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Leane le dedicó una mirada y una sonrisa que le decían con tanta claridad como si lo hubiera hecho con palabras que no sabía lo que se había perdido; imaginó que habría sido una buena cacería, con él agarrado con un aro a la nariz. Las domani nunca prometían ni la mitad de lo que uno pensaba que habían prometido, y sólo daban lo que a ellas les parecía bien, además de ser más inconstantes que una veleta y cambiar de opinión en un abrir y cerrar de ojos.

El cebo que lo había llevado a la trampa lo estaba mirando fijamente; de pronto cruzó la habitación hasta plantarse ante él, de modo que tuvo que doblar el cuello hacia atrás para mirarlo a la cara, y le habló en tono bajo y furioso:

—¿Por qué lo habéis hecho? ¿Por qué nos seguisteis? ¿Por un granero?

—Por un juramento. —Y por un par de ojos azules. Siuan Sanche debía de tener unos diez años menos que él como mucho, pero resultaba muy difícil recordar quién era cuando se estaba contemplando un rostro casi treinta años más joven. Empero, sus ojos eran los mismos, profundamente azules y fuertes—. Un juramento que me hicisteis y que rompisteis. Debería doblar el tiempo estipulado por el incumplimiento.

La mujer agachó los párpados y se cruzó de brazos.

—Eso ya se ha tenido en cuenta —gruñó.

—¿Queréis decir que os han castigado por romper el juramento? Aunque os hubieran azotado el trasero por ello, no sirve de nada si no lo he hecho yo.

La risa de Dromand sonó más que un poco escandalizada —el hombre todavía debía de estar sosteniendo un tira y afloja interno por lo que Siuan Sanche había sido tiempo atrás, y Bryne no estaba muy seguro de que a él no le ocurriera otro tanto—, y el rostro de la mujer se ensombreció hasta que Bryne temió que le diera una apoplejía.

—¡Mi tiempo de servicio ya ha sido doblado, cuando no más, montón de tripas podridas de pescado! ¡Vos y vuestra anotación de horas cumplidas! ¡No se contará ni una sola hora hasta que nos tengáis a las tres de vuelta en vuestra mansión, ni siquiera si hago de vuestra… vuestra… maritornes, lo que quiera que signifique eso, durante veinte años!

De modo que Sheriam y las demás también tenían planeado esto. Echó una ojeada al grupo que conferenciaba junto a la ventana. Parecían divididas en dos bandos opuestos: Sheriam, Anaiya y Myrelle a un lado, y Morvrin y Carlinya al otro, con Beonin en medio. Estaban dispuestas a entregarle a Siuan, a Leane y a… ¿Min?, como una especie de soborno, antes de que entrara en el cuarto. Tenían que estar desesperadas, lo que significaba que él ocupaba la posición más débil, pero quizás estuvieran lo bastante desesperadas para concederle lo que necesitaba para tener alguna probabilidad de alzarse con la victoria.

—Estáis disfrutando con esto, ¿verdad? —dijo ferozmente Siuan en el momento en que volvió los ojos hacia ella—. Majadero. Maldito necio con cerebro de carpa. Ahora que sabéis quién soy, os complace que tenga que haceros reverencias y arrastrarme ante vos. —Por el momento, no parecía que estuviera actuando de ese modo, ni mucho menos—. ¿Por qué? ¿Porque os hice doblegaros en lo de Murandy? ¿Tan mezquino sois, Gareth Bryne?

Estaba intentando enfurecerlo; Siuan comprendió que se había excedido y no quería dejarle tiempo para reflexionar sobre ello. Aunque ya no fuera Aes Sedai, la manipulación era un componente más de su sangre.

—Fuisteis la Sede Amyrlin —repuso él con calma—, y hasta un rey besa el anillo de la Amyrlin. No diré que me gustara el modo en que llevasteis aquel asunto, y tal vez en algún momento mantendremos una tranquila charla respecto a si era necesario hacer lo que hicisteis estando presente media corte, pero recordaréis que seguí hasta aquí a Mara Tomanes y fue por Mara Tomanes por quien pregunté, no por Siuan Sanche. Puesto que seguís preguntando el motivo, dejadme que también yo os pregunte algo. ¿Por qué era tan importante que permitiera que los murandianos hicieran incursiones a través de la frontera?

—Porque vuestra injerencia entonces podría haber echado a perder planes importantes —replicó, casi escupiendo cada palabra—, igual que vuestra injerencia ahora puede tener el mismo resultado. La Torre había identificado a un joven lord de la frontera llamado Dulain como el hombre que algún día podría unificar realmente Murandy con nuestra ayuda. No podía permitir que se corriera el riesgo de que vuestros soldados lo mataran. También aquí tengo un trabajo que hacer, lord Bryne. Dejad que lo lleve a cabo y quizás os alcéis con la victoria. Si os entremetéis por rencor tal vez lo echéis a perder todo.

—Sea cual sea ese trabajo, estoy seguro de que Sheriam y las demás se ocuparán de que lo hagáis. ¿Dulain? No he oído hablar de él, de modo que todavía no debe de haber tenido éxito en su empresa. —A su modo de entender, Murandy continuaría siendo un rompecabezas de lores y ladis independientes enfrentados hasta que la Rueda girara y llegara una nueva Era. Los murandianos se llamaban a sí mismos lugardeños o inishlinni o mindeanos o cualquier otra cosa antes de dar nombre a una nación. Si es que se molestaban en hacerlo. Un lord capaz de unirlos y que tenía al cuello la correa de Siuan, podría aportar un número considerable de hombres.

—Él… murió. —Unos fuertes rosetones aparecieron de repente en sus mejillas y la mujer pareció sostener una lucha interior—. Un mes después de marcharme de Caemlyn —murmuró—, un granjero andoreño le clavó una flecha en una incursión para robar ovejas.

Bryne no pudo menos de echarse a reír.

—De modo que era a los granjeros a quienes debisteis obligar a hincar la rodilla, no a mí. En fin, ahora ya no tenéis que preocuparos por esas cosas. —Eso era cierto, indudablemente. Fuera cual fuera la utilidad que pensaran darle las Aes Sedai, ahora ya no le permitirían volver a estar cerca del poder y las decisiones. Bryne sintió lástima por Siuan Sanche. No imaginaba a esta mujer dándose por vencida y dejándose morir, pero había perdido todo lo que podía perderse salvo la vida. Por otro lado, no le gustaba que lo llamara majadero ni lo de montón de tripas podridas de pescado. ¿Qué había sido lo otro? Ah, sí. Necio con cerebro de carpa—. De ahora en adelante, os preocuparéis de mantener mis botas limpias y mi cama hecha.

Los ojos de Siuan se estrecharon hasta hacerse meras rendijas.

—Si es eso lo que queréis, lord Gareth Bryne, deberíais haber escogido a Leane. Ella podría ser así de boba.

Se contuvo por poco de abrir unos ojos como platos. El modo en que trabajaban las mentes de las mujeres nunca dejaba de sorprenderlo.

—Jurasteis servirme en la forma que decidiera yo. —Se las ingenió para soltar una risita. ¿Por qué estaba actuando así? Sabía quién era ella y lo que era. Empero, aquellos ojos seguían obsesionándolo, con su mirada retadora aun cuando la mujer estuviera convencida de que no había esperanza, exactamente como hacían en ese momento—. Descubriréis la clase de hombre que soy, Siuan. —El comentario llevaba la intención de aplacarla por la chanza que había hecho antes; pero, por el modo en que sus hombros se pusieron tensos, ella pareció interpretarlo como una amenaza.

De repente se dio cuenta de que podía oír a las Aes Sedai, un suave murmullo de voces que callaron de inmediato. Estaban juntas, observándolo fijamente con una expresión inescrutable. No; a quien observaban era a Siuan. Los seis pares de ojos la siguieron mientras ella regresaba al lado de Leane; como si percibiera la intensidad de las miradas en su espalda, cada paso fue más rápido que el anterior. Una mujer extraordinaria. Bryne no estaba seguro de haber sido capaz de hacerlo tan bien si hubiera estado en su lugar.