Выбрать главу

Aun estando sumergido en el vacío, Rand dio un respingo; por un instante el Poder pareció a punto de arrollarlo y hasta el propio vacío se estremeció.

—¿Es una copia? ¿Una falsificación?

—Lo encontré aquí abajo, en la plaza —informó Moraine—. Pero es un original. El que traje conmigo de Tear es igual. —Habló como si estuviera comentando que quería crema de guisantes para comer.

Por su parte, Egwene se arrebujó en el chal como si tuviera frío. Rand notó el miedo tratando de alcanzarlo a través del vacío. Le costó un arduo esfuerzo cortar el contacto con el saidin, pero se obligó a hacerlo. Si perdía la concentración, el Poder lo destruiría allí mismo, y ahora quería poner toda su atención en el asunto que tenían entre manos. A pesar de todo, a pesar de la infección, fue una dura renuncia.

Miró la esquirla caída sobre la mesa sin dar crédito a sus ojos. Los discos estaban hechos con cuendillar, la piedra del corazón, y nada hecho con ella podía romperse, ni siquiera con el Poder Único. Cualquier fuerza utilizada contra ella sólo la volvía más resistente. El proceso para hacer la piedra del corazón se había perdido con el Desmembramiento del Mundo, pero todo cuanto se había fabricado con ella durante la Era de Leyenda todavía existía, hasta el jarrón más frágil, aunque el propio Desmembramiento lo hubiera hundido en el fondo del océano o enterrado bajo una montaña. Claro que ya se habían roto tres de los siete discos, pero había hecho falta algo más que la punta de una daga.

Aunque, pensándolo bien, no sabía exactamente cómo se habían roto aquellos tres discos. Si ninguna fuerza menor que el propio Creador podía romper el cuendillar, entonces ¿cuál era la causa?

—¿Cómo? —preguntó, sorprendido de que su voz siguiera sonando tan impasible como cuando lo envolvía el vacío.

—Lo ignoro —contestó Moraine, en apariencia con tanta calma como él—. Sin embargo, ¿comprendes el problema? Esto se rompería con caerse de la mesa. Si los demás, dondequiera que estén, se encuentran en el mismo estado, cuatro hombres con martillos serían capaces de abrir de nuevo ese agujero en la prisión del Oscuro. Además, ¿quién sabe hasta qué punto son efectivos en estas condiciones?

Sí, Rand se daba cuenta. «Aún no estoy preparado». Ni siquiera sabía si llegaría a estarlo en algún momento, pero ahora, desde luego, no lo estaba. El aspecto de Egwene era como si estuviera contemplando su propia tumba abierta. Moraine envolvió de nuevo el disco y lo guardó en el bolsillo.

—Quizá se me ocurra alguna posibilidad antes de que lleve esto a Tar Valon. Si descubrimos el porqué, tal vez estemos en condiciones de hacer algo al respecto.

Rand imaginó al Oscuro alargando de nuevo sus manos desde Shayol Ghul, logrando por fin liberarse completamente; el fuego y la oscuridad cubrieron el mundo en su mente, llamas que consumían pero no daban luz, tinieblas sólidas como piedra estrujando el aire. Con aquella imagen llenando su cerebro, tardó unos segundos en asimilar lo último que había dicho Moraine.

—¿Tienes intención de ir en persona? —Creía que la Aes Sedai pensaba pegarse a él como el musgo a la piedra. «¿Y no es precisamente eso lo que quieres, que te deje en paz?»

—Finalmente tendré que… dejarte, después de todo —repuso Moraine en voz queda—. Lo que haya de ser, será. —Rand creyó verla estremecerse, pero, tan fugazmente, que bien podría haber pasado por ser producto de su imaginación, y al cabo de un instante la mujer había recuperado la compostura, el dominio de sí misma—. Tienes que estar preparado. —A Rand no le sentó bien este recordatorio de sus propias dudas—. Deberíamos discutir tus planes. No puedes quedarte aquí parado mucho más tiempo. Aun en el caso de que los Renegados no se hayan planteado atacarte, están ahí fuera, extendiendo su poder. Reunir a los Aiel no te servirá de mucho si te encuentras con que tienen bajo su dominio todo cuanto hay al otro lado de la Columna Vertebral del Mundo.

Soltando una queda risita, Rand se recostó contra la mesa. Así que sólo se trataba de otra estratagema; si tan nervioso lo ponía su marcha, quizá debería mostrarse más inclinado a escuchar sus consejos, más dócil a dejarse guiar. Naturalmente, Moraine no podía mentir, no directamente. Uno de los tan cacareados Tres Juramentos se ocupaba de ello: no decir nada que no fuera cierto. Rand había descubierto que eso dejaba un amplio margen para maniobrar. Al fin tendría que dejarlo solo. Después de que estuviera muerto, sin duda.

—Así que quieres discutir sobre mis planes —dijo, cortante. Sacó una pipa de caña corta y una bolsa de tabaco del bolsillo de la chaqueta, llenó la cazoleta, apretó el tabaco con el pulgar, y tocó fugazmente el saidin para encauzar una llamita que titiló sobre la pipa—. ¿Por qué? Son míos. —Chupó lentamente mientras esperaba, pasando por alto la mirada feroz de Egwene.

La expresión de la Aes Sedai no se alteró, pero sus grandes y oscuros ojos parecieron arder.

—¿Qué hiciste cuando te negaste a dejarte guiar por mí? —Su voz era tan fría como sus rasgos, pero las palabras parecieron salir de su boca como trallazos—. Allí por donde has pasado, has dejado tras de ti muerte, destrucción y guerra.

—En Tear no —replicó con excesiva premura. Y demasiado a la defensiva. No debía dejarla que lo alterara. Se puso a dar largas chupadas a la pipa, con deliberada lentitud.

—No —convino ella—, en Tear no. Por una vez tuviste una nación respaldándote, un pueblo, ¿y qué hiciste con ellos? Implantar justicia en Tear era loable. Establecer el orden en Cairhien, alimentar a los hambrientos, es digno de encomio. En otro momento te habría elogiado por ello. —Ella era cairhienina—. Pero eso no te ayuda para el día que has de afrontar el Tarmon Gai’don. —Una mujer de ideas fijas, fría en cuanto atañía a todo lo demás, incluso su propio país. Mas ¿no debería ser él igual, tener un único propósito?

—¿Y qué habrías querido que hiciera? ¿Rastrear y dar caza a los Renegados, uno por uno? —De nuevo se obligó a chupar lentamente la pipa; fue un arduo esfuerzo—. ¿Sabes siquiera dónde están? Oh, sí, Sammael se encuentra en Illian, ambos estamos informados de ello, pero ¿y los demás? ¿Y si voy por Sammael como querías y me encuentro con dos, tres o cuatro de ellos?, ¿o con todos?

—Podrías haberte enfrentado a tres o a cuatro, puede que a los nueve que sobreviven, si no te hubieras dejado a Callandor en Tear —adujo con un timbre gélido—. La verdad es que estás huyendo. En realidad no tienes ningún plan, ninguno que te prepare para la Última Batalla. Corres de un sitio a otro con la esperanza de que de algún modo todo se resuelva por sí mismo. Esperando, porque no sabes qué otra cosa hacer. Si aceptaras mi consejo, al menos…

Él la hizo callar con un brusco ademán, sin importarle ni poco ni mucho las miradas furibundas que le asestaban las dos mujeres.

—Tengo un plan. —Si tanto interés tenían, que lo supieran, y así la Luz lo abrasara si cambiaba ni un punto ni una coma—. En primer lugar, tengo intención de acabar con las guerras y con las matanzas, las haya empezado yo o no. Si los hombres tienen que matar, que maten trollocs, no los unos a los otros. En la Guerra de Aiel cuatro clanes cruzaron la Pared del Dragón e impusieron su voluntad durante dos largos años. Saquearon y arrasaron Cairhien, derrotando a todos los ejércitos que lanzaron contra ellos. Podrían haber tomado Tar Valon si hubiesen querido. La Torre no habría podido pararlos entonces a causa de vuestros Tres Juramentos. —No utilizar el Poder como arma excepto contra los Engendros de la Sombra o Amigos Siniestros o en defensa de sus propias vidas era otro de los Juramentos, y los Aiel no habían amenazado a la propia Torre. La cólera se había apoderado de él ahora. Así que huyendo y esperando ¿no?—. Y eso lo consiguieron entre cuatro clanes. ¿Qué ocurrirá cuando conduzca a once a través de la Columna Vertebral del Mundo? —Tenían que ser sólo once; contar con los Shaido quedaba descartado—. Para cuando a las naciones se les ocurra la idea de unirse, ya será demasiado tarde. Aceptarán mi paz o seré enterrado en Can Breat.