Выбрать главу

Nynaeve había esperado que la noticia sobre Salidar las sorprendiera o las animara o cualquier cosa excepto la reacción que tuvieron. Birgitte se lo tomó con tanta indiferencia como si le hubiese dicho que iban a cenar con Thom y Juilin esa noche. Era obvio que se disponía a ir a donde fuera Elayne, y todo lo demás importaba poco. Por su parte, Elayne se mostró dubitativa. ¡Dubitativa!

—¿Estás segura? Has intentado recordarlo con tanto empeño sin… En fin, que me parece chocante que Galad lo mencionara por casualidad.

—Por supuesto que estoy segura —repuso, ceñuda, la otra mujer—. A veces ocurren esas casualidades. La Rueda gira según sus designios, como ya habrás oído decir. Ahora recuerdo que también lo mencionó en Sienda, pero estaba tan preocupada por el desasosiego que te causaba su presencia que no… —Enmudeció de repente.

Habían llegado a una zona estrecha y larga, al norte de la valla, marcada con cuerdas. A un extremo se alzaba algo parecido a un trozo de valla de madera, de dos pasos de ancho y dos de alto. La gente se alineaba a lo largo de las cuerdas en filas de a cuatro, con los niños sentados delante en cuclillas, agarrados a la pierna del padre o a las faldas de la madre. Se alzó un murmullo al aparecer las mujeres. Nynaeve se habría quedado plantada en el sitio, negándose a dar un paso, pero Birgitte la agarró por el brazo y sólo tuvo dos opciones: o caminar o ser llevada a rastras.

—Creí que íbamos al carromato —dijo débilmente. Absorta en la conversación, no había prestado atención hacia dónde se encaminaban.

—No a menos que quieras que dispare estando oscuro —contestó Birgitte. Hablaba con demasiada decisión para hacer siquiera el menor intento de disuadirla.

Nynaeve habría deseado hacer algo más que soltar un chillido. El trozo de valla ocupó todo su campo visual a medida que avanzaban hacia el hueco despejado, con exclusión de los espectadores. Hasta el creciente murmullo le sonaba lejano. Y la valla parecía estar a un kilómetro del punto en el que Birgitte se situaría.

—¿Seguro que lo juró por… nuestro padre? —demandó con acritud Elayne. Admitir que Galad era su hermano incluso de un modo tan indirecto le resultaba desagradable.

—¿Qué? Sí. Ya te lo dije, ¿no? Escucha, si Luca está en la ciudad, no sabrá si hicimos esto o no hasta que sea demasiado tarde para… —Nynaeve comprendió que estaba balbuceando, pero parecía incapaz de controlar su lengua. De algún modo nunca había sido plenamente consciente de cuán largo era un tramo de cien pasos. En Dos Ríos, los hombres siempre disparaban a dianas situadas al doble de esa distancia. Claro que ella no había sido nunca una de aquellas dianas—. Quiero decir que ya se ha hecho muy tarde. Las sombras… el deslumbramiento del sol bajo… De verdad creo que deberíamos hacerlo por la mañana, cuando la luz es…

—Si lo juró por él —manifestó Elayne como si no la hubiera escuchado—, entonces lo mantendrá por encima de todo. Antes rompería un juramento por su esperanza de salvación y renacimiento. Creo… No, sé que podemos confiar en él. —Sin embargo, no parecía hacerle mucha gracia.

—La luz es perfecta —repuso Birgitte con un dejo divertido en su voz sosegada—. Podría intentarlo con los ojos vendados. Creo que a esta pandilla le gustaría que fuera más difícil todavía.

Nynaeve abrió la boca, pero no emitió ningún sonido. Esta vez se habría conformado con un chillido. Birgitte sólo estaba bromeando. Tenía que ser una broma.

La pusieron con la espalda pegada contra la áspera valla de madera, y Elayne empezó a soltar el nudo del chal mientras Birgitte regresaba por donde habían venido al tiempo que sacaba una flecha de la aljaba.

—Esta vez realmente hiciste una estupidez —murmuró Elayne—. Podemos confiar en el juramento de Galad, estoy segura, pero no podías saber de antemano lo que iba a hacer. ¡Mira que entrevistarte con el Profeta! —Quitó el chal de los hombros de Nynaeve de un seco tirón—. No tenías la más remota idea de cuál sería su reacción. ¡Preocupaste a todo el mundo y lo arriesgaste todo!

—Lo sé —consiguió articular Nynaeve. El sol le daba en los ojos; ya no veía a Birgitte. Pero Birgitte podía verla a ella. Pues claro que sí. Eso era lo importante.

—¿Que lo sabes? —Elayne la observó con desconfianza.

—Sé que lo arriesgué todo. Debería haber hablado contigo antes, pedir tu opinión. Sé que he sido una estúpida. No debería dejárseme salir sin un guardián. —Las palabras salieron en un precipitado susurro. Birgitte tenía que verla a la fuerza.

—¿Te encuentras bien? —La desconfianza de Elayne había dado paso a la preocupación—. Si realmente no quieres hacer esto…

La muchacha creía que tenía miedo. Y ella no podía, no debía permitir que pensara tal cosa. Se obligó a sonreír, confiando en no tener demasiado desorbitados los ojos. Notaba el rostro tenso.

—Por supuesto que quiero. De hecho, lo estoy deseando.

Elayne la observó con la frente fruncida, el gesto dudoso, pero finalmente hizo un gesto de asentimiento.

—¿Estás segura de lo de Salidar?

No esperó a que le respondiera, sino que se retiró rápidamente a un lado mientras doblaba el chal. Por alguna razón, Nynaeve no lograba indignarse por la pregunta ni porque Elayne no hubiera esperado a que la contestara. Su respiración era tan acelerada que fue vagamente consciente de que podía salirse por el bajo escote del vestido, aunque ni siquiera esa idea cobró trascendencia en su cerebro. El sol la cegaba; si hubiera entrecerrado los ojos, quizás habría podido vislumbrar a Birgitte al cabo de un tiempo, pero sus ojos tenían voluntad propia y seguían abriéndose más y más. No había nada que ella pudiera hacer ahora. Era un castigo por correr riesgos estúpidos. Sólo consiguió sentir un minúsculo atisbo de enojo por que se la castigara después de haber solucionado las cosas tan bien. ¡Y Elayne ni siquiera creía lo de Salidar! Tendría que aceptarlo con estoicismo. Tendría…

Saliendo aparentemente de la nada, una flecha se clavó con un seco golpe en la madera y se cimbreó junto a su muñeca derecha. Una segunda flecha rozó la otra muñeca, provocando que su chillido sonara con un timbre más agudo. Era tan incapaz de detener sus gritos como los disparos de Birgitte. Flecha tras flecha, los chillidos subieron de intensidad, al igual que las aclamaciones y los aplausos. Para cuando su silueta quedó perfilada desde la cabeza a las rodillas, los aplausos eran atronadores. En honor a la verdad, sintió cierta irritación al final, cuando la multitud corrió a apiñarse alrededor de Birgitte, dejándola a ella plantada allí, mirando de hito en hito las flechas que la rodeaban. Algunas todavía se cimbreaban. Y ella todavía temblaba.

Se retiró del trozo de valla de madera y se escabulló hacia los carromatos tan deprisa como pudo antes de que alguien advirtiera cómo le temblaban las piernas. A decir verdad, nadie le prestaba la menor atención. Lo único que había hecho ella era estar de pie allí, rezando para que Birgitte no estornudara o le entrara algún picor. Y mañana tendría que volver a pasar por lo mismo. O el mal trago o dejar que Elayne —y, lo que era peor, Birgitte— comprendieran que era incapaz de afrontarlo.