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—Eso no importa ahora —la interrumpió Nynaeve con remilgo mientras se ajustaba el chal alrededor de los hombros.

—La he encontrado —anunció Birgitte antes de que tuviera tiempo de hacerle la pregunta.

—¿Dónde? ¿Te vio? ¿Puedes conducirme hasta ella sin que se dé cuenta? —El miedo le hacía un nudo en el estómago (buena opinión tendría Luca de su valor si la viera ahora), pero estaba convencida de que esa sensación sería reemplazada por la ira en el momento en que viera a Moghedien—. Si puedes llevarme cerca… —No terminó la frase al ver que Birgitte levantaba una mano.

—Imagino que no me vio o en caso contrario dudo que estuviese ahora aquí. —La mujer se comportaba con una gran seriedad, y Nynaeve descubrió que se sentía mucho más a gusto con ella cuando actuaba bajo esta faceta de soldado—. Puedo llevarte cerca un momento, si quieres, pero no está sola. Al menos… Ya verás. Tienes que guardar silencio y no debes emprender ninguna acción contra Moghedien. Hay otros Renegados. Tal vez podrías destruirla a ella, pero ¿crees que podrías acabar con cinco?

El desagradable hormigueo del estómago se extendió hasta el pecho de Nynaeve. Y a sus rodillas. Cinco. Debería preguntar a Birgitte qué había visto u oído y dejar el asunto ahí. Después regresaría a su cama y… Pero la mujer la estaba observando. No es que estuviera cuestionando su valor; sólo la miraba. Dispuesta a seguir adelante con esto si ella quería.

—Estaré callada. Y ni siquiera se me pasará por la cabeza la idea de encauzar. —Con cinco Renegados juntos, desde luego que no. Tampoco habría sido capaz de encauzar una pizca de Poder en este momento. Tensó las rodillas para que le dejaran de temblar—. Cuando quieras.

Birgitte alzó su arco y posó una mano sobre el brazo de Nynaeve…

… y la antigua Zahorí se quedó sin respiración. Ambas se encontraban de pie en medio de la nada, rodeadas por una negrura infinita, sin posibilidad de saber si estaban boca arriba o bien boca abajo, aunque en cualquier dirección que cayeran, sería para siempre. Mareada, se esforzó por mirar hacia el lugar donde Birgitte le señalaba.

Debajo de ellas, Moghedien estaba erguida en la oscuridad, vestida con algo casi tan negro como la nada que la rodeaba; se inclinaba ligeramente hacia adelante y escuchaba con atención. Y más abajo de su posición había cuatro enormes sillones de respaldo alto, todos diferentes, colocados sobre una superficie de relucientes baldosas blancas que flotaba en las tinieblas. Cosa extraña, Nynaeve podía oír lo que se hablaba en esos asientos con tanta claridad como si hubiera estado entre ellos.

—… nunca he sido cobarde —estaba diciendo una bonita y rellena mujer de cabello dorado—, de modo que ¿por qué iba a empezar a serlo ahora?

Daba la impresión de ir vestida con niebla gris brillante y resplandecientes joyas, y estaba reclinada en un asiento de marfil que parecía estar hecho con tallas de acróbatas desnudos. Cuatro figuras de hombres lo sostenían en vilo, y los brazos de la Renegada reposaban sobre las espaldas de mujeres arrodilladas; dos hombres y dos mujeres sostenían un cojín blanco de seda detrás de su cabeza, mientras que por encima otras figuras se contorsionaban en unas posturas que Nynaeve dudaba que ningún cuerpo humano pudiera adoptar. Enrojeció cuando cayó en la cuenta de que algunas de las figuras hacían algo más que ejercicios acrobáticos.

Un hombre de complexión compacta y de talla más bien baja, que tenía en el rostro una cicatriz lívida y una barba dorada, se adelantó en el asiento, furioso. Su sillón era de sólida madera tallada en columnas de hombres armados y caballos, y un guantelete de acero, cerrado en un puño, remataba la cúspide del respaldo. Su chaqueta roja compensaba la falta de dorado en el asiento, ya que unos bordados en oro cubrían los hombros y descendían por las mangas.

—Nadie me llama cobarde —espetó duramente—; pero, si continuamos como ahora, vendrá directamente por mí.

—Ése ha sido el plan desde el principio —dijo una melodiosa voz de mujer. Nynaeve no veía a la persona que hablaba, puesto que la ocultaba el alto respaldo de un sillón que parecía hecho de piedra blanca como nieve y de plata.

El segundo hombre era corpulento e inquietantemente atractivo, con las sienes pintadas de canas. Jugueteaba con una copa dorada, recostado en su trono. Tal era el único término adecuado para describir el sillón incrustado con gemas; aquí y allí se apreciaba un atisbo de dorado, pero Nynaeve estaba segura de que había oro macizo debajo de todos aquellos resplandecientes rubíes, esmeraldas y piedras de luna; el hombre daba una sensación de solidez que nada tenía que ver con su corpulencia.

—Se concentrará en ti —dijo con voz profunda—. Si es necesario, alguien cercano a él morirá, obviamente por orden tuya. Así vendrá por ti, y mientras está centrado sólo en tu persona, nosotros tres, coligados, lo cogeremos. ¿Qué ha cambiado para variar nada de eso?

—No ha cambiado nada —replicó el hombre de la cicatriz, sombrío—. Y lo que menos ha cambiado es mi falta de confianza en vosotros. Tomaré parte en la coligación o no sigo adelante con esto.

La mujer rubia echó la cabeza hacia atrás y empezó a reírse.

—Pobre hombre —dijo con sorna mientras agitaba una mano llena de anillos en su dirección—. ¿Acaso crees que no se daría cuenta si estuvieras coligado? Tiene un maestro, no lo olvides. Un mal maestro, pero no un completo necio. Lo siguiente que exigirás será incluir a suficientes de esas pequeñas del Ajah Negro para formar un círculo superior a trece, de modo que Rahvin o tú tengáis el control.

—Si Rahvin confía en nosotros lo bastante para coligarse teniendo que permitir que uno de nosotros nos guíe —intervino la voz melodiosa—, entonces tú deberás demostrar igual confianza. —El hombre corpulento bajó la vista a la copa dorada, y la mujer vestida de niebla esbozó una leve sonrisa—. Si eres incapaz de confiar en que no nos volveremos contra ti —continuó la mujer a la que no se veía—, entonces busca esa confianza en el hecho de que los demás estaremos vigilándonos tan estrechamente que no podremos ocuparnos de ti. Aceptaste el plan, Sammael. ¿Por qué empiezas ahora a poner pegas?

Nynaeve dio un respingo cuando Birgitte le tocó el brazo…

… y se encontraron de vuelta entre los carromatos, con la luna brillando a través de las nubes. Casi parecía normal comparándolo con el lugar donde habían estado.

—¿Por qué…? —empezó, pero tuvo que tragar saliva con esfuerzo—. ¿Por qué nos has traído de vuelta? —Tenía la sensación de que el corazón se le había subido a la garganta—. ¿Es que Moghedien nos vio? —Había estado tan pendiente de los Renegados, en la chocante mezcla de aspecto insólito y corriente de esas personas, que se había olvidado de vigilar a Moghedien. Soltó un profundo suspiro de alivio cuando Birgitte sacudió la cabeza.

—No le quité la vista de encima un solo momento, y no movió ni siquiera un músculo en todo ese tiempo. Pero no me gusta estar en una posición tan vulnerable. Si ella o cualquiera de los otros hubiera mirado hacia arriba…

Nynaeve se ajustó el chal alrededor de los hombros, pero aun así tembló.

—Rahvin y Sammael —musitó. Deseó que su voz no sonara tan ronca—. ¿Reconociste a los otros? —Pues claro que Birgitte los habría reconocido; era un modo absurdo de describirlo, pero estaba estremecida.

—Lanfear era la que estaba tapada por el sillón. La otra era Graendal. No te equivoques y la juzgues estúpida por estar repantigada en un sillón que habría hecho enrojecer a la dueña de un lupanar. Es retorcida, y utiliza a sus «animalitos de compañía» en ritos que harían que el más avezado soldado jurara mantener el celibato.

—Graendal es retorcida —dijo la voz de Moghedien—, pero no lo suficiente.

Birgitte giró veloz sobre sus talones al tiempo que levantaba el plateado arco y cogía una flecha, pero de repente salió lanzada por el aire treinta pasos y fue a estrellarse contra el carromato de Nynaeve con tanta violencia que rebotó otros cinco pasos y quedó tendida en el suelo, hecha un ovillo.