Выбрать главу

Thom y Juilin, sentados en un banco apoyado contra la pared de yeso, sostenían una conversación, muy juntas las cabezas, con Ino, que estaba en cuclillas delante de ellos, la empuñadura de la larga espada asomando por encima de su hombro. Areina y Nicola, que lo observaban todo con pasmo aunque procuraban disimularlo, ocupaban otro banco con Marigan, que miraba cómo Birgitte intentaba distraer a Jaril y Seve haciendo torpes juegos malabares con tres de las bolas de madera pintadas de colores de Thom. Arrodillada detrás de los críos, Min les hacía cosquillas y les hablaba al oído, pero los niños no hacían otra cosa que agarrarse el uno al otro y mirar en silencio, con aquellos ojos demasiado abiertos.

Sólo otras dos personas en toda la sala estaban aparentemente ociosas. Dos de los tres Guardianes de Myrelle se apoyaban contra la pared, conversando, unos cuantos pasos más allá de los bancos, justo en el lado donde estaba la puerta trasera que conducía al pasillo de la cocina: Croi Makin, un joven andoreño de cabello rubio, agraciado perfil y con la dura esbeltez de una esquirla de roca; y Avar Hachami, de nariz aguileña y mandíbula cuadrada, con un espeso bigote surcado de canas que parecía un par de cuernos curvados hacia abajo. Nadie habría considerado guapo a Hachami ni siquiera antes de que la mirada de sus oscuros ojos le hubiera hecho tragar saliva. Ninguno de los dos miraba a Ino o a Thom o a cualquiera de los otros, naturalmente. Sólo era una casualidad que únicamente ellos dos entre tanta gente ocupada no tuviesen nada que hacer y que hubiesen escogido precisamente ese sitio para holgar, por supuesto.

Birgitte dejó caer una de las bolas cuando vio a Nynaeve y a Elayne.

—¿Qué les dijisteis? —preguntó en voz queda, sin apenas echar una fugaz ojeada a la flecha de plata que Elayne llevaba en la mano. La aljaba colgaba de su cinturón, pero el arco estaba recostado contra la pared.

Nynaeve se acercó más, aunque puso un gran empeño en no mirar hacia Makin y Hachami. Y con igual cuidado bajó el tono de voz y fue parca en darle énfasis:

—Les dijimos todo lo que querían saber.

—Están enteradas de que eres una buena amiga que nos ha ayudado —añadió Elayne mientras posaba la mano en el brazo de Birgitte—. Eres bienvenida y puedes quedarte aquí, al igual que Areina, Nicola y Marigan.

Sólo cuando se disipó parte de la tensión de la arquera, comprendió Nynaeve cuánta había habido en el salón y el grupo. Birgitte recogió la bola amarilla que se le había caído y le lanzó suavemente todas a Thom, quien las atrapó con una sola mano y las hizo desparecer en un abrir y cerrar de ojos. La mujer rubia esbozaba una débil sonrisa de alivio.

—No sé cómo expresaros lo contenta que estoy de veros a las dos —dijo Min, por cuarta o quinta vez como mínimo. Tenía el pelo más largo, aunque seguía pareciendo un gorro oscuro, y había en ella algo diferente si bien Nynaeve no acababa de dar con ello. Cosa sorprendente, unas flores recién bordadas recorrían las solapas de su chaqueta; siempre había llevado ropas lisas y muy sencillas—. Un rostro amigo es poco corriente aquí. —Sus ojos se desviaron un fugaz instante hacia los Guardianes—. Tenemos que encontrar un sitio donde ponernos cómodas y mantener una larga charla. Estoy impaciente por saber en qué habéis estado metidas desde que os marchasteis de Tar Valon.

Y también contarles en lo que había estado metida ella, si Nynaeve no se equivocaba en su suposición.

—También a mí me encantaría hablar contigo —repuso Elayne, muy seria. Min la miró y después suspiró y asintió con la cabeza, aunque no tan deseosa como un momento antes.

Thom, Juilin e Ino se plantaron detrás de Birgitte y Min; sus rostros traslucían aquella expresión que adoptaban los hombres cuando se proponían decir cosas que pensaban que no le gustaría oír a una mujer. Antes de que tuviesen ocasión de abrir la boca, sin embargo, una mujer de cabello rizoso, vestida con las ropas de Aceptada, se abrió paso sin contemplaciones entre Juilin e Ino, les asestó una mirada severa, y se plantó delante de Nynaeve.

El vestido de Faolain, con las siete bandas de colores en el dobladillo, una por cada Ajah, no estaba tan blanco como debería; la expresión severa de su rostro se había acentuado por un gesto ceñudo.

—Me sorprende verte aquí, espontánea. Creí que habías regresado corriendo a tu pueblo. Y que nuestra buena heredera del trono había vuelto con su madre.

—Y tú, Faolain, ¿sigues con tu afición de agriar la leche por gusto? —inquirió Elayne.

Nynaeve mantuvo el gesto apacible. A duras penas. Dos veces en la Torre a Faolain le habían asignado la tarea de enseñarle algo; para ponerla en su sitio, en su opinión. Aun en el caso de que tanto la maestra como la pupila fueran Aceptadas, la primera ostentaba el rango de Aes Sedai mientras durase la lección, y Faolain aprovechó esta circunstancia al máximo. La mujer de cabello rizoso había pasado ocho años como novicia y otros cinco más como Aceptada, y no le hacía ninguna gracia que Nynaeve no hubiese sido novicia en ningún momento ni que Elayne hubiese llevado el vestido completamente blanco durante menos de un año. Dos lecciones de Faolain y dos visitas de Nynaeve al estudio de Sheriam por obstinación, mal genio y una lista tan larga como su brazo.

—Me he enterado de que Siuan y Leane han recibido un trato muy desagradable por parte de alguien —dijo Nynaeve, manteniendo un tono ligero—. Creo que Sheriam tiene intención de dar un castigo ejemplar a esa persona para que no se repita nunca algo parecido. —Su mirada sostuvo la de la otra mujer sin vacilación, y los ojos de Faolain se abrieron en un gesto de alarma.

—No he hecho nada desde que Sheriam… —La Aceptada cerró la boca de golpe y su rostro enrojeció violentamente. Min se tapó la boca con la mano, y Faolain giró rápidamente la cabeza para observar a las otras mujeres, desde Birgitte hasta Marigan. Hizo un brusco ademán a Nicola y a Areina—. Supongo que vosotras dos serviréis. Venid conmigo. Ahora, no os hagáis las remolonas.

Las dos mujeres se pusieron de pie lentamente, Areina con expresión desconfiada y Nicola toqueteando nerviosamente la cintura de su vestido. Adelantándose a Nynaeve, Elayne se interpuso entre ellas y Faolain, con la barbilla levantada y una imperiosa mirada en sus azules ojos.

—¿Para qué las necesitas?

—Obedezco las órdenes de Sheriam Sedai —respondió Faolain—. En mi opinión son demasiado mayores para someterse a las pruebas por primera vez, pero hago lo que me mandan. Con cada grupo de lord Bryne que recluta hombres va una hermana y hace pruebas a mujeres incluso tan mayores como Nynaeve. —Su repentina sonrisa podría haberla esbozado una víbora—. ¿Es que habré de informar a Sheriam Sedai que lo desapruebas, Elayne? ¿Tengo que decirle que no permites que a tus criadas se las examine?

La barbilla de Elayne bajó un poco durante esta parrafada, pero por supuesto no podía ceder, simplemente. Necesitaba que alguien hiciese una maniobra de distracción. Nynaeve tocó a Faolain en el hombro.

—¿Han encontrado muchas? —preguntó.

A despecho de sí misma, la mujer giró la cabeza y, cuando volvió a mirar al frente, Elayne ya estaba tranquilizando a Areina y a Nicola, explicándoles que nadie les haría daño ni las obligaría a nada. Nynaeve no habría puesto la mano en el fuego por esto último. Cuando las Aes Sedai encontraban a alguien con el don innato, como Elayne o Egwene, alguien que finalmente encauzaría ni que quisiera ni que no, no se andaban con reparos para someterla al entrenamiento ya fuera de buen grado o a la fuerza. Parecían más indulgentes con aquellas que podían hacerlo tras un aprendizaje, pero que jamás tocarían el saidar sin enseñanza; y también con las espontáneas, aquellas —una de cada cuatro— que habían sobrevivido pese a aprender por sí mismas, por lo general sin saber lo que habían hecho, con lo que a menudo se provocaban una especie de bloqueo que impedía el acceso al Poder, como era el caso de Nynaeve. En teoría, podían elegir entre ir a la Torre para instruirse o quedarse. Nynaeve había escogido lo primero, pero sospechaba que si hubiese hecho lo contrario habría tenido que ir de todas formas, puede que incluso atada de pies y manos de ser menester. Cualquier mujer que tuviera la más ligera posibilidad de unirse a las Aes Sedai tenía tantas posibilidades de elegir como las de un cordero en una festividad.