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Nynaeve al’Meara, Elayne Trakand y Birgitte. Encontraría a las tres y se ocuparía de ellas. Desde las sombras, para que así no vieran el peligro hasta que fuera demasiado tarde. Las tres, sin excepción.

Se desvaneció, y los estandartes ondearon con la brisa del Tel’aran’rhiod.

26

Salidar

El halo de grandeza, azul y dorado, titilaba esporádicamente alrededor de la cabeza de Logain, aunque el hombre cabalgaba encorvado en la silla. Min no comprendía por qué aparecía más a menudo últimamente. Logain ya no se molestaba en levantar los ojos de los hierbajos que crecían delante de su caballo hacia las bajas colinas boscosas que se extendían, ondulantes, todo en derredor.

Las otras dos mujeres cabalgaban juntas un poco más adelante, Siuan con la misma inseguridad que siempre en la peluda Bela y Leane guiando diestramente a su yegua gris, más con las rodillas que con las riendas. Sólo una franja extrañamente recta de helechos, sobresaliendo de la capa de hojas secas que cubría el suelo del bosque, apuntaba que allí había habido una calzada. Los delicados helechos estaban agostándose, y la capa de hojas crujía y susurraba bajo los cascos de los caballos. El denso dosel de ramas entrelazadas ofrecía cierto resguardo del sol de mediodía, pero no menguaba el bochorno. A Min le corría el sudor por la cara a pesar de la brisa que soplaba de tanto en tanto a su espalda.

Hacía ya quince días que cabalgaban hacia el suroeste de Lugard, guiados únicamente por la insistencia de Siuan de que sabía adónde se dirigían exactamente. Ni que decir tiene que no compartía esos conocimientos con los demás; Siuan y Leane mantenían la boca tan cerrada como cepos de osos después de saltar. Min dudaba incluso de que Leane lo supiera. Quince días, en los que las ciudades y los pueblos se habían ido haciendo paulatinamente más escasos y distanciados entre sí hasta que finalmente no hubo ninguno. De día en día, los hombros de Logain se habían encorvado un poco más, y, también de día en día, el halo aparecía más a menudo. Al principio sólo había rezongado que iban persiguiendo quimeras, pero Siuan había recuperado el liderazgo sin oposición a medida que el hombre se volvía más taciturno y meditabundo. Durante los últimos seis días pareció falto de energía incluso para interesarse hacia dónde se dirigían y si llegarían allí alguna vez.

Siuan y Leane iban hablando en voz baja ahora. Min sólo alcanzó a oír un apagado murmullo que podría haberse tomado por el del viento entre las hojas. Si intentaba acercarse más a ellas, le dirían que no perdiera de vista a Logain o simplemente la mirarían con fijeza hasta que sólo un tonto sin vista habría seguido metiendo las narices donde no le importaba. Habían hecho ambas cosas con bastante frecuencia. De vez en cuando, sin embargo, Leane se giraba en la silla para mirar a Logain.

Por último, Leane dejó que Campánula se retrasara y la puso junto al negro semental del hombre. El calor no parecía molestarla; su rostro cobrizo no tenía el menor rastro de sudor. Min tiró de las riendas de Galabardera para dejarle sitio.

—Ya no falta mucho —le dijo Leane a Logain con voz sensual. Él no levantó la vista de los hierbajos del suelo. La mujer se inclinó hacia él y se sujetó a su brazo para mantener el equilibrio. En realidad, se apretaba contra él—. Sólo un poco más, Dalyn. Tendrás tu venganza.

Los ojos apagados del hombre siguieron prendidos en el camino.

—Un muerto te haría más caso —comentó Min y lo decía en serio. Había tomado nota mentalmente de todo lo que Leane hacía y por las noches hablaba con ella, aunque procuraba no dar a entender el motivo. Nunca sería capaz de actuar del mismo modo que Leane («A no ser que esté tan llena de vino que no sepa lo que hago»); sin embargo, unos cuantos consejos podrían venirle bien—. ¿Qué tal si lo besas?

Leane le asestó una mirada que habría congelado un arroyo en su curso, pero Min se limitó a sostenérsela. Nunca había tenido con Leane los problemas habituales con Siuan —bueno, por lo menos no tantos— y esas escasas dificultades habían ido menguando desde que la otra mujer había salido de la Torre. Y menos aun desde que habían empezado a hablar de hombres. ¿Cómo se iba a sentir intimidada por una mujer que le había dicho con total seriedad que hay ciento siete maneras distintas de besar, y noventa y tres formas de tocar la cara de un hombre sin usar la mano? De hecho, Leane parecía creer estas cosas.

El comentario de Min sobre que le diera un beso no llevaba mala intención. Leane lo había arrullado, le había lanzado miradas que tendrían que haberlo derretido, desde el día en que tuvieron que sacarlo a la fuerza de entre las mantas en lugar de ser el primero en levantarse y azuzarlas para que se pusieran en marcha. Min ignoraba si Leane sentía algo realmente por el hombre, aunque le costaba trabajo incluso admitir la posibilidad, o si sólo intentaba animarlo para que no se diera por vencido y languideciera, a fin de mantenerlo con vida para lo que quiera que Siuan hubiera planeado.

Ciertamente, Leane no había dejado de coquetear con otros aparte de él. Por lo visto, ella y Siuan habían resuelto que Siuan se entendería con las mujeres y Leane, con los hombres, y así había sido desde Lugard. En dos ocasiones, sus sonrisas y miradas les habían proporcionado habitaciones donde el posadero había dicho un momento antes que no quedaba ninguna, habían rebajado el importe de la factura en aquellas dos y en tres más, y dos noches durmieron en graneros en lugar de hacerlo bajo los arbustos. También habían conseguido que las persiguiera un ama de casa armada con una horca, y que otra les volcara encima el desayuno de gachas frías, pero a Leane le parecieron divertidos esos incidentes, aunque no a los demás. Los últimos días, no obstante, Logain había dejado de reaccionar como cualquier hombre que la viera durante más de dos minutos. De hecho, ya no reaccionaba con nada.

Siuan hizo volver grupas a Bela; su postura era tan rígida, con los codos muy separados, que daba la impresión de que iba a caerse en cualquier momento. Tampoco a ella la afectaba el calor.

—¿Has visto el halo hoy? —Lo preguntó sin apenas mirar de soslayo a Logain.

—Sigue igual —repuso pacientemente Min.

Siuan se negaba a comprender o a creer por mucho que se lo repitiera, e igual le ocurría a Leane. Habría dado lo mismo si no hubiera vuelto a ver el halo desde la primera vez en Tar Valon. De estar Logain tirado en el camino, moribundo, con los últimos estertores, habría apostado todo cuanto tenía y más a que, de algún modo, se produciría una recuperación milagrosa. Aquello que veía era verdad. Siempre ocurría. Lo sabía de la misma manera que supo la primera vez que vio a Rand al’Thor que se enamoraría de él perdida y desesperadamente; del mismo modo que había sabido que tendría que compartirlo con otras dos mujeres. Logain estaba destinado a una gloria tal como pocos hombres habrían soñado alcanzar.

—No adoptes esa actitud conmigo —dijo Siuan, endureciendo la mirada—. Ya tenemos bastante con tener que dar de comer a este enorme congrio peludo si queremos que ingiera algo para que ahora vengas tú y te enfurruñes como una gaviota en invierno. Puede que tenga que aguantarlo a él, muchacha, pero si tú también empiezas a darme problemas no tardarás en lamentarlo. ¿Me he expresado con claridad?

—Sí, Mara. —«Al menos podrías haberle contestado con un poco de sarcasmo», se reprochó para sus adentros. «No tienes que ser mansa como una gallina. Has mandado a paseo a Leane en su cara». La domani había sugerido que pusiera en práctica con el herrador del último pueblo lo que le había enseñado. Era un hombre alto, apuesto, con manos fuertes y agradable sonrisa, pero aun así…—. Intentaré no enfurruñarme.