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—Tres —contestó Faolain al cabo de un momento—. Tanto esfuerzo para encontrar tres. Una de ellas, espontánea. —Realmente no le gustaban las espontáneas—. No entiendo por qué están tan ansiosas por encontrar novicias. No podrán ascender al rango de Aceptadas hasta que hayamos recuperado la Torre. Y todo es culpa de Siuan Sanche y de Leane. —Un tic nervioso le contrajo un músculo de la cara, como si comprendiera que este comentario podía entenderse como acoso a las antiguas Amyrlin y Guardiana. Agarró a Areina y a Nicola de un brazo—. Vamos. Cumplo órdenes y si hay que haceros las pruebas se os harán, ni que perdamos tiempo ni que no.

—Qué mujer tan desagradable —murmuró Min siguiendo con la mirada a la Aceptada, que sacaba a las dos mujeres de la sala casi a empujones—. Si hubiese justicia en el mundo, el futuro que le aguarda debería ser poco grato.

A Nynaeve le habría gustado preguntar a Min qué visión había tenido de la mujer de cabello rizoso —había cientos de preguntas que deseaba hacerle— pero Thom y los otros dos hombres se plantaron firmemente delante de ella y de Elayne, Juilin e Ino a uno y otro lado, de modo que entre los tres tenían una visión completa de la sala. Birgitte condujo a Jaril y a Seve junto a su madre, quedándose fuera del asunto. Min también sabía lo que se proponían los hombres a juzgar por la mirada triste que les dedicó; pareció a punto de decir algo, pero al final se encogió de hombros y se reunió con Birgitte.

Por la expresión en el rostro de Thom, el juglar podía estar a punto de hacer un comentario sobre el tiempo o preguntar qué había de comida; nada importante.

—Este sitio está lleno de peligrosos necios y soñadores. Creen que pueden deponer a Elaida. Ése es el motivo de que Gareth Bryne se encuentre aquí, para reunir un ejército.

La sonrisa de Juilin le llegó de oreja a oreja.

—Nada de necios. Mujeres y hombres chiflados. No me importa si Elaida ya estaba allí el día en que Logain nació. Están locos si creen que pueden derrocar desde aquí a una Amyrlin instalada en la Torre Blanca. Podríamos llegar a Cairhien en un mes, tal vez.

—Ragan y unos cuantos de los otros ya les han echado el ojo a los caballos que se pueden coger prestados. —También Ino sonreía; el gesto resultaba incongruente con el furibundo ojo rojo del parche—. Los guardias están apostados para detectar a los que llegan, no a los que salen. Podemos despistarlos en el bosque. Pronto se hará de noche y nunca nos encontrarán. —El que las mujeres se pusieran sus anillos de la Gran Serpiente al pisar la orilla del río había hecho milagros con su lenguaje. Aunque al parecer recuperaba de inmediato su habitual estilo cuando pensaba que no lo oían.

Nynaeve miró a Elayne, que sacudió levemente la cabeza. La muchacha aguantaría cualquier cosa con tal de llegar a Aes Sedai. ¿Y ella? Había pocas probabilidades de que pudiesen influir en estas Aes Sedai para que apoyaran a Rand si, por el contrario, habían decidido controlarlo. Más bien no había ninguna; más le valía ser realista. Y, sin embargo… Y sin embargo estaba la Curación. No aprendería nada en Cairhien, pero aquí… A menos de diez pasos de ella, Therva Maresis, una esbelta Amarilla de nariz larga, punteaba metódicamente una lista en un pergamino con su pluma. Un Guardián calvo y con negra barba se encontraba de pie cerca de la puerta, conversando con Nisao Dachen; la Aes Sedai no le llegaba al hombro aunque el hombre era de estatura normal. Por el contrario, Dagdara Finchey era tan corpulenta como cualquier hombre presente en la sala y más alta que la mayoría; departía con un grupo de novicias delante de una de las chimeneas apagadas, enviándolas con encargos a una tras otra. Nisao y Dagdara también eran del Ajah Amarillo, y se decía que Dagdara, cuyo cabello canoso apuntaba una edad muy avanzada en una Aes Sedai, sabía más sobre la Curación que cualesquiera otras dos hermanas Amarillas juntas. Sería distinto si yendo con Rand pudiese hacer algo útil por él; tal y como estaban las cosas, sólo vería cómo se volvía loco. Si hacía progresos con la Curación, a lo mejor encontraba un modo de detener esa demencia. Para su gusto, eran muchas las cosas que las Aes Sedai dejaban correr al considerarlas irremediables.

Todas aquellas ideas pasaron por su mente en el tiempo que empleó en mirar a Elayne y volverse de nuevo hacia los hombres.

—Nos quedamos aquí. Ino, si tú y los otros queréis reuniros con Rand, sois libres de hacerlo en lo que a mí respecta. Me temo que ya no tengo dinero para ayudaros.

El oro del que se habían apropiado las Aes Sedai hacía falta, como habían dicho, pero no podía evitar encogerse al pensar en las contadas monedas de plata que quedaban en su bolsillo. Estos hombres la habían seguido —y a Elayne, claro es— por motivos más o menos equivocados, pero eso no la eximía de su responsabilidad hacia ellos. Su lealtad era para Rand, y no había razón para que entraran en conflicto con la Torre Blanca. Echó una ojeada al cofre dorado, y añadió de mala gana:

—Pero tengo algunas joyas que podéis vender durante el viaje.

—Tú también debes irte, Thom —dijo Elayne—. Y tú, Juilin. No tiene sentido que os quedéis aquí. Nosotras ya no os necesitamos, pero Rand sí. —Trató de soltar en las manos de Thom su cofrecillo de joyas, pero el juglar rehusó cogerlo.

Los tres hombres intercambiaron miradas, siguiendo su irritante costumbre, e Ino llegó incluso a poner en blanco su único ojo. A Nynaeve le pareció que Juilin murmuraba algo entre dientes sobre que ya les había advertido que eran unas cabezotas.

—Quizá dentro de unos días —contestó Thom.

—Sí, dentro de unos días —ratificó Juilin.

—No me vendría mal un corto descanso si es que voy a tener que huir de unos Guardianes la mitad del camino hasta Cairhien —convino Ino mientras asentía.

Nynaeve les asestó la mirada más fría de su repertorio y se dio un deliberado tirón de la trenza. Elayne tenía la barbilla más levantada que nunca, y en sus azules ojos había bastante altivez para partir hielo. A esas alturas, Thom y los otros debían conocerlas lo suficiente para saber lo que significaban tales señales: no les iban a consentir sus tonterías.

—Si pensáis que todavía cumplís las órdenes de Rand al’Thor de que nos cuidéis… —empezó Elayne en un tono gélido.

—Prometisteis hacer lo que se os mandase —dijo al mismo tiempo Nynaeve—, y estoy dispuesta a…

—No es nada de eso —las interrumpió Thom mientras retiraba uno de los mechones rubios del rostro de Elayne con su nudoso índice—. En absoluto. ¿Es que un hombre viejo y tullido no tiene derecho a disfrutar de un pequeño descanso?

—A decir verdad —intervino Juilin—, sólo me quedo porque Thom me debe dinero. Se me dan bien los dados.

—¿Acaso esperáis que les robemos veinte caballos a los Guardianes como si fuera coser y cantar? —gruñó Ino. Por lo visto había olvidado que acababa de sugerir hacer eso exactamente.

Elayne los miraba de hito en hito, demasiado pasmada para hablar, e incluso Nynaeve no sabía qué decir. A lo que habían llegado. Ni siquiera eran capaces de ponerlos nerviosos. El problema era que dentro de sí había sentimientos enfrentados. Había decidido que se marcharan, y no porque no quisiera que estuvieran por allí viéndola hacer reverencias y fregando suelos. En absoluto. Empero, con la situación en Salidar tan distinta de lo que había esperado, tenía que admitir, por mucho que le costara, que resultaría… reconfortante saber que Elayne y ella contaban con alguien más aparte de Birgitte. Y no es que pensara aceptar la oferta de escapar, naturalmente —si es que podía llamarse así—, en ninguna circunstancia. Sólo que la presencia de los hombres sería… reconfortante. Aunque ciertamente no se lo daría a entender a ellos. Bueno, no llegarían a descubrirlo puesto que iban a marcharse, pensaran lo que pensaran. A Rand sí le vendría bien su ayuda, mientras que aquí lo único que harían sería estorbar. Sin embargo…