Finalmente Caralin regresó, mascullando para sí. Su voz sonaba exasperada al informar a Bryne.
—Se tardará varios días en obtener respuestas precisas de esos Nem, lord Gareth. Si lo dejara, Admer tendría cinco establos y cincuenta vacas. Por lo menos creo que realmente existía la bolsa de dinero, pero en cuanto a la cantidad… —Sacudió la cabeza y suspiró—. Acabaré descubriéndolo. Joni está preparado para llevar a estas muchachas a la mansión, si habéis terminado con ellas.
—Llévatelas, Caralin —dijo Bryne mientras se levantaba de la silla—. Cuando se hayan puesto en camino, reúnete conmigo en el ladrillar. —De nuevo parecía cansado—. Thad Haren dice que necesita más agua para seguir haciendo ladrillos, y sólo la Luz sabe de dónde voy a sacarla. —Abandonó la sala como si hubiera olvidado por completo a las tres mujeres que acababan de jurar servirlo.
Joni resultó ser el corpulento y calvo hombretón que había ido a buscarlas al cobertizo, y ahora esperaba junto a una carreta de altas ruedas y con una cubierta redonda de lona, tirada por un flaco caballo pardo. Había unos cuantos aldeanos por los alrededores para verlas partir, pero la mayoría parecía haber regresado a sus casas, huyendo del calor. Gareth Bryne caminaba por la polvorienta calle, alejándose a buen paso.
—Joni os llevara a salvo hasta la mansión —dijo Caralin—. Haced lo que se os ha ordenado, y no llevaréis una vida dura. —Las observó un momento; sus oscuros ojos eran casi tan penetrantes como los de Siuan. Luego asintió con la cabeza como satisfecha de lo que veía y se apresuró a ir en pos de Bryne.
Joni mantuvo retiradas las solapas de lona que cerraban la parte trasera de la carreta, pero dejó que subieran sin ayuda y tomaran asiento. No había ni un poco de paja para aliviar la dureza del fondo de madera, y la gruesa lona conservaba el calor en el interior. El hombretón no pronunció una sola palabra. El vehículo se meció cuando subió al pescante, protegido por la lona. Min le oyó chasquear la lengua para que el caballo se pusiera en marcha, y la carreta arrancó con un brusco tirón; las ruedas chirriaban ligeramente y saltaban al coger alguno que otro bache.
Entre las solapas de la parte posterior quedaba una abertura lo bastante amplia para que Min viera cómo el pueblo iba quedando atrás hasta desaparecer por completo en la distancia para ser reemplazado por amplias arboledas y labrantíos vallados. Estaba demasiado conmocionada para hablar. La grandiosa causa de Siuan iba a terminar fregando cacerolas y suelos. Jamás tendría que haber ayudado a esta mujer ni haberse quedado con ella. Debería haber partido a galope hacia Tear en la primera oportunidad que se le presentó.
—Bien —dijo repentinamente Leane—, parece que no lo hice mal del todo.
Su tono volvía a ser tan firme como siempre, pero se podía advertir un atisbo de entusiasmo —¡entusiasmo!— en él, además de que sus mejillas mostraban un vivo rubor.
—Podría haber sido mejor —continuó—, pero la práctica se encargará de eso. —Su queda risa casi sonó traviesa—. No me había dado cuenta de lo divertido que podía ser. De hecho, cuando noté que el ritmo de su pulso se había disparado… —Sostuvo la mano un instante en la postura que tenía cuando la posó sobre la muñeca de Bryne—. Creo que nunca me había sentido tan viva, tan alerta. Tía Resara solía decir que los hombres eran un deporte más divertido que la caza con halcón, pero no lo entendí realmente hasta hoy.
Sujetándose para evitar los zarandeos de la carreta, Min la miró con ojos desorbitados.
—Te has vuelto loca —dijo al cabo—. ¿Cuántos años de nuestras vidas hemos empeñado? ¿Dos? ¿Cinco? ¡Supongo que esperas que Gareth Bryne se los pase siguiéndote como un perrillo faldero! Bien, pues ojalá consiga que se vuelvan las tornas contra ti.
La expresión sobresaltada de Leane no sirvió para mejorar el malhumor de Min. ¿Es que esperaba que se tomara las cosas con la misma calma que ella? Pero en realidad Min no estaba furiosa con Leane, de modo que la joven se volvió hacia Siuan, que estaba medio tendida sobre las burdas tablas.
—¡Y tú! Cuando decides rendirte no lo haces a medias, sino como un cordero que se deja llevar al matadero. ¿Por qué elegiste ese juramento? Oh, Luz, ¿por qué?
—Porque era el único con el que estaba segura de que no nos tendría vigiladas día y noche —contestó Siuan—, estuviéramos en los campos o en la mansión. —Lo dijo como si fuera algo obvio para cualquiera, y Leane parecía estar de acuerdo con ella.
—Entonces es que tienes intención de quebrantarlo —adivinó Min, escandalizada, al cabo de un momento y, a pesar de haber hablado en un susurro, echó una ojeada hacia las solapas de lona tras las que estaba Joni. No creía que el hombre la hubiera oído.
—Tengo intención de hacer lo que debo —repuso firmemente Siuan, pero en un susurro igualmente comedido—. Dentro de dos o tres días, cuando esté segura de que no nos tienen vigiladas, nos marcharemos. Me temo que tendremos que coger caballos puesto que nos hemos quedado sin los nuestros. Bryne debe de poseer unas buenas caballerizas. Lamentaré tener que hacer algo así.
Y Leane seguía sentada tranquilamente, tan satisfecha como una gata relamiéndose la nata pegada a los bigotes. Debía de haberse dado cuenta desde el principio; por eso no había vacilado en pronunciar el juramento.
—¿Que lamentarás robar caballos? —repitió roncamente Min—. Te dispones a romper un juramento que cualquiera cumpliría salvo un Amigo Siniestro ¿y dices que lamentarás robar caballos? No puedo creeros a ninguna de las dos. La verdad es que no os conozco.
—¿Acaso tienes intención de quedarte y restregar cacerolas? —inquirió Leane en un tono tan bajo como el de las otras dos—. ¿Estando Rand ahí fuera, con tu corazón en un bolsillo?
Min sintió una sorda rabia. Ojalá nunca hubieran descubierto que amaba a Rand al’Thor. A veces quería no haberlo descubierto nunca ella misma. Un hombre que casi no sabía que existía; un hombre como él. Lo que Rand era ya no parecía ser tan importante como el hecho de que nunca se hubiera fijado en ella, pero en realidad lo uno iba unido a lo otro. Deseó manifestar que pensaba cumplir su juramento y olvidarse de Rand durante el tiempo que tardara el saldar su deuda trabajando. Pero fue incapaz de abrir la boca. «¡Así se abrase! ¡Si no lo hubiera conocido no estaría metida en este lío!»
Cuando el silencio se prolongó demasiado para el gusto de Min, roto sólo por el rítmico chirriar de las ruedas y el suave trapaleo de los cascos del caballo de tiro, Siuan habló:
—Me propongo cumplir lo que juré… cuando haya terminado lo que debo hacer primero. No prometí servirle inmediatamente; tuve mucho cuidado en no insinuarlo siquiera, estrictamente hablando. Una puntualización sutil que sin duda Gareth no comprendería, pero que no deja de ser verdad.
Min se quedó desmadejada por la sorpresa, y se dejó sacudir por el suave traqueteo de la carreta.
—¿Os proponéis huir y después volver al cabo de unos años y entregaros a Bryne? Ese hombre os desollará a las dos y venderá vuestros pellejos a un curtidor. Nuestros pellejos. —Hasta que no hubo dicho aquello no fue consciente de que había aceptado la solución de Siuan. Huir, regresar después y… «¡No puedo! Amo a Rand. ¡Y él no se dará cuenta si Gareth Bryne me hace trabajar en sus cocinas el resto de mi vida!»
—Con ese hombre no se puede jugar, lo admito —suspiró Siuan—. Lo conocí… hace tiempo. Estaba aterrada de que pudiera reconocer mi voz. Los rostros cambian, pero no las voces. —Se tocó la cara como hacía a veces sin que al parecer se diera cuenta de ello—. Los rostros cambian —repitió. Después su tono se tornó firme—. He pagado un precio muy alto por lo que he de hacer, y también pagaré éste. En su momento. Si hay que elegir entre ahogarse y subirse a lomos de una escorpina, uno se monta en ella y espera que todo vaya bien. No hay vuelta de hoja, Serenla.