Выбрать главу

Se habían reunido unos cincuenta tearianos y cairhieninos para presenciar la conversación entre los dos lores y él, y su gesto de beber fue como una señal para que empezaran a darle una serenata con una estrofa de su propia cosecha:

Tiraremos los dados y que caigan como caigan, achucharemos a las chicas ya sean bajas o altas, y luego seguiremos al joven Mat, vaya donde vaya, a bailar con la Dama de las Sombras que nos aguarda.

Con una risa resollante e incontenible, Mat se volvió a sentar en el peñasco y se dispuso a vaciar la jarra. Tenía que haber algún modo de escapar de esto. Tenía que haberlo.

Rand abrió los ojos muy despacio y contempló el techo de su tienda. Estaba desnudo bajo la manta. La ausencia de dolor casi fue alarmante, pero se sentía más cansado de lo que recordaba haberlo estado jamás. Y recordaba. Había dicho cosas, pensado cosas que… Se quedó helado. «No puedo dejar que él tome el control. ¡Yo soy yo! ¡Yo!» Tanteó torpemente debajo de la manta y encontró la suave cicatriz redonda en su costado, todavía tierna pero cerrada.

—Moraine Sedai te curó —dijo Aviendha, y Rand se llevó un buen susto.

No la había visto, sentada con las piernas cruzadas sobre las alfombrillas que había junto al hoyo de la lumbre, bebiendo en una copa de plata con leopardos cincelados. Asmodean estaba tendido boca abajo en los cojines, con la barbilla apoyada en los brazos. Ninguno de los dos parecía haber dormido, pues tenían marcadas unas oscuras ojeras.

—No habría tenido que hacerlo —continuó Aviendha con tono frío. Cansada o no, estaba perfectamente peinada y sus ropas aseadas marcaban un brusco contraste con el arrugado atuendo de oscuro terciopelo de Asmodean. De vez en cuando la Aiel daba vueltas al brazalete de marfil con las rosas y espinas talladas que él le había regalado, como si no se diera cuenta de lo que hacía. También lucía el collar de plata de copos de nieve; todavía no le había dicho quién se lo había dado, y cuando comprendió que realmente él quería saberlo pareció hacerle gracia. Desde luego, su expresión ahora no era nada divertida—. Moraine Sedai estaba casi agotada por el esfuerzo de curar a los heridos. Aan’allein tuvo que llevarla en brazos a su tienda. Y todo por tu culpa Rand al’Thor, porque curarte acabó con la escasa energía que le quedaba y se desplomó.

—La Aes Sedai ya está de pie —intervino Asmodean mientras reprimía un bostezo. Hizo caso omiso de la acerada mirada que le dirigió la joven Aiel—. Ha venido dos veces desde que salió el sol, aunque dijo que te recuperarías. Me parece que no lo tenía tan claro anoche. Y tampoco yo. —Cogió el arpa y la puso ante sí, pulsó ociosamente las cuerdas y habló con tono indiferente—. Hice cuanto pude por ti, desde luego, ya que mi vida y mi fortuna van unidas a tu persona, pero mis talentos no tienen nada que ver con la Curación, ya me entiendes. —Pulsó unas notas como para ratificar su afirmación—. Tengo entendido que un hombre puede matarse o amansarse haciendo lo que hiciste tú. Ser fuerte en el Poder no sirve de nada si el cuerpo está agotado, y el saidin puede matar fácilmente cuando se está en esas condiciones físicas. O eso es lo que tengo entendido.

—¿Has acabado de compartir tus conocimientos, Jasin Natael? —El tono de Aviendha era aun más frío que antes, y la joven no esperó repuesta antes de volver aquella gélida mirada azul hacia Rand. Por lo visto, la interrupción era también culpa suya—. Un hombre puede actuar como un necio a veces, pero cuanto menos, mejor, y un jefe debe hacerlo incluso menos que un hombre corriente, y un jefe de jefes, menos todavía. No tenías derecho a forzar tu resistencia hasta el borde de la muerte. Egwene y yo intentamos hacer que regresaras con nosotras cuando nos sentimos demasiado exhaustas para continuar, pero no quisiste atender a razones. Puede que seas más fuerte que las dos como Egwene afirma, pero aun así eres de carne y hueso. Y eres el Car’a’carn, no un nuevo Seia Doon que busca el honor. Tienes toh, un deber, para con los Aiel, Rand al’Thor, y no podrás cumplirlo si mueres. No puedes hacerlo todo tú solo.

Durante unos instantes sólo fue capaz de mirarla boquiabierto. ¡Pero si apenas había hecho nada, si había dejado la batalla en manos de otros a todos los efectos mientras que él iba de aquí para allí tratando de ser útil en algo! Ni siquiera había sido capaz de impedir que Sammael atacara donde y como le dio la gana. ¿Y ahora le echaba un rapapolvo porque había hecho demasiado?

—Intentaré recordarlo —dijo al cabo. Aun así, la joven parecía dispuesta a proseguir con la regañina—. ¿Qué noticias hay de los Miagoma y los otros tres clanes? —preguntó, tanto para distraerla hacia otros asuntos como porque tenía interés en saberlo. Rara vez las mujeres se mostraban dispuestas a dejar de machacarlo a uno hasta que lo tenían clavado en el suelo, a no ser que se las distrajera.

Funcionó. Aviendha siempre presumía de lo que sabía, naturalmente, y ponía tanto entusiasmo en instruir como en reprender. La suave melodía de Asmodean —para variar algo agradable, incluso bucólico— puso un extraño fondo a sus palabras.

Los Miagoma, los Shiande, los Daryne y los Codarra estaban acampados a la vista unos de los otros, a unos cuantos kilómetros al este. Había un continuo reguero de hombres y Doncellas yendo y viniendo entre los distintos campamentos, incluido el de Rand, pero sólo entre sociedades, e Indirian y los otros jefes no se movían. Sin duda al final se unirían a Rand, pero no hasta que las Sabias hubieran acabado sus conversaciones.

—¿Todavía están hablando? —preguntó Rand—. En nombre de la Luz, ¿qué es lo que tienen que discutir para que les lleve tanto tiempo? Los jefes vienen para seguirme a mí, no a ellas.

La joven le lanzó una de aquellas miradas impasibles que no tenían nada que envidiar a las de Moraine.

—Lo que hablen las Sabias sólo les incumbe a ellas, Rand al’Thor. —Como si hiciera una concesión añadió, vacilante—: Egwene podría contarte algo, pero cuando hayan terminado. —Su tono daba a entender que Egwene muy bien podría no decírselo tampoco.

Se resistió a los intentos de Rand de que le contara algo más y él acabó dándose por vencido. Había tantas posibilidades de que lo descubriera antes de que lo mordiera como que no, pero en cualquier caso no iba a sacarle una sola palabra que ella no quisiera decir. Las Sabias no se quedaban atrás con respecto a las Aes Sedai en cuanto a guardar secretos y rodearse de misterio. Aviendha estaba aprendiendo muy bien esa lección en particular.

La presencia de Egwene en la reunión de las Sabias lo sorprendió, como también la ausencia de Moraine —Rand habría esperado que la Aes Sedai estuviera metida en el ajo, tirando de las cuerdas a favor de sus planes—, pero resultó que lo uno estaba relacionado con lo otro. Las Sabias recién llegadas habían querido hablar con una de las Aes Sedai que seguían al Car’a’carn, y aunque Moraine ya estaba en pie y recuperada de la Curación que le había practicado, adujo que no disponía de tiempo, de modo que habían sacado de sus mantas a Egwene para que la reemplazara.

Aquello hizo que Aviendha se riera. La joven Aiel estaba fuera cuando Sorilea y Bair sacaron prácticamente a rastras a Egwene de la tienda, intentando vestirla mientras la llevaban casi en volandas.

—Le grité que esta vez tendría que excavar agujeros con los dientes si la habían pillado en algún renuncio, y estaba tan adormilada que me creyó. Empezó a protestar con tanto ardor que no pensaba hacerlo que Sorilea empezó a preguntarle qué era lo que había hecho para pensar que merecía el castigo. Tendrías que haber visto la cara de Egwene. —Se echó a reír con tantas ganas que casi se cae.

De hecho, Asmodean la miró con prevención aunque, considerando quién y qué era él, Rand no entendía por qué lo hacía; sin embargo, Rand se limitó a esperar a que remitiera su estallido de jolgorio y recobrara el aliento. Teniendo en cuenta el humor Aiel, no era una broma pesada. Más bien era de la clase que podría esperarse de Mat, no de una mujer; pero, aun así, seguía siendo ligera. Cuando por fin la muchacha se irguió, enjugándose los ojos, Rand preguntó: