Выбрать главу

—Conocía a una persona como tú en Dos Ríos: Merian. Llamaba por su nombre de pila a todos los guardias de los mercaderes, y desde luego no tenía secretos para ninguno de ellos.

La sonrisa de Birgitte se volvió tensa.

—Y yo conocí a una mujer como tú. Se llamaba Mathena, y también era de las que miraban a los hombres por encima del hombro, e incluso hizo que ejecutaran a un pobre tipo porque la vio por casualidad cuando nadaba desnuda. Nunca la habían besado, hasta que Zheres le robó un beso. Habríase dicho que fue entonces cuando descubrió que los hombres existían. Se encandiló de tal modo que Zheres tuvo que irse a vivir a las montañas para escapar de ella. Estáte atenta al primer hombre que te bese. Tendrá que llegar uno antes o después.

Nynaeve dio un paso hacia ella con los puños apretados. O al menos lo intentó. De algún modo, Elayne se las ingenió para ponerse entre las dos, levantando las manos.

—Dejadlo ahora mismo, las dos —ordenó mientras sus ojos iban de la una a la otra con idéntica altanería—. Lini decía siempre que «La espera convierte a los hombres en leones enjaulados, y a las mujeres en gatos metidos en un saco», ¡pero vosotras vais a dejar de echaros las uñas en este mismo momento! ¡No lo aguanto ni un minuto más!

Para sorpresa de Nynaeve, Birgitte se puso colorada y farfulló una desabrida disculpa. A Elayne, naturalmente, pero el hecho de disculparse fue de por sí sorprendente. Birgitte había elegido quedarse cerca de Elayne, aunque ella no tuviera que permanecer escondida, pero después de tres días aparentemente el calor la estaba afectando tanto como a la propia Elayne. En lo tocante a ella, Nynaeve le asestó a la heredera del trono su mirada más gélida. Se las había ingeniado para mantener una actitud apacible mientras esperaban —lo había hecho—, pero Elayne no era precisamente la más indicada para hacer reproches.

—Bien —dijo la heredera del trono, todavía con el mismo tono helado—, ¿tienes alguna razón para haber irrumpido como un toro o es que simplemente se te ha olvidado cómo se llama a una puerta?

Nynaeve abrió la boca para hacer un comentario sobre gatos —sólo un leve recordatorio— pero Birgitte se le adelantó, aunque su voz sonó más tensa:

—Thom y Juilin han regresado de la ciudad.

—¡Que han regresado! —exclamó Nynaeve, y Birgitte le lanzó una breve mirada antes de volverse de nuevo hacia Elayne.

—¿Los enviaste tú? —inquirió.

—Claro que no —replicó hoscamente Elayne.

La muchacha salió por la puerta rápidamente, con Birgitte pisándole los talones, antes de que Nynaeve tuviese ocasión de decir una palabra. Lo único que podía hacer era seguirlas, así que fue tras ellas mascullando entre dientes. Más valía que a Elayne no se le hubiese ocurrido de repente que quien daba las órdenes allí era ella. Nynaeve todavía no le había perdonado que revelara tantas cosas a los dos hombres.

El seco calor era peor aun en el exterior, a pesar de que el sol todavía no había asomado del todo por encima del muro de lona que rodeaba el recinto del espectáculo. El sudor le había humedecido la frente antes de que la mujer hubiese llegado al pie de la escalerilla del carromato, pero por una vez no torció el gesto.

Los dos hombres estaban sentados en las banquetas de tres patas que había junto a la lumbre de cocinar, con el pelo revuelto y las chaquetas como si se hubiesen rebozado en el polvo. Un hilillo rojo resbalaba por debajo de un trozo de tela hecho una bola que Thom se apretaba contra el cráneo, y escurría sobre un manchón de sangre reseca que le cubría la mejilla y manchaba un lado del blanco bigote. Una contusión purpúrea, del tamaño de un huevo de gallina, sobresalía junto a un ojo de Juilin, que sostenía su vara de madera fragmentada en una mano burdamente envuelta en un vendaje ensangrentado. El ridículo gorro cónico, echado hacia atrás, parecía haber sido pisoteado.

Por el ruido en el interior del recinto rodeado por el muro de lona, los encargados de los caballos ya habían empezado su jornada limpiando las jaulas, y sin duda Cerandin estaba con sus s’redit —ninguno de los hombres se acercaba a ellos— pero había poco movimiento todavía en torno a los carromatos. Petro fumaba en la larga pipa mientras ayudaba a Clarine a preparar el desayuno. Dos de los Chavana examinaban una pieza de los aparatos con Muelin, la contorsionista, en tanto los otros dos charlaban con un par de las seis mujeres acróbatas que Luca había contratado, sacándolas del espectáculo de Sillia Cerano. Afirmaban ser las hermanas Murasaka, a despecho de que sus rasgos y tonos de tez eran tan dispares como los de los propios Chavana. Una de las dos que hablaban con Brugh y Taeric vestía con ropas de seda de fuertes colores y tenía los ojos azules y el cabello casi blanco, mientras que la piel de la otra era casi tan oscura como sus ojos. Todos los demás estaban vestidos ya para la primera representación del día, los hombres con los torsos al aire y llamativas polainas, Muelin con un pantalón rojo de gasa y un corpiño a juego muy ajustado y Clarine con traje de cuello alto y adornado con lentejuelas verdes.

Thom y Juilin atrajeron las miradas de varios, pero por fortuna nadie creyó necesario acercarse para preguntarles por su salud. Quizá se debiese a la expresión avergonzada que tenían, con los hombros hundidos y la vista clavada en el suelo. Sin duda sabían que les iba a caer un rapapolvo que les levantaría ampollas. Al menos Nynaeve estaba dispuesta a darles un buen repaso.

Pero Elayne dio un respingo al verlos y corrió a arrodillarse junto a Thom, desaparecida por completo la cólera que la embargaba un momento antes.

—¿Qué ha pasado? Oh, Thom, tu pobre cabeza. Debe de dolerte mucho. Esto está fuera del alcance de mis habilidades. Nynaeve te acompañará dentro y se ocupará de ello. Thom, eres demasiado mayor para meterte en estos líos.

El juglar, indignado, apartó a la muchacha lo mejor que pudo sin dejar de sostener el pegote de tela apretado contra la cabeza.

—Déjalo, pequeña. Me he hecho heridas peores al caerme de la cama. ¿Quieres hacer el favor de no preocuparte?

Desde luego Nynaeve no pensaba hacer Curación alguna a pesar de estar tan furiosa como para abrazar el saidar. Se plantó frente a Juilin, en jarras y con una expresión que dejaba muy claro que no iba a admitir tonterías ni evasivas.

—¿Qué os proponíais escabulléndoos sin decírmelo? —Era un buen modo de advertir también a Elayne que era ella la que estaba al mando—. Si te hubiesen degollado en lugar de acabar con un bollo en el ojo, ¿cómo nos habríamos enterado de lo que te había pasado? No había razón para que os marchaseis. ¡Ninguna! Los pasos para encontrar un barco ya se habían dado.

Juilin la miró malhumorado y se echó el gorro más hacia adelante.

—Con que ya se habían dado, ¿no? ¿Y por eso las tres habéis estado moviéndoos a hurtadillas por…?

Lo interrumpió un fuerte gemido de Thom, que se tambaleó. Después de que el viejo juglar hubo tranquilizado a Elayne asegurando que había sido una breve punzada dolorosa y que estaba en condiciones de asistir a un baile —y de asestar una mirada significativa a Juilin que obviamente confiaba en que las mujeres no advirtieran—, Nynaeve se volvió de nuevo hacia el atezado teariano con gesto furibundo para preguntarle que qué le hacía pensar que se habían estado moviendo a hurtadillas.

—Fue una suerte que saliéramos —dijo Juilin, en cambio, con voz tensa—. Samara es como un banco de cazones alrededor de un trozo de carne sangrienta. Hay chusma en cada calle dando caza a Amigos Siniestros y a cualquiera que no aclame al Profeta como la única y verdadera voz del Dragón Renacido.