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—Tened cuidado mañana —dijo Moraine.

Egwene se detuvo delante de la puerta de su dormitorio.

—Pues claro que lo tendremos. —Tenía el estómago dándole brincos, pero mantuvo un tono tranquilo—. Sabemos lo peligroso que será enfrentarse a uno de los Renegados.

Por la expresión de Aviendha habríase dicho que estaban hablando de lo que había de cena. Claro que ella nunca tenía miedo de nada.

—Así que lo sabéis —murmuró la Aes Sedai—. De todos modos, tened cuidado, tanto si creéis que uno de los Renegados anda cerca como si no. Rand os necesitará a las dos en los próximos días. Sabéis cómo controlar su genio, aunque he de admitir que vuestros métodos son muy peculiares. Necesitará personas que no se aparten de él ni se amilanen por sus estallidos de furia, que le digan lo que debe oír en lugar de lo que creen que quiere oír.

—Eso ya lo hacéis vos, Moraine —respondió Egwene.

—Desde luego. Pero aun así seguirá necesitándoos. Descansad bien. Mañana será un día… difícil para todos nosotros. —Se alejó corredor abajo, pasando de manera alternativa por zonas iluminadas por lámparas y por otras en penumbra. La noche iba adueñándose ya de estos corredores sombríos, y el aceite era un bien escaso.

—¿Quieres quedarte un rato conmigo, Aviendha? —preguntó Egwene—. Me apetece más charlar que comer.

—He de informar a Amys de lo que me he comprometido a hacer mañana. Y tengo que estar en el dormitorio de Rand al’Thor cuando llegue él.

—Elayne no podrá quejarse de que no has vigilado a Rand estrechamente. ¿De verdad arrastraste de los pelos a lady Berewin por el corredor?

—¿Crees que esas Aes Sedai de… Salidar lo ayudarán? —preguntó a su vez en lugar de contestar. Un leve rubor le teñía las mejillas.

—Ten cuidado con ese nombre, Aviendha. No podemos permitir que Rand se encuentre con ellas sin preparación. —Tal y como estaba Rand ahora, lo que seguramente harían sería amansarlo o, al menos, enviar a trece hermanas de las suyas en vez de ayudarlo. Tendría que hacer de mediadora entre ellos, junto con Nynaeve y Elayne, desde el Tel’aran’rhiod y confiar en que esas Aes Sedai se hubiesen comprometido demasiado para echarse atrás cuando descubriesen cuán al borde de la locura estaba Rand.

—Lo tendré. Que descanses bien. Y come algo esta noche, pero mañana por la mañana no pruebes bocado. No conviene danzar las lanzas con el estómago lleno.

Egwene la siguió con la mirada mientras se alejaba pasillo adelante y después se apretó el estómago con las manos. Dudaba que fuera capaz de comer nada ni esa noche ni al día siguiente. Rahvin. Y tal vez Lanfear o alguno de los otros. Nynaeve se había enfrentado a Moghedien y la había derrotado, pero Nynaeve era más fuerte que ella y que Aviendha cuando era capaz de encauzar. A lo mejor no había ningún otro. Rand afirmaba que los Renegados no se fiaban los unos de los otros. Casi deseó que se equivocara o al menos que no estuviese tan seguro. Era aterrador cuando le daba la impresión de que veía a otro hombre al mirarlo a los ojos, que oía salir de sus labios las palabras de otro hombre. No tendría que sentirse así; todo el mundo renacía a medida que la Rueda giraba. Pero no todo el mundo era el Dragón Renacido. Moraine no quería hablar de ello. ¿Qué haría Rand si Lanfear se encontraba allí? Lanfear había amado a Lews Therin Telamon, pero ¿qué había sentido por ella el Dragón? ¿Cuánto de Rand seguía siendo Rand?

—Acabarás hecha un lío si sigues por ese camino —se increpó con firmeza—. No eres una chiquilla, así que actúa como una mujer.

Cuando una sirvienta le llevó para cenar judías tiernas, patatas y pan recién horneado, se obligó a comer. Le supo a ceniza.

Mat caminó por los pasillos pobremente iluminados del palacio hasta llegar a los aposentos que habían sido reservados para el joven héroe de la batalla contra los Shaido, y abrió la puerta violentamente. No había pasado allí mucho tiempo, más bien todo lo contrario. Algún criado había encendido dos de las lámparas de pie. ¡Héroe! ¡No era un héroe! ¿Qué provecho sacaba un héroe? Una Aes Sedai dándole palmaditas en la cabeza como a un perro antes de mandarlo fuera para que lo hiciese otra vez. Una noble dignándose concederle el favor de un beso o dejar una flor sobre su tumba. Paseó de una punta a otra de la antesala como una fiera enjaulada, por una vez sin calcular el precio de la florida alfombra illiana ni de las sillas y arcones y mesas doradas e incrustadas con marfil.

La acalorada entrevista con Rand se había prolongado hasta la puesta de sol, él evadiéndose, rehusando, y Rand acosándolo tan porfiadamente como Hawkwing tras la completa derrota en la cañada de Cole. ¿Qué podía hacer? Si huía otra vez, a buen seguro que Talmanes y Nalesean lo seguirían con todos los hombres que pudiesen montar a caballo, esperando que los condujera a otra batalla. Cosa que probablemente ocurriría, y eso era lo que realmente le helaba la sangre. Por mucho que odiaba admitirlo, la Aes Sedai tenía razón: o era atraído hacia el combate o era él quien atraía el combate hacia sí. Había intentado por todos los medios evitar un enfrentamiento en la otra orilla del Alguenya; incluso Talmanes había hecho un comentario al respecto. Hasta que la segunda vez que su sigilosa maniobra para esquivar un grupo andoreño los condujo directamente allí donde no había más opción que combatir contra otro. Y todas las veces pudo sentir los dados rodando en su cabeza; ahora era casi como un aviso de que iba a desatarse una batalla justo al remontar la próxima colina.

Siempre quedaba la solución de coger un barco; tenía que haber alguno en los muelles, junto a las gabarras de trigo. Difícilmente podía uno encontrarse metido en una batalla mientras se viajaba en un barco fluvial. Con la salvedad de que los andoreños dominaban una ribera del Alguenya a lo largo de la mitad de su curso o más, corriente abajo. Con la suerte que estaba teniendo, el barco acabaría embarrancado en la orilla occidental, con la mitad del ejército de Andor acampado allí.

Aquello sólo le dejaba la opción de hacer lo que Rand quería. Podía imaginarse la escena.

—Buen día tengáis, Gran Señor Weiramon, y todos los demás Grandes Señores y Señoras. ¡Soy un jugador, un granjero, y estoy aquí para ponerme al mando de vuestro jodido ejército! ¡El puñetero lord Dragón Renacido se reunirá con nosotros tan pronto como resuelva un maldito asuntillo de nada que tiene pendiente!

Cogió bruscamente la lanza de mango negro que estaba recostada en un rincón y la arrojó con todas sus fuerzas. El arma cruzó la habitación hasta la pared opuesta y chocó contra un tapiz —una escena de caza— y la pared de piedra que había detrás con un fuerte golpe metálico; después se deslizó hasta el suelo y cortó limpiamente en dos a los cazadores. Mascullando juramentos, Mat se apresuró a recogerla. La cuchilla de dos palmos no mostraba ni una mella, ni el menor desperfecto. Pues claro que no; estaba hecha por Aes Sedai. Pasó los dedos sobre los cuervos de la hoja.

—¿Alguna vez me libraré de todo lo relacionado con Aes Sedai?

—¿Qué ha sido ese ruido? —preguntó Melindhra desde la puerta.

Mat la miró mientras dejaba la lanza apoyada contra la pared y, por primera vez, no pensó en un cabello dorado como el trigo ni en unos ojos de color azul claro ni en un cuerpo firme. Por lo visto todos los Aiel iban al río antes o después para contemplar en silencio tanta cantidad de agua en un solo sitio, pero Melindhra iba allí a diario.

—¿Ha encontrado ya Kadere los barcos?

El vendedor ambulante se negaba a ir a Tar Valon en unas barcazas de grano.

—Las carretas del buhonero siguen allí. No he oído nada acerca de… barcos. —La mujer pronunció torpemente la palabra que le era extraña—. ¿Por qué quieres saberlo?