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—No soy un bufón y no pienso serlo. Soy arquera.

—Arquera —rezongó Luca mientras contemplaba la compleja trenza negra que le caía sobre el hombro a la mujer—. Y supongo que te llamas Birgitte. ¿Quién eres? ¿Uno de esos necios que van a la caza del Cuerno de Valere? Aunque esa cosa existiera, ¿qué oportunidades hay de que cualquiera de vosotros lo encuentre en lugar de otro? Estaba en Illian cuando los cazadores prestaron el juramento, y los había a miles en la Gran Plaza de Tammaz. Salvo por la gloria que podrías obtener, no hay nada que eclipse al aplauso de…

—Soy arquera, tipo guapo —lo interrumpió firmemente Birgitte—. Proporcióname un arco y te venceré a ti o a cualquier otro que elijas. Te apuesto cien coronas de oro contra una tuya.

Elayne esperaba oír el chillido de Nynaeve —serían ellas quienes tendrían que cubrir la apuesta de Birgitte si perdía y, por mucho que la mujer dijera lo contrario, Elayne no creía que estuviera completamente recuperada—, pero la antigua Zahorí se limitó a cerrar los ojos y a inhalar profunda y lentamente.

—¡Mujeres! —gruñó Luca. Thom y Juilin no tendrían que haber mostrado aquella expresión, como si coincidieran con el comentario del otro hombre—. Eres un buen complemento para «lady» Morelin y Nana o comoquiera que se llamen realmente. —Hizo un amplio gesto, extendiendo la roja capa, con el que señalaba al conjunto de hombres y caballos que tenían alrededor—. A lo mejor te ha pasado por alto, mi avispada «Birgitte», pero aquí tengo un espectáculo que poner en marcha, y mis competidores ya están aligerando de monedas a Samara, como buenos estafadores que son.

Birgitte esbozó una leve sonrisa que curvó las comisuras de sus labios.

—¿Acaso tienes miedo, tipo guapo? Si quieres, dejamos tu parte de la apuesta en un céntimo de plata.

A juzgar por la congestión del rostro de Luca, Elayne temió que le diera un ataque de apoplejía en cualquier momento. De repente daba la sensación de que su garganta era demasiado ancha para el cuello de la camisa.

—Iré a coger mi arco —replicó casi con un siseo—. ¡Por lo que a mí respecta, podrás saldar tu deuda de cien coronas de oro actuando con la cara pintada o limpiando jaulas!

—¿Estás segura de que te encuentras bastante recuperada? —le preguntó Elayne a Birgitte mientras el hombre se alejaba mascullando entre dientes. La única palabra que la joven alcanzó a entender fue «¡mujeres!». Por su parte, Nynaeve observaba a la arquera como si quisiera que el suelo se abriera y se la tragara; a ella, no a Birgitte. Varios encargados de los caballos se habían reunido alrededor de Thom y Juilin por alguna razón.

—Tiene unas piernas bonitas —dijo Birgitte—, pero nunca me han gustado los hombres altos. Si a eso le añades una cara atractiva, siempre son unos tipos insufribles.

Petro se había unido al grupo de hombres, y doblaba a cualquiera de ellos en el tamaño. Dijo algo y después Thom y él se estrecharon la mano. Los Chavana también estaban allí. Y Latelle, hablando seriamente con Thom mientras lanzaba miradas sombrías a Nynaeve y a las dos mujeres que la acompañaban. Para cuando Luca regresó con un arco con la cuerda sin tensar y una aljaba de flechas, todo el mundo había dejado de hacer preparativos. Las carretas, los caballos y las jaulas —hasta los mastodontes atados— habían quedado abandonados, y toda la gente se apelotonaba alrededor de Thom y del rastreador. Siguieron a Luca, que se dirigió fuera del campamento, a corta distancia.

—Se me considera un buen arquero —dijo mientras trazaba una cruz en el tronco de un roble, a la altura de su torso. Había recuperado parte de su garbo, y se retiró cincuenta pasos pavoneándose al caminar—. Dispararé primero, así podrás ver a lo que te enfrentas.

Birgitte le quitó el arco de la mano y se apartó otros cincuenta pasos, seguida por la mirada de Luca. La mujer sacudió la cabeza al fijarse en el arco, pero lo sujetó entre los pies y lo encordó en un fluido movimiento antes de que Luca llegara junto a ella, Elayne y Nynaeve. Birgitte sacó una flecha de la aljaba que sostenía el hombre, la examinó un momento y después la tiró a un lado como si fuera un desecho. Luca frunció el ceño y abrió la boca para decir algo, pero la arquera ya había descartado un segundo proyectil. Los tres siguientes también fueron a parar al suelo alfombrado de hojas; clavó la sexta flecha en el suelo. De veintiuna que había en la aljaba, sólo se quedó con cuatro.

—Puede hacerlo —susurró Elayne, que procuró dar un tono de seguridad a su voz. Nynaeve asintió como abstraída; si tenían que pagar cien coronas de oro, a no tardar se verían obligadas a vender las joyas que Amathera les había regalado. No podían utilizar las cartas de valores, como le había explicado a Nynaeve; si las usaban, ello le revelaría a Elaida dónde habían estado aunque se hubieran marchado de allí. «Si hubiese reaccionado antes, podría haber impedido esto. Como mi Guardián, tiene que hacer lo que yo le diga, ¿no?» Hasta ahora, y por los indicios, la obediencia no era parte del vínculo. ¿Las Aes Sedai a las que había espiado habrían obligado a los hombres a prestar también juramento? Ahora que lo pensaba, creía que uno de ellos sí lo había hecho.

Birgitte encajó una flecha, levantó el arco y disparó sin hacer aparentemente una pausa para apuntar. Elayne cerró los ojos, pero la punta de acero se clavó en el centro exacto de la cruz marcada en el tronco. Antes de que hubiese dejado de cimbrearse, la segunda le pasó rozando y se hincó a su lado. Birgitte espero un instante entonces, pero sólo para que las dos flechas se quedaran inmóviles. Una ahogada exclamación de asombro se alzó entre los espectadores cuando un tercer proyectil dividió en dos el primero, pero la siguiente reacción de los presentes fue un profundo silencio de pasmo cuando la cuarta flecha partió a su vez la anterior, con idéntica limpieza, por el centro del astil. Una vez podría achacarse a la suerte. Dos veces…

El estupor de Luca era tal que sus ojos parecían a punto de salírsele de las órbitas. Miró, boquiabierto, el árbol, y después a Birgitte; de nuevo volvió la vista al tronco y luego, otra vez, a la mujer. Ésta le tendió el arco, y Luca sacudió lentamente la cabeza, como aturdido.

De repente, lanzó el arco a un lado y extendió los brazos a la par que gritaba con entusiasmo:

—¡Nada de cuchillos! ¡Flechas! ¡Y desde un centenar de pasos!

Nynaeve tuvo que apoyarse en Elayne cuando el hombre explicó lo que quería, pero no protestó. Thom y Juilin estaban recogiendo dinero; la mayoría les daba las monedas con un suspiro o con una risa, pero Juilin tuvo que agarrar del brazo a Latelle cuando la mujer intentó escabullirse, y dirigirle unas cuantas palabras iracundas antes de que ella sacara el dinero de la bolsita. Así que eso era lo que se habían traído entre manos. Tendría que hablarles seriamente. Pero después.

—Nana, no tienes que acceder a esto —dijo Elayne a su amiga, pero la otra mujer no respondió y siguió mirando a Birgitte, el rostro demacrado.

—¿Y nuestra apuesta? —exigió la arquera cuando Luca se calló, falto de aliento. El hombre hizo una mueca y después tanteó lentamente en su bolsita del dinero y sacó una moneda, que lanzó por el aire a Birgitte. Elayne atisbó el brillo del oro al sol mientras Birgitte la examinaba para, de inmediato, lanzársela de nuevo a Luca—. La apuesta era un céntimo de plata por tu parte.

Los ojos del hombre se abrieron por la sorpresa, pero al instante se echaba a reír.