Выбрать главу

—Eso no nos concierne directamente, ¿verdad? En lo que sí tendríamos que estar pensando es en utilizar el anillo otra vez. Y para algo más que reunirnos con Egwene. ¡Queda tanto que aprender! Cuanto más aprendo, más cuenta me doy de lo mucho que ignoro todavía.

—No. —Nynaeve no esperaba que la joven sacara el anillo ter’angreal en ese mismo momento, pero dio un paso hacia la chimenea de ladrillos de manera instintiva. Se acabaron las excursiones al Tel’aran’rhiod para cualquiera de nosotras dos, excepto para encontrarnos con ella.

—No necesitamos encauzar para hacerlo —prosiguió Elayne como si no la hubiese oído—. De ese modo no nos delatamos. —No miró a Nynaeve, pero en su voz había una nota mordaz. Sostenía que podían utilizar el Poder si actuaban con discreción, y Nynaeve sospechaba que eso era exactamente lo que la muchacha estaba haciendo a su espalda—. Apostaría a que si una de nosotras visitase el Corazón de la Ciudadela esta noche encontraría a Egwene esperando allí. Imagina, si pudiésemos hablar con ella en sus sueños ya no tendríamos que preocuparnos de un encuentro con Moghedien en el Tel’aran’rhiod.

—¿Es que crees que es tan fácil? —replicó secamente la antigua Zahorí—. Si tal fuese el caso, ¿piensas que no nos habría enseñado ya? ¿Y por qué no lo ha hecho hasta ahora?

Sus objeciones, empero, carecían de convicción. Era a ella a quien le preocupaba Moghedien. Elayne sabía que la mujer era peligrosa, pero era como saber que una víbora lo era; Elayne lo sabía, pero a ella la había mordido. Y poder comunicarse sin entrar en el Mundo de los Sueños sería muy ventajoso aparte de evitar a Moghedien. De todos modos, Elayne seguía sin prestarle atención.

—Me pregunto por qué insistiría tanto en que no se lo contáramos a nadie. No tiene sentido. —Se mordisqueó el labio inferior—. Hay otra razón para hablar con ella cuanto antes. En ese momento no le di importancia, pero la última vez que hablé con ella desapareció en mitad de una frase. Lo que he recordado ahora es que antes de desvanecerse de repente pareció sorprendida y asustada.

Nynaeve hizo una profunda respiración y se apretó el estómago con las manos en un vano intento de calmar el repentino nerviosismo que la atenazaba. No obstante, consiguió mantener la voz impasible.

—¿Moghedien?

—¡Luz, qué pensamientos tan agradables tienes! No. Si Moghedien pudiese entrar en nuestros sueños creo que a estas alturas lo sabríamos de sobra. —Elayne sufrió un escalofrío; sí que tenía una idea de lo peligrosa que era la Renegada—. En fin, no era esa clase de expresión. Estaba asustada, pero no tanto como para que se debiese a eso.

—Entonces, tal vez no estaba en peligro. Quizá… —Nynaeve se obligó a bajar las manos a los costados y apretó los labios con rabia. Sólo que no sabía con quién estaba enfadada.

Guardar el anillo para utilizarlo únicamente en las entrevistas con Egwene había sido una buena idea. Indudablemente. Aventurarse en el Mundo de los Sueños podía desembocar en un encuentro con Moghedien, y mantenerse alejadas de ella no sólo era una idea buena, sino excelente. Ella ya sabía que la superaba, y saberlo la sacaba de quicio, más cada vez que lo pensaba, pero era la pura verdad.

Empero, ahora existía la posibilidad de que Egwene necesitara ayuda. Una probabilidad muy remota. Sólo porque se mostrara debidamente cautelosa respecto a Moghedien no significaba que subestimara dicha posibilidad. Y podría ser que Rand tuviese a uno de los Renegados acosándolo personalmente como Moghedien estaba tras Elayne y ella. La información dada por Egwene sobre lo ocurrido en las montañas y en Cairhien tenía todos los visos de ser la provocación de un hombre con ganas de pelea a otro por un quítame allá esas pajas, pero hacer algo al respecto no estaba en sus manos. Sin embargo, Egwene…

A veces Nynaeve tenía la sensación de que había olvidado la razón por la que había salido de Dos Ríos: proteger a unos jóvenes de su pueblo que habían caído en las redes de las Aes Sedai. No eran mucho más jóvenes que ella misma —sólo unos pocos años—, pero la diferencia parecía mucho mayor cuando se era la Zahorí del pueblo. Ni que decir tiene que el Círculo de Mujeres habría escogido otra Zahorí a estas alturas, pero no por ello dejaba de ser su pueblo ni ellos dejaban de ser su gente. Y, para ser sincera, en el fondo de su corazón no por ello dejaba de ser su Zahorí. De algún modo, sin embargo, proteger a Rand, Egwene, Mat y Perrin de las Aes Sedai se había convertido en ayudarlos a sobrevivir primero, y finalmente, sin haber sido plenamente consciente de cómo o cuándo, incluso ese propósito había quedado arrumbado por necesidades mayores. El fin de entrar en la Torre Blanca para aprender cómo derribar mejor a Moraine se había transformado en un ardiente deseo de aprender a curar. Incluso su odio por la injerencia de las Aes Sedai en la vida de la gente ahora coexistía con su deseo de convertirse en una de ellas. No es que lo deseara realmente, pero era el único modo de aprender lo que quería aprender. Todo se había embrollado como una de esas redes de Aes Sedai, incluida ella misma, y no sabía cómo escapar de ella.

«Sigo siendo la de siempre, y los ayudaré en todo cuanto esté en mis manos».

—Esta noche usaré el anillo —anunció en voz alta. Se sentó en la cama y empezó a ponerse las medias. La lana no era muy cómoda con este calor, pero así al menos una parte de su cuerpo estaría decentemente vestida. Unas buenas medias de lana y unos buenos zapatos. Birgitte llevaba escarpines de brocado y finas medias de seda que sin duda eran muy frescas. Rechazó esa idea con firmeza—. Sólo para ver si Egwene está en la Ciudadela; en caso contrario, regresaré y no volveremos a utilizar el anillo hasta la próxima entrevista acordada.

Elayne la observaba atentamente, con una mirada intensa, sin pestañear, que la hizo tirar de las medias con una fuerza innecesaria y le despertó una incomodidad creciente. La joven no pronunció una sola palabra, pero su mirada impasible implicaba que Nynaeve podía estar mintiendo; aunque no lo hacía, por supuesto. Tampoco ayudó mucho el que hubiese surgido la idea, casi inconsciente, de que no había una verdadera razón para creer que Egwene iba a acudir al Corazón de la Ciudadela esa noche y que no resultaría difícil lograr que el anillo no le tocase la piel cuando se fuera a dormir. En ningún momento se había planteado esa idea seriamente —se había colado en su cabeza de rondón— pero había surgido, y ello hacía que le costara trabajo mirar a Elayne a los ojos. ¿Y qué, si tenía miedo de Moghedien? Tenerlo sólo era cuestión de sentido común, por mucho que admitirlo le revolviera las bilis.

«Haré lo que deba hacer». Puso todo su empeño en arrinconar el nerviosismo que le estrujaba la boca del estómago. Para cuando se hubo puesto las medias y la camisola, estaba más que ansiosa por meterse en el vestido azul y salir al calor del exterior con tal de escapar de los ojos de Elayne.

La muchacha estaba acabando de ayudarla a abrocharse la hilera de pequeños botones de la espalda —y rezongando que a ella no la había ayudado nadie, como si hiciese falta ayuda para ponerse aquellas polainas— cuando la puerta del carromato se abrió bruscamente de par en par, dejando entrar una bocanada de calor. Sobresaltada, Nynaeve dio un brinco y se cubrió el busto con las manos antes de darse cuenta de lo que hacía. Cuando vio que era Birgitte en vez de Valan Luca, fingió que lo que hacía era acomodarse el escote.

La otra mujer se alisó sobre las caderas un vestido azul brillante exactamente igual y se echó la trenza sobre uno de los desnudos hombros con una sonrisa de autocomplacencia.

—Si quieres llamar la atención no te molestes en toquetear el escote. Es demasiado obvio. Limítate a respirar hondo. —Hizo una demostración y luego se echó a reír al ver el gesto ceñudo de Nynaeve.

La antigua Zahorí tuvo que esforzarse para controlar el genio, aunque no veía razón para tener que hacerlo. Le costaba trabajo imaginar que en algún momento se hubiese sentido culpable de lo ocurrido. Seguro que Gaidal Cain se había alegrado de librarse de esta mujer. Y Birgitte llevaba el cabello peinado como quería, no como ella. Aunque, naturalmente, eso no tenía nada que ver con lo demás.