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Se desplazaron en un abrir y cerrar de ojos a la Torre Blanca, al estudio de Elaida. Allí no había cambiado nada, excepto que sólo quedaba media docena de banquetas en un semicírculo, delante del escritorio de Elaida. Y el tríptico de Bonwhin había desaparecido. El cuadro de Rand continuaba allí, con un desgarrón torpemente arreglado cruzando el rostro del joven, como si alguien le hubiese arrojado algo.

Revolvieron en los papeles de la caja laqueada, con los halcones dorados, y también en los que había sobre la mesa de la Guardiana, en la antesala. Documentos y cartas cambiaban mientras los estaban leyendo, pero aun así descubrieron algunas cosas. Elaida sabía que Rand había cruzado la Pared del Dragón y había entrado en Cairhien, pero no encontraron nada que les indicara lo que se proponía hacer al respecto. Había una colérica llamada a todas las Aes Sedai para que regresaran inmediatamente a la Torre a no ser que tuvieran órdenes específicas de ella. Por lo visto Elaida estaba furiosa por muchas cosas: de que fueran tan escasas las hermanas que habían regresado tras su oferta de amnistía; que la mayoría de las informadoras de Tarabon siguieran manteniendo un total silencio; que Pedron Niall continuara haciendo volver a Amadicia a los Capas Blancas, sin que ella supiese el motivo; que Davram Bashere siguiera en paradero desconocido a pesar de que iba acompañado por un ejército. La ira rebosaba en todos los documentos con su sello. Ninguno de ellos parecía de utilidad o interés real, salvo quizás el referente a los Capas Blancas. Sin embargo, no eran de esperar dificultades por ese lado mientras estuviesen en el Sierpe de río.

Cuando regresaron a sus cuerpos en el barco, Elayne guardó silencio mientras se incorporaba de la silla y volvía a guardar el disco en la caja. Sin pensar lo que hacía, Nynaeve se levantó y la ayudó a quitarse el vestido. Birgitte subió a cubierta mientras ellas dos se metían en la cama; dijo que se proponía dormir justo donde acababa la escala.

Elayne encauzó para apagar la lámpara; rompió el silencio después de un rato de yacer tendidas en la oscuridad:

—El palacio parecía tan… vacío, Nynaeve. Daba la sensación de estar desierto.

Nynaeve no sabía qué otra impresión podía dar un palacio en el Tel’aran’rhiod.

—Será por el ter’angreal que utilizaste. Te veía casi borrosa, como a través de niebla.

—Bueno, pues para mí me veía bien. —Hubo sólo un leve atisbo de aspereza en la voz de Elayne, no obstante, y las dos mujeres se acomodaron para dormir.

Nynaeve recordaba bien los codos de la muchacha, pero ese detalle no estropeó su buena disposición, como tampoco el quejoso murmullo de Elayne de que sus pies estaban fríos. Lo había hecho. Quizás olvidar que se está asustado no era lo mismo que no estarlo, pero al menos había vuelto al Mundo de los Sueños. A lo mejor llegaría el día en que recobraría el valor y no se sentiría asustada.

Una vez que se había empezado, resultaba más fácil continuar que dejarlo. Todas las noches, a partir de aquella, entraron juntas en el Tel’aran’rhiod incluyendo la visita a la Torre para ver lo que podían descubrir. No lograron gran cosa, aparte de una orden por la que se enviaba una emisaria a Salidar para invitar a las Aes Sedai instaladas allí a regresar a la Torre. Salvo que la invitación —hasta donde Nynaeve consiguió leer antes de que cambiara por un informe respecto a una criba de novicias en ciernes por actitudes correctas, lo que quiera que significase tal cosa— era más una exigencia de que esas Aes Sedai se sometieran inmediatamente a la autoridad de Elaida y que se consideraran afortunadas de que se les permitiera hacerlo así. Con todo, les sirvió como confirmación de que no iban persiguiendo un espejismo. El problema con los restantes fragmentos de información que veían era que no sabían lo suficiente para sacar conclusiones y encajarlos entre sí. ¿Quién era el tal Davram Bashere y porqué Elaida estaba tan empeñada en encontrarlo? ¿Por qué había prohibido Elaida mencionar el nombre de Mazrim Taim, el falso Dragón, bajo amenaza de duros castigos? ¿Por qué la reina Tenobia de Saldaea y el rey Easar de Shienar habían escrito cartas educadas pero inflexibles en las que expresaban su indignación por la intromisión de la Torre en sus asuntos? Todo ello hizo que Elayne musitara uno de los dichos de Lini: «Para saber dos, primero hay que saber uno». Nynaeve no podía estar más de acuerdo con ello.

Aparte de las visitas al estudio de Elaida, trabajaron en aprender a tener control, tanto de sí mismas como de su entorno, en el Mundo de los Sueños. Nynaeve no estaba dispuesta a que volvieran a sorprenderla como le había ocurrido con Egwene y con las Sabias. Procuró no pensar en Moghedien. Más valía concentrarse en las Sabias.

Del truco de Egwene de aparecer en sus sueños, como había hecho en Samara, no lograron sacar nada en conclusión; llamar a la muchacha no sirvió de nada, salvo aumentar la desagradable sensación de que las estaban vigilando, y su amiga no volvió a hacer otra aparición en sus sueños. Intentar retener o dominar a alguien en el Tel’aran’rhiod resultó increíblemente frustrante, incluso después de que Elayne diera con el truco, que consistía en considerar a la otra persona sólo como una parte más del sueño. Elayne lo logró finalmente —y Nynaeve la felicitó con toda la cortesía que fue capaz— pero pasaron días sin que Nynaeve lo consiguiera. Elayne podría muy bien haber sido el jirón de niebla que parecía por la facilidad con que se esfumaba, sonriente, cuando deseaba. Cuando por último la antigua Zahorí logró retener a la muchacha allí, el esfuerzo le resultó tan arduo como si quisiera levantar a pulso una gran piedra.

Crear flores fantásticas o formas imaginándolas era mucho más divertido. El esfuerzo requerido parecía ir parejo tanto con el tamaño del objeto como con la circunstancia de que realmente existiera. Costaba más trabajo crear árboles cubiertos de flores de formas extrañas en colores rojo, dorado y púrpura que hacer un espejo de cuerpo entero para comprobar qué cambios se habían realizado en el vestido que se llevaba puesto. Y un resplandeciente palacio de cristal emergiendo del suelo era aun más difícil; y, aunque al tocarlo tenía la apariencia de ser sólido, cambiaba cada vez que la imagen creada en la mente vacilaba, y también se desvanecía en el momento en que ocurría otro tanto con la imagen. Decidieron prudentemente olvidarse de los animales después de que una peculiar criatura —¡una especie de caballo con un cuerno en la nariz!— las persiguió cuesta arriba por una colina antes de que consiguieran hacerla desaparecer. Aquello casi provocó una nueva discusión, pues cada una de ellas protestaba que la aparición de la criatura era obra de la otra, pero para entonces Elayne había recobrado su agradable talante de antaño lo bastante para empezar a reírse al pensar la pinta que debían de tener corriendo cuesta arriba con las faldas remangadas y gritando a la criatura que desapareciera. Ni siquiera la obstinada negativa de Elayne de admitir que había sido culpa de ella impidió que también Nynaeve prorrumpiera en carcajadas.

Elayne alternaba el uso del disco de hierro y la placa, aparentemente de ámbar, con la figura tallada en su interior de una mujer dormida, pero en realidad no le gustaba usar ninguno de los dos ter’angreal. Por mucho que se esforzaba no se sentía tan plenamente presente en el Tel’aran’rhiod como con el anillo. Y cada uno de ellos exigía un esfuerzo; era imposible atar el flujo de Energía o de lo contrario salía expulsada inmediatamente del Mundo de los Sueños. Encauzar cualquier otro flujo al mismo tiempo parecía de todo punto imposible, aunque Elayne no entendía el porqué. La joven se mostraba más interesada en cómo habían sido creados y la irritaba que no le revelaran sus secretos tan fácilmente como había ocurrido con el a’dam. Desconocer el porqué era como llevar una cardencha metida en la media.