Una nota desafinada se alzó en el arpa, y Natael se inclinó sobre el instrumento mientras sacudía la cabeza. Al cabo de un instante la armoniosa melodía sonó de nuevo.
—Un melón pasado no se hincharía lo bastante para confundirse con tu cabeza —masculló Egwene, cruzándose de brazos—. ¡Y una piedra no sería más obstinada! Moraine sólo intenta ayudarte. ¿Por qué eres tan ciego?
La Aes Sedai se alisaba los pliegues de la falda de seda a pesar de que no era necesario.
—Llevar a los Aiel a través de la Pared del Dragón tal vez sea el mayor error que podrías cometer. —En su voz había un timbre de rabia y frustración. Por lo menos Rand estaba dejándole muy claro que no era la marioneta de nadie—. A estas alturas, la Sede Amyrlin estará poniéndose en contacto con los dirigentes de todas las naciones que todavía tengan quienes las dirijan, exponiendo las pruebas de que eres el Dragón Renacido. Conocen las Profecías; saben para lo que has nacido. Una vez que se hayan convencido de quién y qué eres, te aceptarán porque tienen que hacerlo. La Última Batalla se aproxima, y tú eres su única esperanza, la única esperanza de la humanidad.
Rand estalló en carcajadas. Era una risa amarga. Sujetando la pipa entre los dientes, se aupó a la mesa y se sentó cruzado de piernas, mirándolas.
—Así que tú y Siuan Sanche todavía creéis que sabéis cuanto hay que saber. —Así lo quisiera la Luz, no sabían, ni de cerca, todo sobre él y jamás lo descubrirían—. Sois unas necias las dos.
—¡Muestra más respeto! —gruñó Egwene, pero Rand al’Thor pasó por alto su protesta.
—Los Grandes Señores tearianos conocían las Profecías también, y me reconocieron una vez que vieron a Callandor aferrada en mi mano. La mitad de ellos esperaban que les proporcionara poder o gloria o ambas cosas. La otra mitad estaba dispuesta a clavarme un cuchillo en la espalda en cuanto se le presentara la ocasión e intentar olvidar que el Dragón Renacido había pisado Tear alguna vez. Así es como las naciones recibirán al Dragón Renacido. A menos que antes las someta, como hice con Tear. ¿Sabes por qué deje a Callandor? Para que no se olvidaran de mí. Saben que está allí, hincada en el Corazón de la Ciudadela, y saben que regresaré por ella. Eso es lo que los mantiene sujetos a mí. —Aquélla era una de las razones de que hubiera dejado La Espada que no es una Espada. No quería pensar siquiera en la otra.
—Ten mucho cuidado —dijo Moraine al cabo de un momento. Sólo eso, y con una voz que rebosaba una fría calma. Rand captó una seria amenaza en sus palabras. Una vez la había oído decir con el mismo tono que antes lo vería muerto que permitir que la Sombra se apoderara de él. Una mujer dura.
Lo estuvo observando fijamente unos instantes, sus oscuros ojos cual estanques profundos que amenazaban con engullirlo. Después hizo una impecable reverencia.
—Con tu permiso, mi señor Dragón, iré a informar a maese Kadere del lugar donde quiero que trabajen mañana.
Nadie habría visto o advertido la más leve burla en su gesto o sus palabras, pero Rand lo percibió. Recurría a cualquier cosa que sirviera para alterarlo, para hacerlo más sumiso por el sentido de la culpabilidad, la vergüenza, la incertidumbre o lo que fuera. Lo intentaría todo. La siguió con la mirada hasta que la cortina de cuentas se cerró, tintineando, tras ella.
—No tienes por qué fruncir el ceño así, Rand al’Thor. —Egwene hablaba despacio; sus ojos estaban iracundos y sujetaba el chal como si deseara estrangularlo con él—. ¡Menudo lord Dragón estás hecho! Seas lo que seas, en el fondo no eres más que un palurdo grosero y sin modales. ¡No creo que te matara el esfuerzo de mostrar un poco de educación! Te merecerías más de lo que ya has recibido.
—Así que fuiste tú —espetó, pero, para su sorpresa, la joven empezó a sacudir la cabeza negando antes de contenerse. De modo que había sido Moraine, después de todo. Si la Aes Sedai estaba dando rienda suelta a semejante genio, algo debía de estar llevándola al límite de su paciencia. Él, sin duda. Quizá debería disculparse. «Supongo que ser educado no me perjudicaría». Aunque no alcanzaba a entender por qué tenía que ser cortés con la Aes Sedai mientras que ella intentaba llevarlo sujeto por una correa.
Empero, si él se estaba planteando ser amable, no era el caso de Egwene. Si las ascuas ardientes hubieran sido marrón oscuro, no se habrían diferenciado en nada de sus ojos.
—Eres un necio con paja en la cabeza en vez de cerebro, Rand al’Thor, y jamás debí decirle a Elayne que eras lo bastante bueno para ella. ¡Ni siquiera eres bueno para una comadreja! No tengas tantos humos, porque todavía te recuerdo pasándolas moradas para salir de alguna situación apurada en la que te había metido Mat. Aún recuerdo a Nynaeve azotándote hasta que chillabas como un cochino y que después necesitabas un cojín para poder sentarte el resto del día. Tampoco hace tantos años de eso. Habré de decirle a Elayne que te olvide. Si supiera en lo que te has convertido…
Rand se quedó mirándola, boquiabierto, mientras ella soltaba la parrafada, más furiosa de lo que había estado en ningún momento desde que había entrado por la puerta. Entonces lo comprendió. Todo venía por la leve sacudida de cabeza que no había tenido intención de hacer, con la que había descubierto que había sido Moraine quien lo había golpeado con el Poder. Egwene se esforzaba al máximo para realizar de manera apropiada lo que quiera que se trajera entre manos. Al estudiar con la Sabias, vestía ropas Aiel; conociéndola como la conocía, tal vez hasta estaba intentando adoptar costumbres Aiel. Pero siempre se esforzaba al máximo para ser una Aes Sedai adecuada, aun cuando sólo fuera una Aceptada. Por lo general, las Aes Sedai mantenían controlado el genio, pero nunca jamás demostraban algo que quisieran ocultar.
«Ilyena jamás descargó su mal genio conmigo cuando estaba furiosa consigo misma. Las veces que mostraba su lado mordaz era porque…» Su mente se quedó paralizada momentáneamente. Él nunca había conocido a una mujer llamada Ilyena. Sin embargo, evocaba un rostro con ese nombre, una imagen borrosa; una cara bonita, piel cremosa, cabello dorado igual al de Elayne. Esto tenía que ser la locura. Mira que recordar una mujer imaginaria… A lo mejor algún día se ponía a hablar con personas que no existían.
La diatriba de Egwene cesó bruscamente, dando paso a una expresión preocupada.
—¿Te encuentras bien, Rand? —La rabia había desaparecido de su voz como si nunca hubiera estado allí—. ¿Ocurre algo? ¿Voy a buscar a Moraine para que…?
—¡No! —gritó, y enseguida suavizó el tono—. No puede Curar… —Ni siquiera una Aes Sedai podía sanar la locura; ninguna de ellas podía Curar sus padecimientos—. ¿Está bien Elayne?
—Está bien, sí. —A despecho de lo que había dicho, en la voz de Egwene había un atisbo de compasión. Eso era todo lo que realmente esperaba. Aparte de saber que Elayne se marchaba de Tear, el resto eran asuntos de Aes Sedai, nada que le concerniera a él; así se lo había dicho Egwene en más de una ocasión y Moraine se había hecho eco de sus palabras. Las tres Sabias que caminaban por los sueños, con las que Egwene estaba estudiando, habían sido aun menos comunicativas; tenían sus propias razones para no estar contentas con él.
—Será mejor que me marche —siguió Egwene, colocándose bien el chal sobre los hombros—. Estás cansado. —Arrugó ligeramente el entrecejo—. Rand, ¿qué significa ser enterrado en el Can Breat?