Выбрать главу

—Esto cambia mucho las cosas —dijo al cabo de un tiempo Sheriam—. De ningún modo podemos seguir a una Amyrlin que hiciera algo así.

—¡Seguirla! —exclamó Siuan, por primera vez sobresaltada de verdad—. ¿Estabais considerando la posibilidad de volver para besar el anillo de Elaida? ¿Sabiendo lo que ha hecho y lo que hará?

Leane temblaba en su silla de rabia, ansiosa por soltar unas cuantas palabras escogidas de su repertorio, pero habían acordado que sería Siuan la que se dejaría llevar por el genio. Sheriam parecía un tanto avergonzada, y en las mejillas de Myrelle aparecieron dos rosetones, pero el resto reaccionó con total tranquilidad.

—La Torre debe ser fuerte —dijo Carlinya en un tono tan duro como una piedra—. El Dragón ha renacido, se aproxima la Última Batalla, y la Torre debe estar unida.

—Sí —asintió Anaiya—. Comprendemos vuestras razones para que Elaida no os guste, incluso para que la odiéis. Lo comprendemos, pero debemos pensar en la Torre y en el mundo. Confieso que a mí también me cae mal Elaida, pero tampoco me gustabas tú, Siuan. No es necesario que la Sede Amyrlin sea de nuestro agrado. Y no es preciso que nos mires de ese modo, Siuan. Siempre has tenido una lengua afilada, desde novicia, y el paso de los años sólo ha conseguido aguzarla más. Y, como Amyrlin, empujabas a las hermanas allí donde querías sin dar explicaciones del porqué. No es una combinación agradable.

—Trataré de… suavizar mi manera de hablar —manifestó Siuan en tono seco. ¿Qué esperaba esta mujer? ¿Que una Sede Amyrlin tratara a todas las hermanas como amigas de la infancia?—. Pero confío en que lo que os he dicho cambie vuestra idea de arrodillaros a los pies de Elaida.

—Si eso es suavizar tu manera de hablar, quizá tenga que ocuparme personalmente de corregir ese fallo, si es que te permitimos ocuparte de las informadoras —comentó Myrelle.

—Ahora no podemos volver a la Torre, por supuesto —dijo Sheriam—. Sabiendo esto, no, de ninguna forma. No volveremos hasta que estemos en disposición de deponer a Elaida.

—Haya hecho lo que haya hecho, las Rojas seguirán apoyándola. —Beonin lo expresó como un hecho, no como objeción. No era ningún secreto que las Rojas estaban resentidas porque no había habido una Amyrlin de su Ajah desde Bonwhin.

—Y también lo harán otras —abundó Morvrin—. Aquellas que han arriesgado demasiado en favor de Elaida para creer que les queda otra opción. Aquellas que apoyen la autoridad, por vil que sea. Y algunas que piensen que estamos dividiendo la Torre cuando tendría que estar unida a toda costa.

—Excepto las Rojas, hay posibilidad de tratar con todas —adujo juiciosamente Beonin—, negociar con ellas. —La mediación y la negociación eran la razón de la existencia de su Ajah.

—Por lo visto disponer de informadoras va a sernos de utilidad, Siuan. —Sheriam miró a las demás—. A menos que alguien piense todavía que deberíamos privarla de ellas.

Morvrin fue la última en negar con la cabeza, pero finalmente lo hizo, tras una larga e intensa mirada que hizo que Siuan se sintiera como si la hubiera troceado, pesado y medido.

No pudo evitar un suspiro de alivio. Nada de una corta vida consumiéndose en una choza, sino una existencia con un propósito. Puede que fuera corta también —nadie sabía cuánto podía vivir una mujer neutralizada teniendo algo que reemplazara el Poder Único—, pero existiendo un propósito, sería suficiente para ella. De modo que Myrelle iba a suavizar su modo de hablar, ¿no? «Yo le enseñaré a esa Verde de ojos de zorra… Bueno, lo que voy a hacer es contener la lengua y darme por satisfecha con que no haga más que mirarme. Sabía cómo iba a ser esto. Así me abrase, pero lo sabía».

—Gracias, Aes Sedai —contestó en el tono más sumiso que fue capaz de asumir. Llamarlas así le dolía; era otra ruptura, otro recordatorio de lo que ella no era ya—. Intentaré daros un buen servicio.

Myrelle no tendría que haber asentido con una expresión tan satisfecha. Siuan hizo caso omiso de la vocecilla interior que le decía que ella habría hecho lo mismo o más que Myrelle de estar en su lugar.

—Si me permitís una sugerencia —intervino Leane—, no será suficiente con esperar hasta que contéis con bastante apoyo en la Antecámara de la Torre para deponer a Elaida. —Siuan adoptó una expresión interesada, como si fuera la primera vez que oía tal cosa—. Elaida gobierna en Tar Valon, en la Torre Blanca, y para el mundo es la Amyrlin. De momento, no sois más que una congregación de disidentes. Puede acusaros de rebeldes y agitadoras, y, viniendo de la Sede Amyrlin, el mundo lo creerá.

—Difícilmente podemos impedir que sea Amyrlin mientras no se la haya depuesto —contestó Carlinya con un tono de frío menosprecio. De haber llevado puesto el chal de flecos blancos, lo habría ajustado con brusquedad en torno a los hombros.

—Pero sí podéis dar al mundo una verdadera Amyrlin. —Leane no se dirigió a la hermana Blanca, sino a todas en conjunto, mirándolas por turno, asumiendo una expresión en la que se mostraba segura de lo que decía pero al mismo tiempo ofreciendo una sugerencia que casi no esperaba que aceptaran. Fue Siuan la que apuntó la posibilidad de que utilizara los mismos trucos que empleaba con los hombres, sólo que adaptados para las mujeres—. He visto Aes Sedai de todos los Ajahs, excepto el Rojo, en la sala y en las calles. Haced que se instaure aquí una Antecámara, y que las designadas elijan una nueva Amyrlin. Entonces podréis presentaros al mundo como la verdadera Torre Blanca, en el exilio, y a Elaida como una usurpadora. Añadiendo a eso la revelación de Logain, ¿dudáis de a quién aceptarán las naciones como la verdadera Sede Amyrlin?

La idea despertó su interés. Siuan vio que le daban vueltas a esa posibilidad. Pensaran lo que pensaran las otras, sólo Sheriam manifestó algo en contra:

—Ello significaría que la Torre está realmente dividida —musitó tristemente la mujer de ojos verdes.

—Ya lo está —le respondió Siuan con acritud, y al momento deseó no haber hablado, cuando todas la miraron.

Se suponía que esta idea era exclusivamente de Leane. Ella tenía reputación de ser una diestra manipuladora, y podían desconfiar de cualquier cosa que propusiera. Por eso había empezado criticándolas duramente; no le habrían creído si les hubiera hablado con amabilidad. Se presentaría ante ellas como si todavía creyera que era la Sede Amyrlin, y las dejaría que la pusieran en su sitio. En contraste, Leane mostraría un talante más cooperativo, ofreciendo solamente lo poco que estaba en su mano, y estarían más dispuestas a escucharla. Cumplir su parte no resultó difícil… hasta que llegó lo de la súplica; entonces habría querido colgarlas a todas a secar al sol. ¡Sentadas allí, sin hacer nada!

«No tendría que haberte preocupado que recelaran de ti. Te consideran un junco roto». Si todo iba bien, seguirían pensando igual. Un junco útil pero débil en el que no merecía fijarse más de una vez. Era una aceptación dolorosa, si bien Duranda Tharne le había demostrado en Lugard cuán necesaria era. Sólo la admitirían según sus condiciones, y ella tendría que sacarles el mejor partido.

—Ojalá se me hubiera ocurrido a mí —continuó—. Ahora que lo he oído, la idea de Leane os proporciona un modo de volver a erigir la Torre sin que antes tengáis que destruirla por completo.

—Pero no tiene por qué gustarme —sentenció Sheriam—. No obstante, se hace lo que tiene que hacerse. La Rueda gira según sus designios, y, si la Luz quiere, sus giros quitarán la estola de los hombros de Elaida.

—Habrá que pactar con las hermanas que siguen en la Torre —musitó Beonin, casi para sí misma—. De modo que la Amyrlin que escojamos habrá de ser una sagaz negociadora, ¿no?

—Será preciso una mente despierta y muy clara —precisó Carlinya—. La nueva Amyrlin tiene que ser una mujer de razonamiento frío y lógico.