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De modo que estaban haciendo turnos para darse un descanso. Habría sido agradable contar con alguien que hiciera lo mismo con él, pero no lamentaba haber ordenado a Asmodean que permaneciera en la tienda. Jamás se fiaría de él para dejarlo encauzar. Sobre todo ahora. ¿Quién sabe lo que habría hecho al verlo tan debilitado como estaba?

Con un leve tambaleo, Rand giró su visor de lentes para escudriñar las colinas que rodeaban la ciudad. Ahora sí que era evidente que había vida y movimiento en ellas. Y también muerte. Dondequiera que mirase se sostenían combates, Aiel contra Aiel, un millar aquí, cinco mil allí, hormigueando sobre los cerros pelados y demasiado entremezclados para que él pudiese hacer nada. No consiguió localizar la columna de caballería y piqueros.

Los había visto tres veces, una luchando contra un número de Aiel que duplicaba sus fuerzas. Estaba seguro de que seguían ahí fuera. No albergaba muchas esperanzas de que Melanril hubiese obedecido sus órdenes en este momento tardío. Elegir al joven noble porque hubiese tenido la decencia de avergonzarse por el comportamiento de Weiramon había sido una equivocación, pero tampoco quedaba mucho tiempo para hacer una elección y no tenía más remedio que librarse del Gran Señor teariano. Ahora ya no podía hacerse nada al respecto. Tal vez pudiera ponerse al mando a un cairhienino, si es que siquiera una orden directa suya conseguía que los tearianos siguieran a un cairhienino.

Una multitud que se hallaba apiñada justo al pie de la gris muralla de la ciudad atrajo su mirada. Los altos portones reforzados con hierro estaban abiertos y los Aiel combatían contra jinetes y piqueros casi a las mismas puertas mientras que otros hombres intentaban cerrarlas y fracasaban debido a la presión de los cuerpos. Caballos sin jinetes y hombres de armadura tendidos inmóviles en el suelo a menos de un kilómetro de los portones señalaban el punto donde habían rechazado el ataque del interior. Las flechas llovían desde la muralla, así como pedruscos grandes del tamaño de una cabeza —incluso alguna que otra lanza arrojada con bastante fuerza para ensartar a dos o tres hombres, aunque todavía no había conseguido ver desde dónde partían— pero los Aiel pasaban por encima de sus muertos, cada vez más cerca, para forzar la entrada. Una rápida ojeada por los alrededores le descubrió otras dos columnas Aiel trotando hacia las puertas, quizás unos tres mil hombres en total. No dudó ni por un instante que también eran tropas de Couladin.

Fue consciente de que estaba rechinando los dientes. Si los Shaido entraban en Cairhien jamás lograría empujarlos hacia el norte, tendría que sacarlos calle por calle; el coste en vidas haría que en comparación pareciese pequeño el de los que habían muerto ya, y la ciudad en sí acabaría en ruinas como Eianrod, si no como Taien. Cairhieninos y Shaido estaban mezclados como hormigas en un cuenco, pero él tenía que hacer algo.

Inhalando profundamente, encauzó. Las dos mujeres habían establecido las condiciones al haber creado las nubes de tormenta; no necesitaba ver los flujos para poder sacar provecho de ellos. Unos imponentes rayos azulplateados se descargaron sobre los Aiel una vez, y otra, y otra, tan deprisa como un hombre podía dar palmas.

Rand levantó bruscamente la cabeza y parpadeó para librarse de las cegadoras líneas que todavía parecían grabadas en sus retinas, y cuando volvió a mirar a través del largo tubo los Shaido yacían cual cebada segada todo en derredor de la zona donde habían caído los rayos. Hombres y caballos también se sacudían en el suelo más cerca de las puertas, y algunos no se movían en absoluto; sin embargo, los que estaban ilesos arrastraban a los heridos hacia los portones, que empezaban a cerrarse.

«¿Cuántos no podrán regresar al interior? ¿Cuántos de los míos habré matado?» La fría verdad era que no importaba. Tenía que hacerse y se había hecho.

Por suerte. Vagamente, sintió que las rodillas le fallaban. Tendría que evitar prodigarse en exceso si quería aguantar el resto del día. No podía seguir volcándose al máximo en todas partes; tenía que localizar allí donde su ayuda era realmente necesaria, donde pudiera hacer…

Las nubes tormentosas estaban apiñadas sólo sobre la ciudad y los cerros del sur, pero eso no impidió que un rayo se descargara del cielo despejado y azul que había encima de la torre y cayera entre las agrupadas Doncellas que había abajo, en medio de un estallido ensordecedor.

Con el cabello erizado por la electricidad que cargaba el aire, Rand miró de hito en hito. Podía sentir ese rayo de manera distinta, notar el tejido del saidin que lo había creado. «De modo que Asmodean no aguantó la tentación incluso quedándose en las tiendas».

No había tiempo para pensar, sin embargo. Como una rápida secuencia de golpes en un tambor gigantesco, se descargaron rayo tras rayo sobre las Doncellas hasta que el último alcanzó la base de la torre e hizo saltar por el aire fragmentos astillados del tamaño de brazos y piernas.

Mientras la torre empezaba a inclinarse lentamente, Rand se abalanzó sobre Egwene y Aviendha y de algún modo consiguió rodearlas a ambas jóvenes con uno de sus brazos mientras que enlazaba el otro en torno al montante del lado de la plataforma que estaba más alto ahora. Las jóvenes lo miraron con los ojos desorbitados y abrieron la boca, pero tampoco había tiempo para hablar. La tronchada torre se desplomó sobre las copas de los árboles en medio de los chasquidos de las ramas partiéndose. Durante un instante Rand creyó que amortiguarían la caída.

Con un seco chasquido, el montante al que se agarraba se partió, el suelo pareció salir a su encuentro y el impacto lo dejó sin aliento un instante antes de que las dos mujeres le cayeran encima. La oscuridad lo envolvió.

Recobró el sentido lentamente, y el oído fue lo primero que recuperó.

—… nos has extraído de la tierra como un peñasco y nos has echado a rodar ladera abajo en medio de la noche. —Era la voz de Aviendha, muy queda, como si hablara para sí misma. Notaba algo moviéndose sobre su cara—. Nos has quitado lo que somos, lo que éramos, así que tienes que darnos algo a cambio, algo que ser. Te necesitamos. —La cosa que se movía lo hizo más despacio, con mayor suavidad—. Te necesito. No para mí, tienes que entenderlo, sino para Elayne. Lo que hay entre ella y yo ahora es sólo entre nosotras, pero te entregaré a ella. Lo haré. ¡Si mueres, le llevaré tu cadáver! ¡Si mueres…!

Rand abrió los ojos de golpe y por un momento los dos se miraron casi rozando nariz con nariz. El cabello de la joven estaba completamente despeinado, sin el pañuelo doblado que lo sujetaba a las sienes, y una contusión purpúrea le desfiguraba la mejilla. Ella se enderezó bruscamente mientras doblaba un trapo manchado de sangre y empezaba a enjugarle con él la frente con bastante más fuerza que antes.

—No tengo intención de morir —le dijo él, aunque en honor a la verdad no estaba seguro de ello ni mucho menos. El vacío y el saidin habían desaparecido, por supuesto. La mera idea de cómo los había perdido lo hizo temblar; era pura suerte que el saidin no le hubiera destruido la mente en aquel último instante. Sólo pensar en aferrar la Fuente otra vez lo hizo gemir. Sin el aislamiento del vacío sentía cada pinchazo, cada contusión y cada arañazo al máximo. Estaba tan exhausto que podría haberse quedado dormido de golpe si no hubiera estado tan dolorido. Entonces, menos mal que le dolía todo, porque desde luego no podía dormirse; ni podría hacerlo en mucho tiempo.

Metió una mano por debajo de la chaqueta para tocarse el costado y luego se limpió subrepticiamente los dedos manchados de sangre en la camisa antes de volver a sacar la mano. No era de extrañar que una caída así le hubiera abierto de nuevo la herida que nunca se había llegado a curar. No parecía que estuviera sangrando demasiado; pero, si las Doncellas o Egwene o incluso Aviendha lo veían, seguramente tendría que enfrentarse a ellas para impedir que lo llevaran a rastras ante Moraine para que lo curara. Todavía le quedaba mucho que hacer antes —pasar por la Curación encima de todo lo demás sería como recibir un garrotazo en la sien— y además la Aes Sedai debía de tener que atender a mucha gente con peores heridas que la de él.