Выбрать главу

—¡Pero…! —barbotó impetuosamente Elayne, por el contrario. Aunque Sheriam la cortó antes de que pudiese añadir nada más.

—Reanudaréis vuestros estudios. Las dos sois muy fuertes con el Poder, pero no sois Aes Sedai todavía. —Aquellos verdes ojos se quedaron prendidos en ellas hasta que la mujer estuvo segura de que lo habían entendido bien, y entonces siguió hablando, ahora con un tono más afable, aunque todavía firme—. Habéis regresado con nosotras, y, si Salidar no es la Torre Blanca, para vosotras es como si lo fuera. Por lo que nos habéis contado en esta última hora, todavía queda mucho más por contar. —Nynaeve tuvo un sobresalto, pero los ojos de Sheriam volvieron de nuevo hacia el a’dam—. Lástima que no trajeseis a la seanchan con vosotras. Eso sí que es algo que deberíais haber hecho. —Por alguna razón, Elayne se puso muy colorada y, aparentemente, furiosa al mismo tiempo. En cuanto a ella, sólo sintió un gran alivio de que la mujer se refiriese sólo a la seanchan—. Empero, a unas Aceptadas no se les puede pedir cuentas por no pensar como Aes Sedai —prosiguió Sheriam—. Siuan y Leane tendrán muchas preguntas que haceros. Cooperaréis con ellas y responderéis del mejor modo que sepáis. Confío en que no habré de recordaros que no penséis aprovecharos de su actual condición. Algunas Aceptadas, y hasta algunas novicias, se creyeron en el derecho de juzgar quién era responsable de los acontecimientos, e incluso tomarse la justicia por su mano. —Su suave tono se tornó acerado—. Esas jóvenes están lamentando profundamente su equivocación. ¿Es menester que lo aclare más?

Nynaeve anduvo aun más presta que Elayne en asegurar que no era preciso, lo que es tanto como decir que casi balbucieron en su prisa por responder. Nynaeve no había pensado responsabilizar a nadie de lo ocurrido —a su modo de ver, la culpa habría que echársela a todas las Aes Sedai— pero no quería que Sheriam se enfadase con ella. Cuando fue plenamente consciente de lo que significaba esta última idea, sintió una gran amargura; ciertamente, los días de libertad habían acabado.

—Bien. Ahora podéis coger las joyas que la Panarch os dio y la flecha, un regalo que quiero que me expliquéis cuando haya tiempo, y marcharos. Una de las otras Aceptadas os encontrará un sitio para que durmáis. Lo de conseguir vestidos apropiados ya no es tarea tan fácil, pero se encontrarán. Confío en que dejaréis atrás vuestras… aventuras y ocuparéis de nuevo el lugar que os corresponde sin sobresaltos. —Aunque sin expresarlo con palabras, era obvia la promesa de que si no ocurría así los castigos les lloverían hasta hacerlas entrar en razón. Sheriam asintió, satisfecha, cuando vio que lo entendían bien.

Beonin no había pronunciado una palabra desde que habían quitado la pantalla aislante de saidar; pero, cuando Nynaeve y Elayne hacían la oportuna reverencia antes de salir, la hermana Gris se puso de pie y fue hacia la mesa donde estaban expuestas las cosas que habían llevado consigo.

—¿Y qué pasa con esto? —demandó con su fuerte acento tarabonés mientras retiraba con brusquedad el paño blanco que cubría el sello de la prisión del Oscuro. Para variar, sus grandes ojos de color azul traslucían más ira que sobresalto—. ¿Es que no va a haber más preguntas sobre esto? ¿Acaso tenéis intención de pasarlo por alto, como si no existiera?

El disco negro y blanco, colocado junto a la bolsa de gamuza, estaba partido en una docena o más de trozos que se habían vuelto a encajar lo mejor posible.

—Estaba en una pieza cuando lo guardamos en la bolsa. —Nynaeve hizo una pausa para humedecer con saliva la reseca boca. Por mucho que antes había evitado mirar el paño que lo cubría, ahora era incapaz de apartar los ojos del sello. Leane había sonreído de oreja a oreja cuando vio el vestido rojo que envolvía la bolsa con el disco y comentó que… No, no iba a dar largas al asunto, ni siquiera para sus adentros—. ¿Por qué íbamos a tomar precauciones especiales? ¡Es cuendillar!

—No lo miramos ni lo tocamos más que lo estrictamente necesario —añadió Elayne con un hilo de voz—. La sensación que daba era de algo repugnante, perverso. —Ya no ocurría así. Carlinya les había hecho coger un trozo a cada una, exigiendo saber de qué sensación de maldad estaban hablando.

Habían explicado lo mismo una y otra vez, y tampoco ahora nadie les prestó atención. Sheriam se levantó y se dirigió hacia la mesa, junto a la Gris de cabello dorado.

—No pasamos nada por alto, Beonin. Hacer más preguntas a estas muchachas no servirá de nada. Nos han dicho todo lo que saben.

—Plantear preguntas nunca está de más —adujo Morvrin, pero había dejado de toquetear los ter’angreal para mirar el sello con tanta intensidad como todas. Sería cuendillar, lo que habían confirmado Beonin y ella tras examinarlo, pero había partido un trozo sólo con sus manos.

—¿Cuántos de los siete aguantarán intactos todavía? —preguntó quedamente Myrelle, como si hablase consigo misma—. ¿Cuánto tiempo falta para que el Oscuro se libere y tenga lugar la Última Batalla? —Todas las Aes Sedai hacían un poco de todo, según sus habilidades e inclinaciones, pero cada Ajah tenía su propia razón de ser. Las Verdes, que se autodenominaban el Ajah de las Batallas, se mantenían en forma para enfrentarse a los nuevos Señores del Espanto en la Última Batalla. En la voz de Myrelle se advertía un dejo casi de ansiedad.

—Tres —repuso Anaiya con voz temblorosa—. Todavía aguantan tres. Si es que no hay algo nuevo que ignoramos. Roguemos por que no sea así. Roguemos por que tres sean suficientes.

—Y roguemos por que esos tres sean más resistentes que éste —musitó Morvrin—. El cuendillar no puede romperse así, siendo cuendillar. Es imposible.

—Discutiremos sobre esto más adelante —dijo Sheriam—, después de ocuparnos de otros asuntos más urgentes sobre los que sí podemos hacer algo. —Cogió el paño a Beonin y cubrió de nuevo el sello roto—. Siuan, Leane, hemos tomado una decisión respecto a… —Se calló de repente mientras se volvía hacia Elayne y Nynaeve—. ¿No os dije que os marchaseis? —A despecho de su aparente calma exterior, la agitación que la sacudía por dentro se hizo patente por el hecho de haberse olvidado de su presencia.

—Con vuestro permiso, Aes Sedai —farfulló precipitadamente Nynaeve mientras hacía otra reverencia, y se escabulló hacia la puerta.

Sin mover un solo músculo, las Aes Sedai, así como Siuan y Leane, las siguieron con la mirada a las dos. Nynaeve sentía los ojos de las mujeres como si las empujaran. Elayne caminaba ni un ápice más despacio que ella, a pesar de que echó otra ojeada al a’dam.

Una vez que la antigua Zahorí hubo cerrado la puerta y pudo recostarse en la hoja de madera sin pintar, apretando contra los senos el cofre dorado, respiró a gusto por primera vez —o ésa era la impresión que tenía— desde que había entrado en el salón de la vieja posada. No quería pensar en el sello roto. Otro sello roto. No, no quería. Esas mujeres serían capaces de trasquilar una oveja con sus ojos. Casi deseaba ser testigo de su primer encuentro con las Sabias; si es que no se encontraba justo en medio. No había sido precisamente fácil la primera vez que fue a la Torre, aprendiendo a hacer lo que le mandaban otras, a agachar la cabeza. Después de tantos meses de ser ella la que daba órdenes —bueno, después de consultar con Elayne… casi siempre—, no sabía cómo iba a volver a lo de antes.

El salón, con el techo de yeso desconchado y los hogares de piedra a punto de venirse abajo, seguía siendo la misma colmena atareada que cuando había entrado en él por primera vez. Ahora nadie le dedicó más que una mirada de soslayo, y ella les prestó aun menos atención. Un nutrido grupo de personas las aguardaba a Elayne y a ella.