—En cuanto a Tenobia y Davram Bashere —continuó Alviarin—, ¿estamos de acuerdo en que han de ocuparse de ellos algunas hermanas? —Apenas si esperó a que las cabezas de las mujeres asintieran—. Bien, queda aprobado. Memara lo hará a la perfección, ya que no consentirá tonterías a Tenobia, pero nunca hará obvio su dominio. Pasemos a otro asunto. ¿Alguien ha recibido noticias recientes respecto a Arad Doman o Tarabon? Si no hacemos algo allí enseguida, podríamos encontrarnos con que Pedron Niall y los Capas Blancas tienen bajo su dominio la zona, desde Bandar Eban hasta la Costa de las Sombras. Evanellein, ¿sabes algo?
Arad Doman y Tarabon se desangraban en sendas guerras civiles y grandes calamidades. El caos reinaba en ambas naciones. A Elaida la sorprendió que sacaran este tema a colación.
—Sólo rumores —contestó la hermana Gris. Su vestido de seda, a juego con los flecos del chal, era de buen corte y con un generoso escote. A menudo Elaida pensaba que esta mujer debería haber sido una Verde por lo mucho que se preocupaba de su apariencia y atuendos—. Casi todo el mundo en esas pobres tierras es refugiado, incluidos los que podrían enviarnos noticias. Por lo visto la Panarch Amathera ha desaparecido, y parece ser que hay una Aes Sedai involucrada en ello…
La mano de Elaida se crispó sobre la estola. Su expresión no se alteró en lo más mínimo, pero sus ojos ardían. El asunto de Saldaea estaba acordado, pero al menos Memara era una Roja; eso era una sorpresa. Sin embargo, lo habían acordado, simplemente, y sin pedirle siquiera opinión. La inquietante posibilidad de que una Aes Sedai estuviera involucrada en la desaparición de la Panarch —si es que no se trataba de otro de los muchos bulos que brotaban en la costa occidental— no se le iba de la cabeza a Elaida. Había Aes Sedai dispersas desde el Océano Aricio hasta la Columna Vertebral del Mundo, y al menos las Azules podían hacer cualquier cosa. No habían transcurrido ni dos meses desde que todas estas mujeres se habían arrodillado para jurarle lealtad como la personificación de la Torre Blanca, y ahora se tomaba una decisión sin mirar siquiera en su dirección.
El estudio de la Amyrlin se encontraba en uno de los pisos altos, pero sin embargo era el corazón de la marfileña torre en sí, y ésta era a su vez el centro de la isla fluvial donde se asentaba la gran ciudad de Tar Valon, abrazada por el río Erinin. Y Tar Valon era, o debería ser, el corazón del mundo. La estancia denotaba el poder ejercido por la extensa sucesión de mujeres que la habían ocupado: el suelo de piedra roja traída de las Montañas de la Niebla; la chimenea, de mármol dorado de Kandor; las paredes cubiertas por paneles de pálida madera extrañamente veteada, en la que se había realizado un maravilloso trabajo de talla, con aves y bestias desconocidas, hacía más de un milenio. Piedra reluciente como madreperla enmarcaba los altos ventanales en arco que se abrían a una balconada asomada a los jardines privados de la Amyrlin; no existía otra piedra igual a ésta, que había sido rescatada de una ciudad sin nombre, hundida en el Mar de las Tormentas durante el Desmembramiento del Mundo. Una estancia de poder, un reflejo de las Amyrlin que habían hecho danzar tronos a su son durante casi tres mil años. Y estas mujeres sentadas ante ella ni siquiera le habían pedido su opinión.
Tal menosprecio ocurría demasiado a menudo. Lo peor —quizá lo más amargo de todo— era que usurpaban su poder sin darse cuenta siquiera. Sabían que había sido su ayuda la que le había puesto la estola sobre los hombros, y ella era muy consciente de lo que había estado ocurriendo, pero el atrevimiento de estas mujeres estaba llegando demasiado lejos. Muy pronto sería el momento de hacer algo al respecto, aunque todavía no.
También ella había puesto su sello en el estudio: un escritorio primorosamente tallado con triples anillos unidos, y un imponente sillón con una incrustación de marfil en el respaldo que representaba la Llama de Tar Valon por encima de su oscuro cabello, semejando una gran lágrima nívea. Sobre el escritorio había tres cajas lacadas de Altara, colocadas a una distancia equidistante entre sí; una de ellas contenía la más exquisita colección de miniaturas talladas. Junto a una pared, en un jarrón blanco sobre un sencillo pedestal, unas rosas rojas impregnaban con su fragancia el cuarto. Desde su ascensión no había llovido, pero gracias al Poder siempre había a mano hermosas flores, por las que Elaida sentía debilidad. Eran tan fáciles de moldear y dirigir para que crearan belleza…
Dos cuadros colgaban en un lugar donde podía contemplarlos con sólo levantar la cabeza, sin moverse de su asiento. Las demás evitaban mirarlos; entre todas las Aes Sedai que acudían al estudio de Elaida, sólo Alviarin se permitía echarles alguna ojeada fugaz.
—¿Se tiene alguna noticia de Elayne? —preguntó con cortedad Andaya, una mujer delgada, con aspecto de pájaro y expresión tímida a despecho de sus rasgos de Aes Sedai. Dadas sus características, la segunda Gris no tenía apariencia de ser buena mediadora, pero, de hecho, era una de las mejores. En su voz todavía quedaban vestigios de acento tarabonés—. ¿O de Galad? Si Morgase descubre que hemos perdido a su hijastro podría empezar a hacer preguntas sobre el paradero de su hija, ¿no? Y, si se entera de que hemos perdido a la heredera del trono, probablemente nuestras relaciones con Andor se volverán tan tirantes como con Amadicia.
Unas cuantas mujeres sacudieron la cabeza; no había noticias de ninguno de ellos.
—Tenemos a una hermana Roja en palacio —comentó Javindhra—. Ha sido ascendida recientemente, de modo que puede pasar por una mujer que no es Aes Sedai. —Se refería a que la mujer aún no había adquirido la apariencia intemporal que otorgaba el uso prolongado del Poder. Cualquiera que hubiera intentado calcular la edad de las mujeres que se encontraban en el estudio se habría equivocado hasta en veinte años, y en algunos casos incluso el doble—. Está bien entrenada, sin embargo, y es bastante fuerte y muy observadora. Morgase está absorta en presentar su candidatura al trono de Cairhien. —Varias mujeres rebulleron en sus asientos, como dándose cuenta de que su compañera pisaba un terreno peligroso, y Javindhra añadió apresuradamente—: Y su nuevo amante, lord Gaebril, parece tenerla ocupada el resto del tiempo. —Su boca, ya fina de por sí, se estrechó aun más—. Ese hombre le tiene sorbido el seso.
—Pero la mantiene concentrada en Cairhien —intervino Alviarin—. La situación allí es casi tan mala como en Tarabon y Arad Doman, con todas las casas contendiendo por el Trono del Sol y la hambruna enseñoreándose de todo el reino. Morgase restablecería el orden, pero le costaría mucho tiempo asegurarse en el poder. Hasta que haya conseguido tal cosa, le restará poca energía para ocuparse de otros asuntos, incluida la heredera del trono. He encargado a una escribiente la tarea de enviar cartas de vez en cuando; es una mujer que imita bien la caligrafía de Elayne. Eso mantendrá tranquila a Morgase hasta que estemos en condiciones de volver a ejercer sobre ella un control adecuado.
—Al menos seguimos teniendo a su hijo bajo nuestro mando. —Joline sonrió.
—Difícilmente puede decirse tal cosa de Gawyn —adujo secamente Teslyn—. Esos Cachorros suyos sostienen escaramuzas con los Capas Blancas a ambos lados del río. Actúa tanto por decisión propia como por nuestra dirección.
—Lo meteremos en cintura —dijo Alviarin. La constante actitud impávida de la Blanca estaba empezando a resultarle odiosa a Elaida.
—Y, hablando de los Capas Blancas —intervino Danelle—, parece ser que Pedron Niall está dirigiendo negociaciones secretas con intención de convencer a Altara y Murandy para que cedan territorio a Illian y así evitar que el Consejo de los Nueve invada uno o ambos países.