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Nynaeve se dirigió presurosa hacia la impaciente muchedumbre apiñada alrededor de dos altos postes unidos en lo alto por un cable tenso. Tuvo que hacer uso de los codos para lograr ponerse en primera fila, aunque hubo dos mujeres que le asestaron una mirada furibunda mientras apartaban de ella a sus hombres de un brusco tirón cuando el chal se escurrió hombros abajo. Les habría devuelto la mirada si no hubiese estado tan ocupada tapándose y poniéndose colorada. Luca estaba allí, con el entrecejo fruncido y un gesto de ansiedad semejante al de un marido esperando junto a la puerta del cuarto donde su mujer está dando a luz. A su lado había un tipo corpulento que llevaba la cabeza afeitada salvo un copete de pelo canoso. Nynaeve se situó al otro costado de Luca. El hombre del cráneo afeitado tenía mala catadura; una larga cicatriz le surcaba la mejilla izquierda, y un parche que le tapaba el ojo de ese lado iba pintado con un torpe simulacro de ojo ceñudo y enrojecido. Pocos hombres de los que había visto allí llevaban más armas que un simple cuchillo al cinturón, pero éste portaba una espada a la espalda, con la larga empuñadura asomando por encima del hombro derecho. Le resultaba vagamente familiar por alguna razón, pero Nynaeve estaba pendiente del cable en lo alto. Luca frunció el entrecejo al fijarse en el chal, le sonrió e intentó rodearle la cintura con el brazo.

Cuando el hombre todavía trataba de recobrar la respiración tras el codazo recibido y ella seguía colocándose bien el chal, Juilin salió de entre la multitud dando traspiés, con el gorro cónico ladeado, la chaqueta medio descolgada de un hombro, y una jarra de madera en la mano, que rebosaba por el borde. Caminando con los pasos excesivamente cautelosos del hombre que ha bebido más de la cuenta, se acercó a la escala de cuerda que conducía a una de las altas plataformas, y la miró de hito en hito.

—¡Vamos! —gritó alguien—. ¡Rómpete tu estúpido cuello!

—Espera, amigo —llamó Luca, que echó a andar repartiendo sonrisas y haciendo ondear la capa—. Ése no es lugar para un hombre con el estómago lleno de…

El rastreador soltó la jarra en el suelo, trepó por la escala de cuerda y se encaramó, inestable, en la plataforma. Nynaeve contuvo el aliento. El hombre estaba acostumbrado a las alturas, cosa lógica después de pasarse la vida persiguiendo ladrones por los tejados de Tear, pero aun así…

Juilin dio media vuelta como si estuviera perdido; parecía encontrarse demasiado ebrio para ver o recordar la escala. Fijó la mirada en el cable tenso. Vacilante, puso un pie en él y al punto retrocedió. Echó hacia atrás el gorro para rascarse la cabeza, observó atentamente el cable tendido y, de repente, la comprensión pareció iluminar su semblante. Muy despacio, se puso a gatas y empezó a desplazarse por el cable en medio de bamboleos. Luca le gritó que bajara, y la multitud estalló en carcajadas.

A mitad de camino entre una y otra plataforma, el rastreador se detuvo, miró hacia atrás y sus ojos se prendieron en la jarra que había dejado en el suelo. Era obvio que se estaba planteando cómo regresar por ella. Lentamente, con infinito cuidado, se puso de pie, de cara hacia la dirección por la que había venido y tambaleándose a uno y otro lado. Hubo un respingo general cuando un pie le resbaló y el hombre perdió el equilibrio. Mientras caía, de algún modo se las ingenió para sujetarse con una mano y engancharse por una pierna al cable. Luca recogió el gorro tarabonés antes de que llegara al suelo y gritó a todo el mundo que el hombre estaba loco y que no era responsabilidad suya lo que quiera que le ocurriese. Nynaeve ciñó las manos con fuerza sobre su estómago; se imaginaba a sí misma allí arriba y la mera idea le provocaba náuseas. Ese hombre era un estúpido. ¡Un completo necio sin pizca de cerebro!

Con un esfuerzo evidente, Juilin se las ingenió para agarrarse a la cuerda con la otra mano y se desplazó a pulso, palmo a palmo, a la plataforma más alejada. Una vez allí, se encaramó a ella, falto de equilibrio, se sacudió la chaqueta e intentó ponérsela derecha, aunque lo único que consiguió fue que le colgara por el hombro contrario. Entonces vio la jarra en el suelo, al pie de la otra plataforma. La señaló con alegría y volvió a posar un pie sobre el cable.

Esta vez, la mitad de los espectadores le gritó que volviera, que había una escala a su espalda; la otra mitad rió con todas sus ganas, sin duda esperando que se rompiera el cuello. Recorrió el cable ágilmente, se deslizó por la escala con las manos y los pies por la parte exterior, y recogió la jarra para echar un buen trago. Hasta que Luca le puso el gorro y los dos hombres saludaron con una reverencia —Luca ondeando la capa de tal modo que Juilin quedó tapado por ella la mitad del tiempo— los espectadores no comprendieron que todo había sido parte del espectáculo. Hubo un instante de silencio, e inmediatamente después estalló un gran aplauso coreado por aclamaciones y risas. Nynaeve había temido que el público reaccionara mal al darse cuenta de que lo habían engañado. El tipo del mechón de pelo en cola de caballo seguía teniendo un aspecto peligroso incluso sacudido por la risa.

Luca dejó a Juilin junto a la escala y volvió a situarse entre Nynaeve y el hombre del mechón de pelo.

—Me pareció que eso funcionaría. —Parecía inmensamente satisfecho consigo mismo e hizo más reverencias a la multitud como si hubiese sido él quien hubiera caminado por el cable.

Nynaeve le dedicó una mirada severa, pero no tuvo tiempo de soltar el agrio comentario que pensaba hacer porque en ese momento apareció Elayne abriéndose paso entre la multitud y se situó al lado de Juilin, con los brazos levantados y una rodilla ligeramente doblada.

Nynaeve apretó los labios y se ajustó el chal con irritación. Por mala que fuera la opinión que tenía del vestido rojo que había acabado por llevar puesto sin saber realmente cómo, dudaba mucho que el atuendo de Elayne fuera mejor. La heredera del trono de Andor iba completamente de blanco, con lentejuelas del mismo color brillando en la chaqueta corta y en los ajustados calzones. Nynaeve no había creído realmente que su amiga apareciera en público con esa ropa, pero había estado demasiado preocupada por su propio atuendo para darle su opinión. La chaqueta y los calzones le recordaban a Min. Nunca había aprobado que Min vistiera ropa de chico, pero el color y las lentejuelas hacían que ésta fuera aun más… escandalosa.

Juilin mantuvo tensa la escala de cuerda para que Elayne pudiera trepar por ella, aunque no era necesario. La joven subió con tanta agilidad como podría haberlo hecho él. El rastreador se perdió en la multitud tan pronto como Elayne llegó a la plataforma, donde la joven adoptó de nuevo la misma postura para saludar al público, y su rostro se iluminó al oír el clamoroso aplauso como si estuviera recibiendo la adulación de sus súbditos. Cuando plantó el pie en el cable tenso —que parecía aun más fino que cuando Juilin había caminado sobre él— Nynaeve contuvo la respiración y se olvidó por completo de la ropa que lucía Elayne e incluso de su propio vestido.

La muchacha dio los primeros pasos por la cuerda con los brazos extendidos; no estaba encauzando el tejido de un paso de Aire. Lentamente, avanzó palmo a palmo, sin la menor vacilación, sostenida únicamente por el cable. Encauzar sería demasiado peligroso si Moghedien tenía la más ligera sospecha de dónde se encontraban; la Renegada o las hermanas Negras podían estar en Samara, y percibirían el uso del saidar. Además, si no estaban ya en Samara no tardarían en aparecer por allí. En la otra plataforma Elayne tuvo que hacer una pausa para recibir un aplauso considerablemente más largo que el dado a Juilin —Nynaeve no lo entendía— e inició el camino de vuelta. Casi al final, giró sobre sí misma suavemente, regresó al centro del cable, y volvió a girar. Se tambaleó y recobró el equilibrio a duras penas. Nynaeve se sentía como si una mano le estuviera apretando la garganta con fuerza. A un paso lento y seguro, Elayne caminó hacia la plataforma y de nuevo adoptó la postura de saludo mientras los aplausos y las aclamaciones resonaban.