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Para su sorpresa, había una atracción más. En una plataforma nueva, cerca de la entrada, una mujer vestida con pantalones de un fuerte color amarillo hacía equilibrios sobre la cabeza, con los brazos extendidos a ambos lados y una paloma blanca en cada mano. Al fijarse mejor vio que no se sostenía sobre la cabeza; la mujer se sujetaba a una especie de armazón de madera con los dientes y guardaba equilibrio en ese punto. Mientras Nynaeve contemplaba, pasmada, a la peculiar acróbata, ésta bajó las manos hacia la plataforma un momento mientras se doblaba por la mitad hasta dar la impresión de estar sentada boca abajo. Pero eso no era todo. Dobló las piernas por delante y después, increíblemente, hacia atrás por debajo de los brazos, después de lo cual cambió a las palomas de sus manos a las plantas de los pies vueltos, que ahora eran la parte más alta del retorcido nudo que había hecho de su cuerpo. Los espectadores exhalaron con asombro y aplaudieron, pero la imagen de la mujer hizo temblar a Nynaeve. Resultaba un recordatorio bastante exacto de lo que Moghedien le había hecho a ella.

«Por eso quiero que se encarguen de ella las Azules —se dijo—. Simplemente no quiero provocar más calamidades». Tal cosa era verdad, pero también le daba miedo que la próxima vez no pudiera escapar tan fácilmente y con tan pocas consecuencias. Pero eso no lo admitiría ante nadie. No le gustaba admitirlo ni siquiera para sus adentros.

Tras echar una última mirada estupefacta a la contorsionista —no habría sabido dilucidar en qué forma acababa de retorcerse en ese momento— giró sobre sus talones. Y dio un respingo cuando Elayne y Birgitte aparecieron de repente a su lado, saliendo de entre la multitud apiñada. La heredera del trono se cubría con una capa el indecente atuendo blanco; por su parte, Birgitte casi hacía alarde del escotado vestido rojo. No, nada de casi. Iba aun más erguida que nunca y se había echado la coleta hacia atrás para que nada le tapara lo más mínimo. Nynaeve manoseó con nerviosismo el nudo del chal en su cintura, deseando que todas y cada una de las apreciativas miradas dirigidas a la otra mujer no le recordaran lo mucho que ella misma estaría enseñando una vez que se quitara la prenda de lana. Birgitte llevaba la aljaba colgada del cinturón y sostenía en la mano el arco que Luca le había encontrado. Seguramente la tarde ya estaba demasiado avanzada para hacer el número disparando las flechas.

Una rápida ojeada al cielo le hizo comprender que había calculado mal. A pesar de todo lo ocurrido, el sol se encontraba todavía muy por encima del horizonte. Las sombras eran alargadas, pero se temió que no lo bastante para disuadir a Birgitte.

En un intento de disimular su ojeada al sol, señaló con un gesto de la cabeza a la mujer de los pantalones chillones, que ahora empezaba a retorcerse en una postura que Nynaeve no habría creído posible. Y todo ello manteniéndose en equilibrio con los dientes.

—¿De dónde ha salido?

—Luca la contrató —respondió sosegadamente Birgitte—. También trajo unos leopardos. Se llama Muelin.

Si la arquera era la personificación de la fría serenidad, Elayne casi temblaba de emoción.

—¿Que de dónde ha salido? —balbució—. ¡De un espectáculo que la multitud casi destruyó!

—He oído algo sobre eso —repuso Nynaeve—, pero no es lo que importa. Yo…

—¡Que no importa! —Elayne alzó los ojos al cielo como pidiendo paciencia—. ¿Has oído también el motivo? No sé si serían los Capas Blancas o ese Profeta, pero alguien azuzó a la muchedumbre porque pensaba que… —Echó un vistazo en derredor y bajó el tono de voz; no había nadie parado cerca de ellas, pero todos los que pasaban a su lado las miraban con interés al advertir que eran dos de las artistas—, que una mujer del espectáculo podía llevar un chal… de siete colores. —Puso énfasis en las últimas palabras con clara intención—. Una estupidez imaginar que estaría en un espectáculo ambulante. Claro que ése es nuestro caso. Y tú vas y te marchas a la ciudad sin decir una palabra a nadie. Hemos oído diferentes versiones, desde que un hombre calvo te llevaba sobre el hombro hasta que besaste a un shienariano y luego te marchaste con él agarrada de su brazo.

Nynaeve seguía pasmada cuando Birgitte añadió:

—Luca estaba furioso, fuera cual fuera la versión. Dijo… —Se aclaró la garganta y adoptó un timbre más grave—: «Con que le gustan los tipos duros, ¿no? ¡Bien, pues yo puedo ser tan duro como un trozo de granito!». Y salió a buscarte acompañado por dos tipos con los hombros como dos picapedreros. Thom Merrilin y Juilin Sandar también se marcharon, y no de mucho mejor humor. Eso no contribuyó a mejorar el de Luca, pero estaban tan furiosos contigo que no les quedaba más ira para enojarse entre ellos.

Por un instante Nynaeve se quedó estupefacta. ¿Que le gustaban los hombres duros? ¿Qué demonios querría decir con ese comentario? Entonces lo comprendió de golpe.

—Oh, no —gimió—. Era lo único que nos faltaba.

Y Thom y Juilin recorriendo las calles de Samara. ¡La Luz sabía en qué líos podían meterse!

—Todavía quiero saber qué demonios estuviste haciendo —insistió Elayne—, pero aquí estamos perdiendo el tiempo.

Nynaeve dejó que la condujeran lejos de la multitud, una a cada lado, pero a pesar de las noticias sobre Luca y los otros se sentía satisfecha con los logros del día.

—Con suerte, habremos salido de esta ciudad dentro de un día o dos. Si Galad no nos encuentra un barco, lo hará Masema. Resulta que el Profeta es él. ¿Te acuerdas de Masema, Elayne? Aquel shienariano de gesto agrio que vimos en… —Reparó en que la heredera del trono se había parado, de modo que se detuvo para que la alcanzara.

—¿Galad? —inquirió con incredulidad la joven, tan sorprendida que olvidó mantener cerrada la capa—. ¿Viste… hablaste con Galad? ¿Y con el Profeta? Tienes que haberlo hecho o, de otro modo, ¿por qué iban a estar buscándonos un barco? ¿Tomaste el té con ellos o simplemente os reunisteis en la sala de una taberna? Seguro que fue a donde te condujo el hombre calvo. ¿Estaba también el rey de Ghealdan? ¿Te importaría decirme algo que me convenza de que sólo estoy soñando para saber que puedo despertar?

—Contrólate —espetó firmemente Nynaeve—. Ahora es una reina lo que hay en Ghealdan, no un rey, y sí, sí que estaba. Y no era calvo; tenía un mechón de pelo en lo alto de la cabeza. Me refiero al shienariano, no al Profeta. Él sí que lleva toda la cabeza afeitada… —Lanzó una mirada furibunda a Birgitte hasta que la risita de la mujer cesó. El gesto ceñudo se suavizó un tanto cuando Nynaeve recordó a quién estaba mirando así y lo que le había hecho, pero si Birgitte no hubiese contenido su regocijo habrían descubierto si el genio de la antigua Zahorí se imponía finalmente para soltarle un bofetón que la dejara bizca. Echaron a andar otra vez, y añadió con toda la calma de que fue capaz—: Esto es lo que ha ocurrido. Vi a Ino, uno de los shienarianos que estuvo en Falme, presenciando tu número en la cuerda, Elayne. Por cierto, no tiene mejor opinión que yo sobre el hecho de que la heredera del trono de Andor enseñe las piernas así. Sea como sea, el caso es que Moraine les mandó venir aquí después de Falme, pero…

Les contó todo rápidamente mientras caminaban entre la muchedumbre, haciendo caso omiso de las exclamaciones cada vez más pasmadas de Elayne, que no daba crédito a sus oídos, y respondiendo a las preguntas de las dos mujeres del modo más sucinto posible. Aparte de un fugaz interés por los cambios habidos en el trono de Ghealdan, Elayne se centró en lo que Galad había dicho exactamente y por qué Nynaeve había sido tan necia como para acercarse al Profeta, quienquiera que fuese. Aquel apelativo —necia— salió a relucir con la frecuencia suficiente para que Nynaeve tuviera que hacer un gran esfuerzo para controlar su genio. Tal vez no se sintiera capaz de abofetear a Birgitte, pero con Elayne no tenía ese problema, ni que fuera la heredera del trono ni que no. Unas cuantas repeticiones más de la dichosa palabra y la chica lo iba a descubrir. Birgitte se mostró más interesada en las intenciones de Masema por un lado, y en los shienarianos por el otro. Por lo visto había conocido hombres de las Tierras Fronterizas en vidas anteriores, aunque los nombres de las naciones eran otros por aquel entonces, y en términos generales tenía buena opinión de ellos. Realmente no fue muy locuaz al respecto, pero daba la impresión de que aprobaba el compromiso arrancado a los shienarianos.