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—Empezó hace más o menos una hora, cerca del río —intervino Thom, que se resignó con un suspiro a que Elayne le lavase la cara con un paño mojado. Parecía hacer caso omiso de los rezongos de la joven, cosa que no debía de resultarle nada fácil ya que Nynaeve oyó claramente «viejo necio» y «necesitas que alguien se ocupe de ti antes de que consigas que te maten» entre otras cosas, en un tono exasperado y afectuoso por igual—. Ignoro cómo empezó, pero sí oí que se culpaba de ello a las Aes Sedai, a los Capas Blancas, a los trollocs, a todo el mundo excepto a los seanchan, y si hubiesen sabido su nombre también los habrían culpado a ellos. —Hizo un gesto de dolor cuando Elayne apretó un poco con el trapo—. En el transcurso de la última hora nos involucramos un poco más de la cuenta sólo para enterarnos de eso.

—Hay fuego —anunció Birgitte.

Petro y su esposa advirtieron su gesto y se pusieron de pie para otear, preocupados, hacia donde señalaba. Dos negras columnas de humo se elevaban sobre el muro de lona, en dirección a la ciudad. Juilin se incorporó y miró a Nynaeve a los ojos con expresión dura.

—Es hora de marcharse. Tal vez nuestra partida llame la atención de Moghedien sobre nosotros, pero lo dudo; por todas partes hay gente que huye a toda prisa. Dentro de dos horas, no serán sólo dos incendios, sino cincuenta, y evitarla a ella no servirá de nada si la chusma nos hace picadillo. Se revolverá contra los espectáculos una vez que haya destrozado todo lo que puede destrozarse en la ciudad.

—No pronuncies ese nombre —replicó secamente Nynaeve al tiempo que asestaba una ceñuda mirada a Elayne que la joven no advirtió. Revelar demasiado a los hombres siempre era un error. Lo malo es que Juilin tenía razón, pero también era una equivocación admitir tal cosa ante un hombre demasiado pronto—. Pensaré en tu sugerencia, Juilin. Detestaría tener que huir sin razón y después enterarme de que un barco ha atracado nada más marcharnos. —El rastreador la miró como si se hubiese vuelto loca, y Thom sacudió la cabeza a pesar de que Elayne se la estaba sujetando para limpiarle la herida; no obstante, una figura que se abría paso entre los carromatos levantó el ánimo de Nynaeve—. Quizá ya ha llegado.

El parche con el ojo pintado de Ino y su rostro surcado de cicatrices, el largo mechón de pelo y la espada sujeta a la espalda suscitó cabeceos indiferentes de Petro y de varios de los Chavana y un estremecimiento en Muelin. Había hecho personalmente las visitas vespertinas, aunque sin novedades de las que informar. Su presencia ahora tenía que significar que había algo.

Como solía hacer, sonrió a Birgitte nada más verla y dirigió su único ojo sano de manera ostentosa hacia el busto de la mujer, y, también como era habitual, ella correspondió a la sonrisa y lo miró de arriba abajo lentamente. Por una vez, sin embargo, a Nynaeve no le importó el comportamiento censurable de los dos.

—¿Hay algún barco?

La sonrisa de Ino se borró de inmediato.

—Hay un jod… Un barco —repuso, sombrío—, si es que puedo meteros en él indemnes.

—Sabemos lo de los disturbios, pero sin duda quince shienarianos serán capaces de llevarnos hasta allí a salvo.

—Así que sabéis lo de los disturbios —rezongó mientras miraba a Thom y a Juilin—. ¿Y sabéis la puñe…? ¿Sabéis que la gente de Masema está luchando contra los Capas Blancas en las calles? ¿Sabéis que el jod…? ¿Sabéis que Masema ha ordenado a los suyos tomar Amadicia a sangre y fuego? Ya son miles los que han cruzado el cond… ¡Aaag! El río.

—Aunque sea así —replicó firmemente Nynaeve—, espero que hagas lo que dijiste que harías. Recordarás que prometiste obedecerme —puso algo de énfasis en esta última palabra a la par que echaba una significativa mirada a Elayne.

Fingiendo no darse cuenta, la muchacha se puso de pie con el trapo manchado de sangre en la mano y se dirigió a Ino:

—Siempre me han dicho que los shienarianos se cuentan entre los soldados más valientes del mundo. —El anterior timbre cortante de su voz de repente se había convertido en mieles y regia suavidad—. Me han contado muchas historias de la bravura shienariana cuando era pequeña. —Posó una mano en el hombro de Thom, pero sus ojos se mantuvieron prendidos en Ino—. Todavía las recuerdo, y espero recordarlas siempre.

Birgitte se acercó y empezó a dar masajes a Ino en la nuca mientras lo miraba fijamente a los ojos. Aparentemente el parche con el ojo pintado no la afectaba en absoluto.

—Tres mil años guardando la Llaga —dijo suave, muy suavemente. ¡Hacía dos días que no le hablaba así a Nynaeve!—. Tres mil años y sin retroceder jamás aunque hubiera que pagar con creces en sangre cada palmo de terreno. Esto no será Enkara ni Umbral de Soralle, pero sé cómo actuaréis.

—¿Qué habéis hecho? —gruñó Ino—. ¿Leer todas las condenadas historias de las jodidas Tierras Fronterizas? —De inmediato se encogió y miró a Nynaeve, que no había tenido más remedio que ordenarle que utilizase un lenguaje decoroso, sin una sola palabra malsonante. El guerrero no lo llevaba muy bien, pero no había otro modo que evitar que reincidiera en su habitual retahíla de juramentos; y Birgitte no debería mirarla con ceño—. ¿No podéis hablar con ellas? —se dirigió a Thom y a Juilin—. Están chif… Son unas necias si intentan esto.

Juilin alzó las manos y Thom se echó a reír.

—¿Conoces alguna mujer que haga caso a un consejo sensato cuando no quiere oírlo? —contestó el juglar. Gruñó cuando Elayne le retiró la mano que apretaba la tela contra la cabeza y empezó a limpiar la herida del cuero cabelludo quizá con un poco más de fuerza de la estrictamente necesaria.

—En fin —dijo Ino sacudiendo la cabeza—, si me van a embaucar supongo que así será. La gente de Masema encontró el barco, el Serpiente de río o algo por el estilo, antes de que hiciese una hora que había atracado, pero los Capas Blancas se apoderaron de él. Eso es lo que inició este pequeño alboroto. La mala noticia es que los Capas Blancas todavía dominan los muelles. Aunque lo peor es que tal vez Masema ha olvidado lo del barco. Fui a verlo pero no quería oír una sola palabra de ese asunto; de lo único que hablaba era de colgar Capas Blancas y hacer que Amadicia doblase la rodilla ante el lord Dragón aunque para ello tuviera que prender fuego a todo el país. Sin embargo, no se ha molestado en dar la contraorden a toda su gente, y ha habido combates cerca del río y quizá los haya todavía. Llevaros a través de los disturbios de la ciudad no va a ser nada fácil, pero si hay lucha en los muelles entonces no prometo nada. Y no tengo la más remota idea de cómo voy a meteros en un barco que está en manos de Capas Blancas.

Soltó un largo suspiro y se limpió el sudor de la frente con el envés de una mano llena de cicatrices. El esfuerzo de pronunciar una parrafada tan larga sin intercalar una sola palabra gruesa era patente en su rostro. Nynaeve lo habría librado del compromiso de reprimir su lenguaje habitual en ese momento si no hubiese estado demasiado estupefacta para poder hablar. Tenía que ser una coincidencia. «Luz, dije que se consiguiera un barco a toda costa, pero no me refería a esto. ¡No a esto!» No entendía por qué Elayne y Birgitte la miraban de un modo tan impasible. Ambas estaban al tanto de este asunto y a ninguna se le ocurrió la posibilidad de que ocurriese algo así. Los tres hombres intercambiaron miradas preocupadas, obviamente conscientes de que allí pasaba algo pero sin imaginar qué podía ser, gracias le fueran dadas a la Luz por ello. De cuantas menos cosas estuviesen enterados los hombres, tanto mejor. Tenía que ser una coincidencia.

En cierto sentido, se alegró mucho de ver a otro hombre abriéndose paso entre los carromatos; ello le daba una excusa para apartar los ojos de Elayne y Birgitte. Por otro lado, la aparición de Galad le provocó una sensación de vacío en el estómago.

Vestía ropas de color marrón y un gorro de terciopelo en lugar de su blanca capa y su bruñido peto, pero la espada seguía colgada a su cadera. Hasta entonces no se había acercado a los carromatos, y el efecto causado por su rostro fue demoledor. Muelin dio un paso hacia él de manera inconsciente, en tanto que las dos esbeltas acróbatas se inclinaban hacia adelante, boquiabiertas. Los Chavana habían quedado en el olvido, y estaban ceñudos por ello. Incluso Clarine se alisó el vestido mientras lo observaba, hasta que Petro se quitó la pipa de los labios y le dijo algo. Entonces la mujer fue hacia donde su esposo estaba sentado, riéndose, y estrechó el rostro del hombretón contra sus grandes senos. Pero sus ojos siguieron prendidos en Galad por encima de la cabeza de su marido.