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Deshizo el abrazo con que la ceñía y empezó a apartarse de ella, pero los dedos de la mujer le aferraron un puñado de pelo con tanta fuerza que le hicieron daño. Si se movía, le dejaría una calva. Aviendha no le dio oportunidad de explicar nada.

—Prometí a mi medio hermana que te vigilaría. —Parecía hablar consigo misma tanto como con él en un tono bajo, casi inexpresivo—. Huí de ti con todo mi empeño para proteger mi honor. Y tú me seguiste incluso aquí. Los anillos no mienten, y ya no puedo huir más. —Su voz adquirió una tajante firmeza—. No huiré más.

Rand intentó preguntarle qué quería decir con eso mientras procuraba aflojarle los dedos que le aferraban el pelo, pero ella agarró otro puñado con la mano libre y, atrayéndolo hacia sí, unió sus labios a los de él en un intenso beso. Aquello fue el fin de toda idea racional; el vacío se hizo añicos, y el contacto con el saidin se interrumpió bruscamente. Rand no creía que hubiera podido detenerse incluso si hubiera querido, pero el hecho era que no quería, y, desde luego, la mujer no parecía que deseara que lo hiciera. El último pensamiento con cierta coherencia que tuvo durante un largo rato fue que dudaba que hubiera podido detenerla a ella.

Al cabo de bastante tiempo —dos o puede que tres horas: era incapaz de calcularlo— Rand, tendido boca arriba sobre las alfombrillas, cubierto con las mantas y con las manos enlazadas debajo de la cabeza, contemplaba a Aviendha, que examinaba las resbaladizas paredes blancas. El refugio había conservado una sorprendente cantidad de calor y no había tenido necesidad de recurrir al saidin para mantener fuera el frío ni para intentar caldear el ambiente. La joven se había limitado a pasarse los dedos por el cabello cuando se levantó y se movía sin denotar el menor atisbo de pudor por su desnudez. Claro que ya era un poco tarde para avergonzarse de algo tan nimio como no llevar nada puesto encima. Rand se había preocupado por si le hacía daño cuando la sacó del agua arrastrándola, pero en realidad ella tenía menos arañazos que él y, de algún modo, esos pocos rasguños no mermaban en absoluto su belleza.

—¿Qué es esto? —preguntó la joven.

—Nieve.

Explicó lo que era lo mejor que supo, pero ella sacudió la cabeza, en parte maravillada y en parte con incredulidad. Para alguien que había vivido en el Yermo, el agua helada cayendo del cielo debía de parecer algo tan imposible como volar. Según los registros, la única vez que había habido una precipitación en el Yermo fue cuando él hizo que lloviera. No pudo evitar soltar un suspiro de pesar cuando Aviendha empezó a meterse la camisa por la cabeza.

—Las Sabias pueden casarnos tan pronto como regresemos —dijo Rand. Todavía percibía su tejido sujetando el acceso abierto.

Aviendha sacó la cabeza, coronada de cabello rojo oscuro, por el cuello de la prenda y lo contempló impasible. No con hostilidad, pero tampoco con afecto.

—¿Qué te hace pensar que un hombre tiene derecho a pedirme eso? Además, tú perteneces a Elayne.

Al cabo de un momento Rand fue capaz de cerrar la boca, que se le había abierto de par en par por la sorpresa.

—Aviendha, acabamos de… Nosotros dos hemos… Luz, ahora tenemos que casarnos. Y no es que lo haga porque tenga que hacerlo —se apresuró a añadir—, sino porque quiero. —En realidad no estaba seguro de eso. Creía que podría amarla, pero también creía que podría amar a Elayne. Y, por alguna razón, Min seguía colándose en su mente. «Eres tan libertino como Mat». Pero, por una vez, podía hacer lo que debía porque era lo correcto.

Aviendha resopló y tanteó las medias para comprobar si estaban secas; después se sentó y se las puso.

—Egwene me ha hablado de vuestras costumbres en Dos Ríos respecto al matrimonio.

—¿Quieres esperar un año? —inquirió, incrédulo.

—Lo del año, sí, a eso me refiero. —Rand nunca se había percatado hasta ahora lo mucho que una mujer enseñaba las piernas para ponerse una media; qué extraño que ese detalle le resultara tan excitante después de haberla visto desnuda y sudorosa y… Se concentró en escucharla—. Egwene me contó que iba a pedir permiso a su madre en tu nombre; pero, antes de que lo mencionara, su madre le dijo que tendría que esperar otro año a pesar de llevar trenzado el cabello. —Aviendha frunció el entrecejo, la pierna levantada hasta casi tocarse la barbilla con la rodilla—. ¿Es así? Me dijo que una chica no podía trenzarse el pelo hasta ser lo bastante mayor para casarse. ¿Me estás oyendo? Me recuerdas a ese… pez… que Moraine capturó en el río. —En el Yermo no había peces; los Aiel los conocían sólo a través de los libros.

—Por supuesto que te escucho —contestó. Aunque habría dado igual si hubiera sido sordo y ciego porque no entendía nada. Rebulló debajo de las mantas y adoptó un tono de voz tan seguro como fue capaz—. Como poco, las costumbres son… complicadas, y no estoy seguro de a qué parte te refieres.

Ella lo miró un instante con recelo, pero las costumbres Aiel eran tan complejas que lo creyó. En Dos Ríos, una pareja salía durante un año y si la relación funcionaba entonces se comprometía y finalmente se casaba; hasta ahí llegaba la costumbre.

—Me refiero —continuó la joven mientras seguía vistiéndose—, a lo de que la chica pida permiso a su madre y a la Zahorí para tener relaciones durante el año. La verdad es que no lo entiendo. —En ese momento se estaba metiendo la blusa por la cabeza, y la prenda ahogó un poco sus palabras—. Si ella lo desea y si es lo bastante mayor para casarse, ¿por qué necesita permiso? ¿Te das cuenta? Según mis costumbres —su tono de voz dejaba claro que eran las únicas que contaban para ella—, soy yo quien decide si te lo pido, y no voy a hacerlo. Según las tuyas —sacudió la cabeza con desdén mientras se ajustaba el cinturón—, no tenía permiso de mi madre para hacerlo. Y tú necesitarías el de tu padre, imagino. O el de tu padre segundo, puesto que tu padre está muerto, ¿no? No tenemos permiso para esta relación, así que no podemos casarnos. —Empezó a doblar el pañuelo para ceñírselo sobre la frente.

—Entiendo —musitó Rand débilmente. Cualquier chico de Dos Ríos que pidiera permiso a su padre para tener esa clase de relación se estaba buscando unas buenas bofetadas. Cuando pensaba en los muchachos que habían sudado como condenados, preocupados de que alguien, cualquiera, descubriera lo que estaban haciendo con las chicas con quienes pensaban casarse… De hecho, le vino a la cabeza cuando Nynaeve sorprendió a Kimry Lewin y a Bar Dowtry en el pajar del padre de Bar. Hacía cinco años que Kimry se trenzaba el cabello, pero cuando Nynaeve acabó con ella, la reemplazó la señora Lewin. El Círculo de Mujeres casi había despellejado vivo al pobre Bar, y eso no fue nada para lo que le hicieron a Kimry durante el mes que consideraron el plazo decente más corto para esperar a celebrar la boda. Corrió el chascarrillo, en voz baja y sin que llegara a oídos del Círculo de Mujeres, de que ni Bar ni Kimry habían podido sentarse hasta toda una semana después de haberse casado. Seguramente a Kimry se le había pasado por alto pedir permiso—. Pero imagino que Egwene no conocerá todas las costumbres de los hombres, después de todo —continuó—. Las mujeres no lo sabéis todo. Verás, puesto que he provocado la situación, tenemos que casarnos, sin que importen los permisos.

—¿Que lo provocaste? —Su resoplido resultó claro y muy significativo. Las mujeres, ya fueran Aiel, andoreñas o de cualquier otra nacionalidad, utilizaban esos ruidos para azuzar y chinchar—. En cualquier caso no importa, puesto que actuaremos según mis costumbres. Esto no volverá a ocurrir, Rand al’Thor. —Lo sorprendió, y lo complació, percibir un timbre de pesar en su voz—. Le perteneces a la medio hermana de mi medio hermana. Ahora estoy en toh con Elayne, pero eso no te incumbe. ¿Qué? ¿Piensas quedarte tumbado ahí para siempre? He oído comentar que los hombres se vuelven perezosos después de eso, pero no creo que falte mucho para que los clanes estén listos para emprender la marcha, y tú debes estar allí. —De repente, en su rostro apareció una expresión angustiada, y la joven se dejó caer sobre sus rodillas—. Si es que podemos regresar. No estoy segura de recordar qué fue lo que hice para crear ese agujero, Rand al’Thor. Tendrás que buscar el camino de vuelta.