga hiciera uso del Poder.