Выбрать главу

Esto era absurdo; tendría que disculparse y largarse de allí. También eso era absurdo. Sabía antes incluso de que Dromand le saliera al paso en la calle que probablemente no abandonaría Salidar con vida. Debía de haber unos cincuenta Guardianes en el bosque alrededor del lugar donde había dejado a sus hombres, si es que no eran un centenar. Joni y los otros venderían caras sus vidas, pero no los había traído tan lejos para que murieran. Con todo, si había sido tan necio para dejarse engatusar por un par de ojos y meterse de cabeza en la trampa, tanto daba si recorría el último kilómetro.

—Incendio premeditado, robo y agresión, Aes Sedai. Ésos fueron los delitos. Fueron juzgadas y sentenciadas y prestaron juramento. Pero no tengo inconveniente en quedarme aquí hasta que hayáis terminado con ellas. Mara podría actuar como mi maritornes cuando no la necesitéis. Anotaré las horas que trabaja para mí y las descontaré de su tiempo de servicio.

Mara abrió la boca con gesto iracundo; pero, como si las mujeres hubieran sabido que intentaría hablar, seis pares de ojos se volvieron a una hacia ella. La joven sacudió los hombros y cerró bruscamente la boca, tras lo cual le asestó una mirada venenosa, con los puños apretados contra los costados. Bryne se alegró de que no tuviera a mano un puñal. Myrelle parecía a punto de prorrumpir en carcajadas.

—Mejor será que elijáis a la otra, lord Bryne. Por el modo en que os mira, encontraréis en ella una… disposición mucho mayor.

Bryne esperaba que Amaena se pusiera colorada, pero no ocurrió así. Además, lo observaba… aprobadoramente. Incluso compartió una sonrisa cómplice con Myrelle. Bueno, después de todo era domani, y mucho más de lo que lo había sido la última vez que la vio.

Carlinya, tan fría que en comparación las demás parecían agradables, se inclinó hacia adelante. Desconfiaba de ella, así como de la de ojos grandes, la tal Beonin, aunque no sabía con certeza el motivo. Excepto por el hecho de que, si el Juego de las Casas funcionara allí, habría dicho que las dos mujeres apestaban a ambición. Quizás eso era exactamente en lo que estaba metido.

—Debéis saber —dijo fríamente Carlinya— que la mujer a quien conocéis como Mara es en realidad Siuan Sanche, la anterior Sede Amyrlin. Y Amaena es realmente Leane Sharif, que fue Guardiana de las Crónicas.

No pudo evitar quedarse boquiabierto como un necio patán. Ahora que lo sabía, advertía en el rostro de Mara —de Siuan— aquel que lo había hecho ceder, sólo que suavizado por la juventud.

—¿Cómo? —fue todo cuanto dijo, porque no habría sido capaz de decir nada más.

—Hay ciertas cosas que es mejor para los hombres no saber —repuso con frialdad Sheriam—, y también para la mayoría de las mujeres.

Mara —no, mejor sería que pensara en ella con su verdadero nombre—, Siuan había sido neutralizada. Eso lo sabía. Su nuevo aspecto debía de tener algo que ver con la neutralización. Si esa esbelta domani había sido la Guardiana, entonces estaba dispuesto a apostar a que también ella había corrido la misma suerte. Empero, hablar de neutralización delante de Aes Sedai era un buen método de descubrir cuán duro era uno. Además, cuando empezaban a actuar con ese aire misterioso, ninguna Aes Sedai daba una respuesta clara y directa aunque uno preguntara si el cielo era azul.

Eran muy buenas, estas Aes Sedai. Lo habían engatusado para después golpear con fuerza cuando tenía bajada la guardia. Tenía la deprimente sensación de saber por qué lo estaban ablandando. Sería interesante comprobar si se hallaba en lo cierto.

—Eso no anula la validez del juramento que prestaron. Aun en el caso de que todavía fueran Amyrlin y Guardiana, seguirían sujetas a ese juramento bajo cualquier ley, incluida la de Tar Valon.

—Puesto que no tenéis objeción a quedaros aquí —dijo Sheriam—, podéis disponer de Siuan como vuestra doncella personal cuando no la necesitemos. Podéis disponer de las tres, si lo deseáis, incluida Min, a quien por lo visto conocéis como Serenla, a tiempo completo. —Por alguna razón aquello pareció irritar a Siuan tanto como lo que se había dicho de ella; masculló entre dientes, lo bastante bajo para que no se entendiera lo que decía—. Y, puesto que no tenéis objeciones, lord Bryne, mientras permanecéis con nosotros hay un servicio que podríais prestarnos.

—La gratitud de las Aes Sedai es considerable —comentó Morvrin.

—Estaréis sirviendo a la Luz y a la justicia al servirnos a nosotras —añadió Carlinya.

—Servisteis a Morgase y a Andor lealmente —manifestó seriamente Beonin tras asentir con un cabeceo—. Servidnos bien y no encontraréis el exilio al final. Nada de lo que os pedimos irá en menoscabo de vuestro honor ni en perjuicio de Andor.

Bryne hizo una mueca. Estaba en el Juego, vaya que sí. A veces había pensado que tenían que haber sido Aes Sedai quienes habían inventado el Da’es Daemar, debían de jugarlo incluso estando dormidas. La batalla era más sangrienta indudablemente, pero también era más franca. Si tenían intención de manejarlo como a una marioneta, tirarían de las cuerdas y lo moverían, de una manera u otra, pero era un buen momento para demostrarles que él no era un títere sin cerebro.

—La Torre Blanca está dividida —dijo en tono impasible. Los ojos de las mujeres se abrieron mucho, pero no les dio ocasión de hablar—. Los Ajahs se han separado. Es la única razón que explique vuestra presencia aquí. Ciertamente no os hacen falta unas cuantas espadas más —miró de soslayo a Dromand que, en respuesta, asintió—, de modo que el único servicio que podéis querer que os preste es dirigir un ejército. Y reunir uno en primer lugar, a menos que existan otros campamentos como éste con muchos más hombres de los que he visto aquí. Y eso significa que os proponéis enfrentaros a Elaida. —Sheriam estaba enojada, Anaiya preocupada, y Carlinya a punto de decir algo, pero Bryne continuó. Que escucharan ahora, ya que sospechaba que tendría que escucharlas muchas veces en los próximos meses—. Muy bien. Nunca me gustó Elaida y no creo que sea una buena Amyrlin, pero lo más importante es que puedo reunir un ejército para tomar Tar Valon. Siempre y cuando seáis conscientes de que esa toma será larga y sangrienta.

»Antes, empero, éstas son mis condiciones. —Todas se pusieron tensas a la par, incluso Siuan y Leane. Los hombres no ponían condiciones a las Aes Sedai—. Primero: el mando es mío. Me diréis lo que hay que hacer, pero seré yo quien decida cómo. Me daréis vuestras órdenes, y yo se las daré a los soldados que estén a mi mando, no vosotras, a menos que antes haya accedido a ello. —Varias bocas se abrieron, las de Carlinya y Beonin las primeras, pero el veterano general prosiguió—. Yo asigno las tareas a los hombres, los asciendo y los castigo, no vosotras. Segundo: si os digo que no puede realizarse algo, tomaréis en consideración mi opinión. No pretendo usurpar vuestra autoridad —había pocas probabilidades de que se lo permitieran, en cualquier caso—, pero no quiero perder hombres porque no sabéis nada sobre la guerra. —Ocurriría, pero no más de una vez si tenía suerte—. Tercero: si empezáis con esto, tendréis que llevarlo hasta sus últimas consecuencias. Tanto yo como todos los hombres que me sigan nos habremos puesto una soga al cuello; y, si dentro de seis meses decidieseis que es preferible Elaida de Amyrlin que la guerra, será como si hubieseis apretado ese nudo corredizo para ahorcarnos a todos los que apresen de nosotros. Puede que las naciones no se impliquen en una guerra civil en la Torre, pero no nos dejarán con vida si nos abandonáis a nuestra suerte. Elaida se ocupará de ello.

»Si no accedéis a estos puntos, entonces no me pondré a vuestro servicio. Tanto si me inmovilizáis con el Poder para que Dromand me degüelle como si acabo detenido y ahorcado, la muerte es el resultado final.

Las Aes Sedai guardaron silencio y se quedaron observándolo intensamente durante largos segundos, hasta que la picazón entre los omóplatos le hizo preguntarse si Nuhel no estaría a punto de hundirle una daga entre ellos. Entonces Sheriam se incorporó y las demás la siguieron hasta una ventana. Bryne veía moverse sus labios, pero no oía nada. Si querían ocultar sus deliberaciones con el Poder Único, que lo hicieran. No estaba seguro de cuánto de lo que les había pedido se lo concederían. Todo ello, si eran sensatas; claro que las Aes Sedai podían llegar a la conclusión de que eran lógicas las cosas más extrañas. Decidieran lo que decidieran, tendría que aceptar con toda la cortesía que fuera capaz de demostrar. Era una trampa perfecta la que él mismo se había preparado.