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—La vida es un sueño —comentó Rhuarc, y Han y los demás asintieron en conformidad con sus palabras. La vida sólo era un sueño y todos los sueños tenían que terminar. Los Aiel no buscaban la muerte, pero tampoco la esquivaban.

Cuando se marchaban, Bael hizo una pausa.

—¿Estás seguro de lo que quieres que hagan las Doncellas? Sulin ha estado hablando con las Sabias.

Así que esto era sobre lo que Melaine había hablado con Bael. A juzgar por el modo en que Rhuarc se paró para escuchar, también él había tenido que oír lo mismo por parte de Amys.

—Todos los demás están haciendo lo que se les ha indicado sin protestar, Bael. —No era justo, pero lo que tenían ante ellos no era un juego—. Si las Doncellas quieren un trato especial, Sulin puede acudir a mí, no ir corriendo a las Sabias.

Si estos hombres no hubiesen sido Aiel, Rhuarc y Bael habrían salido de la tienda sacudiendo la cabeza. Rand imaginó que los dos recibirían sendos tirones de orejas por parte de sus esposas, pero tendrían que resignarse. Si las Far Dareis Mai defendían su honor, esta vez tendrían que hacerlo allí donde él deseaba.

Para sorpresa de Rand, Lan apareció justo en el momento en que él se disponía a salir. La capa del Guardián colgaba por su espalda, alterando la visión al ondear con sus movimientos.

—¿Está Moraine contigo? —preguntó Rand, que esperaba que el hombre estuviera pegado a la Aes Sedai como con goma.

—Está en su tienda, preocupada. Es de todo punto imposible que cure ni siquiera todas las heridas graves que habrá hoy. —Tal era el modo que había elegido de ayudar ese día; no podía utilizar el Poder como arma, pero sí podía curar—. El despilfarro de vidas siempre la encoleriza.

—Nos encoleriza a todos —espetó Rand. El hecho de que él hubiese recurrido a Egwene seguramente también la irritaba. Que él supiera, Egwene no era muy buena en la Curación, pero podría haber ayudado a Moraine. En fin, necesitaba que la joven mantuviera su promesa—. Dile a Moraine que si necesita ayuda se la pida a algunas de las Sabias capaces de encauzar. —Eran contadas las Sabias que tenían algún conocimiento de la Curación—. Puede coligarse con ellas y utilizar su fuerza. —Vaciló. ¿Le había mencionado Moraine alguna vez el coligarse?—. No has venido para decirme que Moraine está preocupada —añadió, irritado. A veces era muy difícil distinguir de quién había cogido una idea, si de ella o de Asmodean o si era algo que emergía de Lews Therin.

—Vine para preguntarte por qué vuelves a llevar espada.

—Eso ya me lo preguntó Moraine. ¿Te envió para…?

La expresión de Lan no cambió, pero lo interrumpió bruscamente:

—Quiero saberlo. Puedes crear una espada de Poder o matar sin una, pero de repente vuelves a llevar una hoja de acero a la cadera. ¿Por qué?

De manera inconsciente Rand se llevó la mano a la larga empuñadura del arma que llevaba al costado.

—No es justo utilizar el Poder de ese modo. Sobre todo contra alguien que no puede encauzar. Sería como si luchara contra un niño.

El Guardián permaneció callado largos instantes mientras lo observaba.

—Te propones matar personalmente a Couladin —dijo al cabo con voz inexpresiva—. Esa espada contra sus lanzas.

—No voy a buscarlo a propósito, pero ¿quién sabe lo que puede pasar? —Rand se encogió de hombros con desasosiego. No pensaba rastrear al hombre, pero si la suerte estaba de su parte lo pondría frente a frente con Couladin—. Además, no descarto que sea él quien me busque a mí. Las amenazas que hizo fueron personales, Lan. —Levantó un brazo de manera que la manga de la chaqueta carmesí se retiró lo suficiente para dejar a la vista la parte delantera de un dragón de crines doradas—. Couladin no descansará mientras yo siga vivo, mientras ambos llevemos esto.

A decir verdad, tampoco él descansaría hasta que quedara vivo sólo un hombre con la marca de los dragones. En justicia debería acabar también con Asmodean, ya que había sido éste el que había marcado al Shaido. Pero había sido la ambición sin límites de Couladin la que lo había hecho posible; su ambición y su negativa a cumplir la ley y las costumbres Aiel los habían llevado inevitablemente a ese lugar, a ese día. Aparte del marasmo y la guerra entre Aiel, Couladin era responsable de la matanza de Taien, de Selean y de docenas de villas y pueblos destruidos desde entonces, así como cientos y cientos de granjas incendiadas. Hombres, mujeres y niños sin enterrar habían sido el banquete de los buitres. Si él era el Dragón Renacido, si es que lo asistía algún derecho a exigir que cualquier nación lo siguiera, y la que menos Cairhien, entonces lo mínimo que les debía era justicia.

—En ese caso, ordena que lo decapiten cuando se lo prenda —adujo duramente Lan—. Asigna a un centenar de hombres, o a un millar, a la única tarea de encontrarlo y prenderlo. ¡Pero no cometas la insensatez de luchar con él! Ahora eres bueno con una espada, muy bueno, pero los Aiel es como si hubieran nacido con las lanzas y la adarga en las manos. Una lanza en tu corazón y todo esto no habrá servido de nada.

—Entonces ¿habré de eludir la lucha? ¿Lo harías tú si Moraine no tuviera ascendiente sobre ti? ¿Lo haría Rhuarc, o Bael o cualquiera de ellos?

—Yo no soy el Dragón Renacido. El destino del mundo no depende de mí. —A pesar de sus palabras, en su voz ya no había el timbre encolerizado de antes. Sin Moraine, el Guardián habría estado allí donde la lucha fuera más encarnizada. Incluso parecía lamentar las increpaciones que le había hecho.

—No correré riesgos inútiles, Lan, pero me es imposible eludirlos todos. —El trozo de lanza seanchan se quedaría hoy en la tienda; lo único que haría sería estorbarle si topaba con Couladin—. Vamos, o los Aiel pondrán fin a la batalla sin nosotros si nos quedamos más tiempo aquí.

Cuando salió al exterior en el cielo sólo quedaban unas pocas estrellas, y un estrecho filo luminoso perfilaba marcadamente el horizonte oriental. Pero no fue por eso por lo que se paró, y Lan con él. Las Doncellas habían formado un cerco alrededor de la tienda, hombro contra hombro y mirando hacia adentro. Eran un grueso cerco que se extendía por las oscuras cuestas, cubriéndolas; las mujeres ataviadas con el cadin’sor estaban tan apiñadas que ni siquiera un ratón habría podido traspasar sus filas. A Jeade’en no se lo veía por ningún sitio, aunque un gai’shain había recibido la orden de tenerlo ensillado y listo.

No sólo había Doncellas. En primera fila había dos mujeres vestidas con amplias faldas y blusas claras, el cabello sujeto con pañuelos doblados. Todavía estaba demasiado oscuro para distinguir los rasgos con certeza, pero había algo en las figuras de esas dos mujeres, en su modo de tener cruzados los brazos, que las señalaba como Egwene y Aviendha.

Sulin se adelantó antes de que Rand pudiera abrir la boca para preguntar qué se proponían.

—Venimos a escoltar al Car’a’carn hasta la torre con Egwene Sedai y con Aviendha.

—¿Quién os ha inducido a esto? —demandó Rand. Una rápida ojeada a Lan le confirmó que no había sido él. Incluso en la oscuridad resultaba patente que el Guardián estaba asombrado, aunque sólo fue un instante, un breve gesto brusco con la cabeza; nada sorprendía a Lan mucho tiempo—. Se supone que Egwene debería estar de camino a la torre, y las Doncellas se suponía que debían estar con ella para protegerla. Lo que tiene que hacer hoy es muy importante, de modo que hay que protegerla mientras lo lleva a cabo.

—La protegeremos. —La voz de Sulin sonaba impasible—. Y al Car’a’carn, que entregó su honor a las Far Dareis Mai para que lo guardaran. —Un murmullo de aprobación se alzó entre las Doncellas.

—Es de sentido común, Rand —dijo Egwene desde su posición—. Si una persona utilizando el Poder como arma acortará la batalla, tres la harán aun más breve. Y tú eres más fuerte que Aviendha y yo juntas. —No parecía que le hubiera gustado decir esto último. Aviendha no pronunció ni una palabra, pero su actitud era elocuente.