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—Se hará como decís, por supuesto —murmuró la mujer. Su semblante mantuvo la circunspecta elegancia, pero en su voz se advertía que estaba impresionada. Nynaeve ignoraba cómo se establecían las leyes en Ghealdan, pero dudaba que se impartieran con esa despreocupación. La mujer respiró profundamente—. Queda todavía el tema de la comida. Resulta difícil alimentar a tantas personas.

—Todo hombre, mujer y niño que siga al lord Dragón debe tener el estómago lleno. ¡No puede ser de otro modo! Donde puede encontrarse oro, también puede encontrarse comida, y en el mundo hay mucho oro. Y demasiada preocupación por él. —Masema sacudió la cabeza con ira. No contra ella, sino en general. Era como si buscara a los que se interesaban tanto por el oro para desatar su cólera sobre ellos—. El lord Dragón ha renacido. La Sombra se cierne sobre el mundo, y sólo él puede salvarnos. Sólo la fe en el lord Dragón, la sumisión y la obediencia a la palabra del lord Dragón. Todo lo demás es inútil, aunque no pueda tildarse de blasfemia.

—Bendito sea el nombre del lord Dragón en la Luz. —Sonó como una contestación aprendida de memoria—. Ha dejado de ser un simple asunto de oro, mi señor Profeta. Encontrar y transportar la comida en suficientes cantidades…

—No soy ningún señor —la volvió a interrumpir, y ahora sí que estaba enfadado. Se inclinó hacia la mujer, los labios casi espumeando, y, aunque el semblante de la mujer no se alteró, sus manos se crisparon como si quisieran apuñar el vestido—. No hay más señor que el lord Dragón, en quien la Luz habita, y yo sólo soy un humilde heraldo suyo. ¡Recordadlo! ¡Nobles o plebeyos, los blasfemos se hacen merecedores de la flagelación!

—Perdonadme —murmuró la enjoyada dama mientras hacía una reverencia adecuada para la corte de una reina—. Es como decís, por supuesto. No hay más señor que el lord Dragón, bendito sea su nombre, y yo no soy más que una humilde seguidora suya que acude para oír la sabia guía del Profeta.

Masema se limpió las comisuras de los labios con el dorso de la mano; de repente, su actitud era fría.

—Lleváis demasiado oro encima. No dejéis que las posesiones terrenales os seduzcan. El oro es escoria. El lord Dragón lo es todo.

De inmediato, la mujer empezó a quitarse anillos de los dedos y, antes de que hubiera sacado el segundo, el tipo flaco llegó rápidamente a su lado, sacó una bolsita de la chaqueta y la sostuvo abierta para que la mujer echara las joyas dentro. A los anillos les siguieron el brazalete y el collar.

Nynaeve miró a Ino y enarcó una ceja.

—Todo, hasta el último céntimo, se destina a los pobres —dijo el soldado en voz tan baja que le costó trabajo escucharlo—, o a alguien que lo necesite. Si una maldita mercader no le hubiera dado su casa, él estaría viviendo en un jodido establo o en una de esas chozas, fuera de la ciudad.

—Hasta su comida procede de donaciones —añadió Ragan en un tono igualmente bajo—. Antes solían traerle viandas dignas de un rey, hasta que se enteraron de que lo daba todo excepto un trozo de pan y un poco de sopa o de guiso. Ahora casi ni prueba el vino.

Nynaeve sacudió la cabeza. Supuso que era un modo como otro cualquiera de obtener dinero para los pobres: simplemente quitárselo a cualquiera que no fuera indigente. Naturalmente, con ese método al final acabarían todos siendo pobres, pero podría funcionar durante un tiempo. Se preguntó si Ino y Ragan estarían al tanto de todo, de la gente que afirmaba estar recogiendo dinero para ayudar a otros y que a menudo encontraba el modo de que se quedara en sus bolsillos una buena tajada, o que le gustaba el poder que le proporcionaba el ir repartiéndolo; y le gustaba en exceso. Tenía mejor opinión de la persona que daba voluntariamente un céntimo de su propio bolsillo que del tipo que entregaba una corona de oro que había sacado a la fuerza del bolsillo de otro. Y la tenía incluso peor de los necios que abandonaban sus granjas y tiendas para seguir a este… «Profeta», sin tener la menor idea de dónde sacarían su próxima comida.

Dentro de la habitación, la mujer hizo una reverencia a Masema, ésta aun más pronunciada que la anterior, extendiendo los vuelos de la falda e inclinando la cabeza.

—Hasta que vuelva a tener el honor de oír las palabras y el consejo del Profeta —se despidió—. Que el nombre del lord Dragón sea bendito en la Luz.

Masema hizo distraídamente un ademán despidiéndola, olvidado ya de la mujer. Los había visto en el pasillo esperando y los observaba con una expresión lo más parecida a la complacencia que su severo rostro era capaz de transmitir, es decir, que apenas guardaba semejanza con tal emoción. La mujer salió del cuarto sin dar señales de ver a Nynaeve ni a los dos hombres. La antigua Zahorí resopló mientras el tipo delgaducho de la chaqueta roja les hacía una seña para que entraran. Para ser alguien a quien acababan de despojar de sus joyas, esa mujer se daba tantos aires como una reina.

El tipo delgado regresó a su sitio junto a la puerta mientras los tres hombres se estrechaban la mano al estilo de la Tierras Fronterizas, agarrándose por el antebrazo.

—Que la Paz propicie el uso de tu espada —dijo Ino, haciéndose eco del saludo de Ragan.

—Que la Paz sea con el lord Dragón —fue la respuesta de Masema—, y que su Luz nos ilumine a todos.

Nynaeve contuvo la respiración. No cabía otra interpretación a esa frase; significaba que el lord Dragón era la fuente de la Luz. ¡Y encima tenía el descaro de acusar de blasfemia a otros!

—¿Habéis visto por fin la Luz? —preguntó Masema.

—Caminamos bajo ella —repuso con tiento Ragan—. Como siempre.

Ino siguió callado y mantuvo inexpresivo el semblante. Por el contrario, una expresión de cansada paciencia se reflejó de manera extraña en los severos rasgos de Masema.

—No hay otro camino hacia la Luz que a través del lord Dragón. Al final veréis el camino y la verdad, porque lo habéis visto a él, y sólo aquellos cuyas almas han sido consumidas por la Sombra pueden ver y no creer. Vosotros no sois de ésos. Alcanzaréis la fe.

A despecho del calor y del chal de lana, Nynaeve sintió que se le ponía carne de gallina. La voz del hombre rebosaba una absoluta convicción, y, a tan corta distancia de él, atisbó un brillo en sus negros ojos que rayaba en la demencia. Aquellos ojos se volvieron hacia ella, y Nynaeve tensó las rodillas de manera instintiva. Este hombre hacía que el Capa Blanca más fanático pareciera transigente. Aquellos tipos del callejón eran sólo una pálida imitación de su amo.

—¿Y tú, mujer? ¿Estás dispuesta a abrazar la Luz del lord Dragón abandonando el pecado y la carne?

—Yo camino en la Luz lo mejor que puedo. —Se irritó consigo misma al darse cuenta de que escogía las palabras con tanto cuidado como Ragan. ¿Pecado? ¿Quién se creía que era?

—Estás demasiado preocupada por la carne. —La mirada de Masema resultó abrasadora al pasar por su cabeza, el vestido rojo y el ajustado chal de lana.

—¿Qué queréis decir con eso? —replicó. El único ojo de Ino se desorbitó en un gesto de sobresalto, y Ragan le hizo una leve seña para que se callara, pero ya no había modo de parar a Nynaeve—. ¿Os creéis con derecho a decirme cómo he de vestir? —Antes de darse cuenta de lo que hacía, desató el chal y lo dejó deslizarse sobre los hombros; de todas maneras, hacía mucho calor—. ¡Ningún hombre tiene ese derecho ni sobre mí ni sobre cualquier otra mujer! ¡Si decido ir desnuda no es asunto de vuestra incumbencia!

Masema contempló su busto un momento, aunque no hubo en sus ojos hundidos el menor atisbo de admiración, sino un profundo desprecio, y después alzó la vista hacia su rostro. El ojo sano de Ino encajaba a la perfección con el pintado, mirando sañudamente al vacío, y Ragan se encogió mientras, a buen seguro, rezongaba para sus adentros.