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—Calla y escucha —la interrumpió firmemente Elayne. Resultaba todo un esfuerzo mantener cierta dignidad con la seanchan comportándose obtusamente y Birgitte plantada a un lado, cruzada de brazos. Estaba segura de que la arquera sólo esperaba la oportunidad para soltar otro comentario cortante—. No me refiero al espectáculo, sino a Nana, a ti y a mí. Vamos a coger un barco esta mañana, y en unas cuantas horas estaremos lejos del alcance del Profeta para siempre.

—Pocas embarcaciones fluviales pueden transportar s’redit, Morelin —respondió la seanchan a la par que sacudía la cabeza lentamente—. Aun en el caso de que hayas encontrado una que sí puede, ¿qué harán después? ¿Qué haré yo? Dudo que pueda ganar tanto si actúo sola como yendo con maese Luca, ni siquiera con tu número de caminar por el cable y Merian disparando su arco. Y supongo que Thom haría malabarismos. No, no, es mejor que todos nos quedemos con el espectáculo.

—Habrá que dejar a los s’redit —admitió Elayne—, pero estoy segura de que maese Luca se ocupará de ellos. No vamos a actuar, Cerandin. Ya no es necesario. Allí adonde voy hay personas a las que les gustaría saber… —Reparó entonces en el mozo, un tipo larguirucho con una nariz incongruentemente bulbosa, que se encontraba lo bastante cerca para oír la conversación—. Saber cosas de tu lugar de origen. Muchas más cosas de las que ya nos has contado. —No, el tipo no escuchaba; estaba mirando con lujuria, alternativamente, el busto de Birgitte y sus piernas. Mantuvo fijos los ojos en él hasta que la insolente sonrisa se tornó en una mueca forzada y reanudó sus tareas.

—¿Quieres que abandone a Mer, Sanit y Nerin al cuidado de unos hombres que tienen miedo de acercarse a ellos? —Cerandin sacudió la cabeza otra vez—. No, Morelin, nos quedamos con maese Luca. Y tú también. Es mucho mejor. ¿Te acuerdas de las terribles condiciones en que estabas el día que viniste? No querrás volver a lo mismo, ¿verdad?

Elayne respiró profundamente y se acercó más a la mujer. Nadie excepto Birgitte estaba lo bastante cerca para oírla, pero no quería correr riesgos innecesarios.

—Cerandin, mi verdadero nombre es Elayne de la casa Trakand, heredera del trono de Andor. Algún día seré la reina de Andor.

Basándose en el comportamiento de la mujer aquel primer día, e incluso más en lo que les había dicho sobre los seanchan, eso debería haber bastado para acabar con cualquier resistencia por su parte. Pero, en lugar de ello, Cerandin la miró directamente a los ojos.

—Afirmabas ser una noble el día que llegaste, pero… —Frunció los labios y echó una fugaz ojeada a las polainas de Elayne—. Eres una excelente funámbula, Morelin. Con un poco de práctica, llegarías a ser lo bastante buena para actuar ante la emperatriz algún día. Todo el mundo tiene su sitio y todo el mundo está en el que le corresponde.

Durante un instante, Elayne abrió y cerró la boca sin emitir un solo sonido. ¡La seanchan no la creía!

—Ya he perdido demasiado tiempo, Cerandin.

Alargó la mano hacia el brazo de la mujer para llevársela a rastras si era necesario, pero Cerandin le asió la mano, realizó un movimiento giratorio, y Elayne, con los ojos desorbitados y un chillido de sorpresa, se encontró sosteniéndose de puntillas y preguntándose si la muñeca se le rompería antes de que el hombro se le dislocara. ¡Y Birgitte siguió plantada en el mismo sitio, cruzada de brazos, y encima tuvo la desfachatez de enarcar inquisitivamente una ceja!

Elayne apretó los dientes; no le pediría ayuda.

—Suéltame, Cerandin —exigió, aunque habría querido que su voz no sonara tan falta de aliento—. ¡He dicho que me sueltes!

Al cabo de un momento la seanchan obedeció y retrocedió un paso cautelosamente.

—Eres una amiga, Morelin, y siempre lo serás. Quizá te conviertas en una dama noble algún día. Posees los modales para ello, y si atraes a un lord podría tomarte como una de sus asa. A veces las asa se convierten en esposas. Que la Luz te acompañe, Morelin. He de terminar mi trabajo. —Sostuvo la aguijada de manera que Mer enroscó la trompa en ella y el enorme animal permitió que la mujer lo condujese, pesadamente, hacia otra parte del recinto.

—Cerandin —llamó, cortante, Elayne—. ¡Cerandin! —La mujer de cabello claro no volvió la cabeza, y Elayne asestó una mirada furibunda a Birgitte—. Has sido una gran ayuda —gruñó, y echó a andar antes de que la otra mujer tuviese tiempo de responder.

Birgitte la alcanzó y caminó a su lado.

—Por lo que he oído y lo que he visto, has empleado bastante tiempo en enseñarle a esa mujer que tiene voluntad propia. ¿Acaso esperabas que te ayudase a arrebatarle de nuevo esa convicción?

—No era eso lo que intentaba en absoluto —masculló Elayne—. Lo que intentaba era cuidar de ella. Se encuentra muy lejos de su hogar, es una extraña dondequiera que vaya, y hay gente que no la trataría amablemente si se enterase de dónde procede.

—A mí me parece muy capaz de cuidar de sí misma —repuso con tono cortante Birgitte—. Claro que quizá también le enseñaste eso tú, ¿no? Sin duda era una infeliz desvalida hasta que la conociste.

La gélida mirada que le asestó Elayne pareció resbalar sobre ella como un trozo de hielo sobre una lámina de acero caliente.

—Te limitaste a observar sin hacer nada. Se supone que eres mi… —Echó una fugaz ojeada en derredor; sólo fue un vistazo rápido, pero bastó para que varios mozos agacharan la cabeza—. Mi Guardián. Y se supone que tienes que ayudarme a defenderme cuando me es imposible encauzar.

También Birgitte echó un vistazo en derredor, pero por desgracia no había nadie lo bastante cerca para que tuviera que contener la lengua.

—Te defenderé cuando estés en peligro, pero si todo el peligro que te amenaza es que te tumben sobre las rodillas de alguien para darte una azotaina por haberte comportado como una niña mimada, tendré que decidir si no es más conveniente permitir que aprendas una lección que podría salvarte de una situación igual o peor más adelante. ¡Mira que decir que eres la heredera de un trono! ¡Vaya! Si vas a ser Aes Sedai más te vale practicar la manera de alterar y torcer la verdad, no hacerla añicos.

Elayne estaba boquiabierta; tuvo que tropezar con sus propios pies para salir de su estupor y recuperar el habla.

—¡Pero es cierto que lo soy!

—Si tú lo dices —repuso Birgitte mientras su mirada recorría las polainas llenas de lentejuelas.

Elayne no pudo evitarlo; aguantar la afilada lengua de Nynaeve, a Cerandin comportándose con la tozudez de dos mulas, y ahora esto. Echó la cabeza hacia atrás y gritó con frustración.

Cuando el sonido cesó, dio la impresión de que incluso los animales se habían quedado callados. Los mozos estaban parados, contemplándola de hito en hito. La joven hizo caso omiso de ellos con actitud fría; ahora no había nada que pudiese afectarla. Estaba tan impasible como un témpano y con un absoluto control sobre sí misma.

—¿Ese grito era pidiendo ayuda? —inquirió Birgitte mientras ladeaba la cabeza—. ¿O es que tienes hambre? Supongo que podría encontrar una ama de cría en la…

Elayne se alejó a zancadas a la par que soltaba un sordo gruñido que habría enorgullecido a cualquiera de los leopardos.

48

Despedidas

Cuando estuvo de vuelta en su carromato, Nynaeve se cambió el traje de actuar por un vestido decente, aunque rezongó por tener que desabrochar toda una hilera de botones a lo largo de la espalda y abrocharse otra sin ayuda de nadie. La sencilla prenda de fina lana gris, bien cortada pero sin adornos exagerados, pasaría inadvertida casi en cualquier sitio, pero desde luego le daba mucho calor. Aun así, proporcionaba una agradable sensación estar vestida decentemente una vez más. También daba la impresión, en cierto modo, de sentirse rara, como si llevara puesta demasiada ropa. Debía de ser a causa del calor.