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Enseñar y aprender

Unas cuatro horas más tarde, el sudor que le corría a Nynaeve por el rostro no tenía mucho que ver con el calor impropio de la estación, y la mujer se preguntaba si no habría sido mejor que Neres la hubiese engañado. O que se hubiese negado a llevarlas más allá de Boannda. La última luz del atardecer se colaba, sesgada, a través de las ventanas, casi todas ellas con los cristales rotos. Aferrando con fuerza la falda, inducida por una mezcla de irritación e inquietud, intentó evitar mirar a las seis Aes Sedai reunidas alrededor de una de las toscas mesas próximas a la pared. Sus bocas se movían silenciosamente mientras conferenciaban tras una pantalla de saidar. Elayne mantenía alta la barbilla, y las manos enlazadas sosegadamente a la altura de la cintura, pero cierta tirantez alrededor de los ojos y en las comisuras de sus labios echaban a perder su aire regio. Nynaeve no estaba segura de querer saber lo que decían las Aes Sedai; un mazazo tras otro habían echado por tierra todas sus expectativas, sumiéndola en el aturdimiento. Otro golpe más y seguramente empezaría a chillar, y no sabía si sería de rabia o de puro histerismo.

Todo, excepto sus ropas, estaba colocado sobre aquella mesa; la flecha de plata de Birgitte, delante de la fornida Morvrin; los tres ter’angreal, frente a Sheriam, y los cofres dorados, frente a Myrelle. Ninguna de las mujeres parecía complacida. El semblante de Carlinya podría muy bien haber estado tallado en hielo, e incluso la maternal Anaiya ostentaba una expresión severa; y en el gesto de permanente sorpresa de Beonin había un atisbo de enojo. De enojo y de algo más. A veces Beonin hacía intención de tocar el blanco paño extendido primorosamente sobre el sello de cuendillar, pero su mano siempre quedaba suspendida a mitad de camino y luego retrocedía.

Nynaeve apartó los ojos de aquel paño. Sabía exactamente cuándo habían empezado a ir mal las cosas. Los Guardianes que los rodearon en el bosque mostraron un trato correcto, aunque frío, una vez que ella convenció a Ino y a los shienarianos para que envainaran las espadas. Y Min los acogió cálidamente con sonrisas y abrazos. Pero las Aes Sedai y las otras personas que iban por las calles ocupadas en sus quehaceres habían seguido caminando sin dedicar más que una mirada de soslayo al grupo escoltado. Salidar estaba bastante abarrotado, con hombres armados haciendo instrucción en casi cualquier espacio abierto. La primera persona que les hizo algún caso aparte de los Guardianes y Min fue la delgada hermana Marrón ante quien los llevaron, en lo que antaño había sido el salón de esa posada. Elayne y ella habían contado a Phaedrine Sedai la historia acordada anteriormente; o lo intentaron. A los cinco minutos de empezar, las dejó plantadas de pie allí y con orden estricta de no mover ni un pie ni hablar una palabra con nadie, ni siquiera entre ellas. Pasaron otros diez minutos, en los que intercambiaron miradas desconcertadas mientras a su alrededor Aceptadas y novicias, Guardianes, sirvientes y soldados iban y venían a las mesas donde las Aes Sedai estaban enfrascadas en papeles y daban enérgicas órdenes. Y entonces las habían conducido ante Sheriam y las demás con tanta rapidez que Nynaeve dudaba que sus pies hubiesen tocado el suelo dos veces. Y ahí fue cuando empezó el interrogatorio, más adecuado para prisioneras capturadas que para heroínas que regresaban. Nynaeve se enjugó con toquecitos el sudor de la cara; pero, tan pronto como el pañuelo estuvo guardado de nuevo en la manga, sus manos volvieron a aferrar la falda.

Elayne y ella no eran las únicas que estaban de pie sobre la llamativa alfombra de seda. Podría pensarse que Siuan, con un sencillo vestido de fina lana azul, el semblante impasible y completamente sereno, se encontraba allí por su gusto si no fuera porque Nynaeve sabía a qué atenerse. Parecía absorta en tranquilas reflexiones. Al menos Leane miraba a las Aes Sedai, pero también ella estaba aparentemente segura de sí misma. De hecho, en cierto modo más segura de sí misma de lo que recordaba Nynaeve. La mujer de tez broncínea daba incluso la impresión de ser más esbelta, más mimbreña en cierta manera. Quizá se debía al escandaloso vestido que llevaba puesto. El cuello de la prenda era tan alto como el que vestía Siuan, pero la seda verde se ceñía a todas sus curvas, y el tejido no llegaba a ser transparente por un pelo. Sin embargo, eran sus rostros los que verdaderamente habían dejado estupefacta a Nynaeve. En realidad no había esperado encontrarlas vivas a ninguna de las dos, y, ciertamente, no con una apariencia tan joven, sólo unos pocos años mayores que ella misma, como mucho. Ni una sola vez se cruzaron sus miradas. De hecho, Nynaeve creyó percibir una marcada frialdad entre ellas.

Había otra diferencia en las dos mujeres, una que Nynaeve empezaba a notar ahora. Aunque todo el mundo, incluida Min, se había mostrado discreto al respecto, en realidad nadie hacía un secreto del hecho de que las habían neutralizado, pero por primera vez la antigua Zahorí era verdaderamente consciente de la habilidad presente en Elayne y las demás. Así como de su ausencia en Siuan y Leane. Algo se les había arrebatado, extirpado. Era como una mutilación. Quizá la peor herida que una mujer podía recibir.

La curiosidad pudo más que ella. ¿Qué tipo de herida sería? ¿Qué se había extirpado? Ya puesta, podía aprovechar la aburrida espera, y la irritación entretejida con el nerviosismo. Buscó el contacto con el saidar

—¿Te ha dado alguien permiso para encauzar aquí, Aceptada? —inquirió Sheriam, y Nynaeve dio un respingo y cortó de inmediato el contacto con la Fuente Verdadera.

La Aes Sedai de verdes ojos regresó al frente de las demás de vuelta a sus desparejadas sillas, colocadas sobre la alfombra en un semicírculo que dejaba a las cuatro mujeres de pie como foco de atención. Algunas de las Aes Sedai habían cogido cosas de la mesa. Tomaron asiento y contemplaron fijamente a Nynaeve, toda emoción anterior absorbida por la calma habitual en ellas. Ninguno de aquellos rostros intemporales denotaba el calor reinante ni con una sola gota de sudor. Finalmente, Anaiya habló en un tono suavemente reprobador:

—Has estado lejos de nosotras mucho tiempo, pequeña. Habrás aprendido más o menos en el ínterin, pero aparentemente también es mucho lo que has olvidado.

Nynaeve se puso colorada e hizo una reverencia.

—Disculpadme, Aes Sedai. No era mi intención propasarme. —Confiaba en que creyeran que era la vergüenza lo que le hacía arder las mejillas. Pues claro que había estado lejos de ellas mucho tiempo. Sólo unas horas antes era ella quien daba las órdenes y los demás se ponían firmes cuando hablaba. Ahora se esperaba que fuera ella la que obedeciera con prontitud. Era un mal trago.

—Nos habéis contado una… historia interesante. —Saltaba a la vista que Carlinya no creía gran cosa de su relato. La hermana Blanca giró entre sus dedos la flecha de plata de Birgitte—. Y habéis obtenido algunas posesiones raras.

—La Panarch Amathera nos hizo mucho regalos, Aes Sedai —dijo Elayne—. Parecía estar convencida de que habíamos salvado su trono. —Aun pronunciadas en un tono perfectamente reposado, aquellas frases eran como caminar sobre una fina capa de hielo. No sólo a Nynaeve la irritaba haber perdido la libertad de acción. El terso semblante de Carlinya se puso tenso.

—Habéis traído noticias perturbadoras —intervino Sheriam—. Y algunas… cosas inquietantes. —Sus ojos, ligeramente rasgados, se volvieron hacia la mesa, al plateado a’dam, y después se posaron de nuevo con firmeza sobre Elayne y Nynaeve. Desde que habían sabido lo que era y para qué servía, la mayoría de las Aes Sedai lo habían tratado como si fuese una víbora. Casi todas.

—Si hace lo que estas chiquillas afirman —adujo Morvrin con aire ausente—, debemos estudiarlo. Y si Elayne cree de verdad que es capaz de hacer un ter’angreal… —La hermana Marrón sacudió la cabeza. Su atención estaba centrada realmente en el retorcido anillo de piedra, con las motas y las vetas rojas, azules y marrones, que sostenía en una mano. Los otros dos ter’angreal reposaban en su amplio regazo—. ¿Dices que esto viene de Verin Sedai? ¿Y cómo es que nunca mencionó su existencia? —La última pregunta no iba dirigida a Nynaeve o Elayne, sino a Siuan.