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—¿Dices que se disculpó?

Su amiga asintió; en su rostro había una expresión tan divertida como Egwene imaginaba que se reflejaba en el suyo.

—Creí que le daría de golpes a Luca… quien, por cierto, no parece pensar que la advertencia de Nynaeve reza también para él… cuando le dijo que debía disculparse; sin embargo Nynaeve lo hizo, después de estar rezongando una hora, claro. Rezongando sobre ti, de hecho. —Vaciló y miró a Egwene de reojo—. ¿Le dijiste algo la última vez que os reunisteis? Ha estado… diferente desde entonces, y a veces habla consigo misma. Bueno, en realidad discute. Sobre ti, por lo poco que he oído.

—No dije nada que no tuviera que decir. —Así que continuaba, fuera lo que fuera lo que había ocurrido entre ellas. O era eso o Nynaeve estaba acumulando la rabia para la próxima vez que se encontraran. Egwene no estaba dispuesta a soportar más el mal genio de la mujer, especialmente sabiendo que no tenía que hacerlo—. Dile de mi parte que ya es muy mayor para andar rodando por el suelo en una pelea, y que, si se mete en otro lío, le diré algo peor. Díselo así exactamente: que será peor. —Que Nynaeve rumiara aquello hasta la próxima reunión. Una de dos: o se mostraba más suave que una malva… o si no ella tendría que cumplir su amenaza. Nynaeve podía ser más fuerte en el Poder cuando podía encauzar, pero allí, en el Tel’aran’rhiod, la fuerte era ella. De un modo u otro, había puesto fin a las rabietas de la antigua Zahorí.

—Se lo diré —contestó Elayne—. También tú has cambiado. Parece haber en ti algo de la actitud de Rand.

A Egwene le costó unos instantes comprender a lo que se refería, aunque ayudó el atisbo de sonrisa divertida que esbozaba la heredera del trono.

—No seas tonta.

Elayne se echó a reír abiertamente y le dio otro abrazo.

—Oh, Egwene, algún día serás la Sede Amyrlin, cuando yo me haya convertido en la reina de Andor.

—Si es que para entonces existe la Torre —adujo con aplastante lógica, y la risa de su amiga se cortó.

—Elaida no puede destruir la Torre Blanca, Egwene. Haga lo que haga, la Torre permanecerá. Quizá no mantenga su puesto de Amyrlin. Una vez que Nynaeve recuerde el nombre de esa ciudad, apostaría a que tendremos una Torre en el exilio, con representación de todos los Ajahs excepto el Rojo.

—Eso espero. —Egwene sabía que se notaba que estaba triste. Quería que las Aes Sedai apoyaran a Rand y se opusieran a Elaida, pero tal cosa significaba la ruptura definitiva de la Torre, quizá para no recuperar la unidad nunca.

—He de regresar —anunció Elayne—. Nynaeve insiste en que, seamos una u otra, la que no entre en el Tel’aran’rhiod se quede despierta, y con la jaqueca que sufre lo que necesita es tomarse una de sus infusiones y dormir. No entiendo porqué es tan insistente en eso. La que esté en vela no puede hacer nada para ayudar a la otra, y ahora cualquiera de las dos sabemos lo suficiente para estar perfectamente a salvo aquí. —Su vestido verde se transformó en la chaqueta blanca y los amplios pantalones de Birgitte durante un instante y después volvió a cambiar bruscamente—. Me advirtió que no te lo dijera, pero cree que Moghedien está intentando encontrarnos. A ella y a mí.

Egwene no planteó la pregunta obvia. Estaba claro que era Birgitte quien les había advertido de ello. ¿Por qué se empeñaba Elayne en guardar ese secreto? «Porque lo prometió, y ella no ha roto una promesa en su vida».

—Dile que tenga cuidado. —Difícilmente Nynaeve se quedaría sentada y esperando si pensaba que una de las Renegadas iba tras ella. Estaría recordando que ya la había vencido en una ocasión, y siempre había tenido más valor que sentido común—. Los Renegados no son un asunto para tomar a la ligera. Ni tampoco los seanchan, aunque supuestamente sólo sean domadores de animales. Dile eso también.

—Supongo que no me harás caso si te aconsejo que tú también tengas cuidado.

—Siempre lo tengo —repuso mientras lanzaba una mirada sorprendida a Elayne—. Lo sabes.

—Por supuesto.

Lo último que Egwene vio de su amiga mientras ésta se desvanecía fue una sonrisa jocosa.

Ella no se marchó. Si Nynaeve no recordaba dónde era el punto de reunión de las Azules, quizá pudiera descubrirlo allí. No era una idea que se le hubiera ocurrido ahora, y éste tampoco era el primer desplazamiento que hacía a la Torre desde su último encuentro con Nynaeve. Adoptó la apariencia de Enaila, con el pelirrojo cabello largo hasta los hombros, y sus ropas se transformaron en el vestido blanco de Aceptada, con las bandas de colores en el repulgo. A continuación evocó la imagen del ornamentado estudio de Elaida.

Seguía como siempre, aunque en cada visita el número de banquetas colocadas en arco delante del ancho escritorio era menor. Las pinturas continuaban colgadas sobre la chimenea. Egwene se dirigió directamente al escritorio y apartó el pesado sillón con apariencia de trono y la Llama de Tar Valon taraceada en el respaldo a fin de llegar hasta la caja lacada que guardaba el correo. Levantó la tapa, llena de halcones luchando ente nubes, y empezó a revisar los papeles tan deprisa como podía. Aun así, algunos desaparecían a media lectura o cambiaban. Era imposible discernir de antemano cuáles eran importantes y cuales no.

La mayoría parecían informes de fracasos en misiones. Todavía se ignoraba adónde había llevado a su ejército el señor de Bashere, y en el escrito se advertía una nota de frustración y preocupación. Aquel nombre seguía cosquilleando en su mente, pero no tenía tiempo que perder, de modo que lo desechó con firmeza y cogió otra hoja. Tampoco había noticias del paradero de Rand, decía un informe que rebosaba pánico. Ésa era una buena noticia que por sí misma hacía que la visita mereciera la pena. Había pasado más de un mes desde las últimas noticias recibidas desde Tanchico de las informadoras de cualquier Ajah, y también otras de Tarabon habían interrumpido la comunicación; la persona que escribía la nota responsabilizaba de ello a la anarquía reinante en esa zona; no podían confirmarse los rumores de que alguien hubiera tomado Tanchico, pero se sugería que el propio Rand estaba implicado en ello. Eso era todavía mejor, porque revelaba que Elaida buscaba a Rand en el lugar equivocado, a mil leguas de distancia. Un informe confuso decía que una hermana Roja de Caemlyn afirmaba haber visto a Morgase en una audiencia pública, pero varias informadoras de Ajahs en Caemlyn manifestaban que la reina había estado recluida varios días. Combates en las Tierras Fronterizas por posibles rebeliones de poca importancia en Shienar y Arafel; el informe desapareció antes de que tuviera tiempo de leer la razón. Pedron Niall estaba convocando a los Capas Blancas a Amadicia, posiblemente para marchar contra Altara. Menos mal que Elayne y Nynaeve habrían salido del país dentro de tres días.

La siguiente hoja era sobre Elayne y Nynaeve. En primer lugar, la persona que lo escribía aconsejaba no castigar a la informadora que las había dejado escapar —Elaida había tachado aquello con firmes trazos y había escrito en el margen: «¡Dar un ejemplo!»— y luego, cuando la informadora empezaba a entrar en detalles sobre la búsqueda de las dos jóvenes en Amadicia, la hoja se convirtió en un puñado de pliegos, un fajo de lo que parecían los cálculos de constructores y albañiles para erigir una residencia privada para la Sede Amyrlin en los terrenos de la Torre. Más que residencia, un palacio, a juzgar por el número de páginas.