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Delante de una de las casas había un banco de cara al río y al embarcadero. Se sentó y examinó su situación desde cualquier perspectiva posible. Era ridículo. Percibía la Fuente Verdadera como algo débil; encauzó una llama que titiló en el aire por encima de su mano. Su apariencia podría parecer sólida, al menos para ella, pero veía el río a través de esa pizca de fuego; ató el flujo, y la llama se desvaneció como un jirón de niebla tan pronto como estuvo hecho el nudo. ¿Cómo iba a enfrentarse a Moghedien cuando hasta la novicia más débil de Salidar podría igualar y hasta superar su fuerza? Por eso había huido aquí en lugar de salir del Tel’aran’rhiod. Asustada y furiosa por estar asustada; demasiado furiosa para pensar con claridad, para tener en cuenta su debilidad.

Saldría del sueño. Fuera cual fuera el plan de Siuan, esto le ponía fin; la dos tendrían que afrontar las consecuencias. La idea de pasar más horas fregando suelos hizo que su mano se cerrara con fuerza sobre la coleta; más bien serían días, y puede que además probara también la vara de Sheriam. Tal vez le prohibiesen acercarse siquiera a un ter’angreal del sueño o a cualquier otro ter’angreal. Encargarían su educación a Faolain en sustitución de Theodrin. Y se acabaría el estudiar a Siuan y a Leane, cuanto menos a Logain; quizá se acabara incluso el estudio de la Curación.

Llena de rabia, encauzó otra llama. Si era más fuerte, ella no lo notaba. De mucho servía intentar azuzar su ira con la esperanza de que serviría de ayuda.

—No tengo más remedio que decirles que vi a Moghedien —masculló al tiempo que se propinaba un tirón de la trenza lo bastante fuerte para que le doliese—. Luz, me pondrán en manos de Faolain. ¡Casi preferiría morir!

—Sin embargo, parece que disfrutas haciendo pequeños recados para ella.

Aquella voz burlona hizo que Nynaeve se levantara del banco como impulsada por un resorte. Moghedien estaba de pie en la calle, toda de negro, sacudiendo la cabeza mientras miraba el entorno. Con toda su fuerza, Nynaeve tejió un escudo de Energía y lo lanzó para interponerlo entre la otra mujer y el saidar, mejor dicho, intentó interponerlo, porque el resultado fue como si tratase de cortar un árbol con una hachuela de papel. De hecho, Moghedien sonrió antes de tomarse la molestia de cortar la urdimbre de Nynaeve y lo hizo con tanta despreocupación como si apartara un mosquito de su cara. Nynaeve la miraba aturdida, como si hubiese recibido un mazazo. Tanto esfuerzo para llegar a esto. El Poder Único, inútil. Toda su rabia bullendo en su interior, inútil. Todas sus hierbas, sus esperanzas, inútiles. Moghedien no se molestó en contraatacar. Ni siquiera se molestó en encauzar un escudo propio, tal era el desprecio que le inspiraba.

—Temí que me hubieses visto. Me volví descuidada cuando Siuan y tú os enzarzasteis tratando de mataros, Con vuestras manos. —Moghedien soltó una risa despectiva. Estaba tejiendo algo, lentamente ya que no había razón para apresurarse. Nynaeve ignoraba qué era, pero aun así deseaba gritar. La cólera hervía en su interior, pero el miedo le nublaba la razón, la dejaba paralizada—. A veces creo que eres demasiado ignorante incluso para instruirte. Tú y la anterior Amyrlin y todas las demás. Pero no puedo permitirte que me delates. —El tejido urdido se desplazó hacia Nynaeve—. Por lo visto ha llegado el momento de tomarte por fin.

—¡Alto, Moghedien! —gritó Birgitte.

Nynaeve se quedó boquiabierta. Era Birgitte, igual que antes, con la corta chaqueta blanca y los amplios pantalones amarillos, la trenza complejamente tejida sobre el hombro, y una flecha de plata presta para salir disparada del argénteo arco tensado. Imposible. Birgitte ya no era parte del Tel’aran’rhiod; estaba en Salidar, vigilando para que nadie descubriese que Siuan y ella dormían en pleno día y empezara a hacer preguntas.

Moghedien se quedó tan estupefacta que los flujos que había tejido se desvanecieron. Empero, su desconcierto apenas duró un momento. La resplandeciente flecha salió disparada del arco de Birgitte… y se evaporó. El arco se evaporó. Algo pareció agarrar a la arquera, tirando bruscamente de sus brazos hacia arriba, levantándola en vilo del suelo. Casi de inmediato el movimiento ascendente se frenó en seco, con una brusca sacudida, y el cuerpo de la mujer se puso tirante por la tensión ejercida en direcciones opuestas desde las muñecas y los tobillos, suspendido a un palmo del suelo.

—Debí pensar en la posibilidad de que aparecieses. —Moghedien le dio la espalda a Nynaeve y se acercó a Birgitte—. ¿Disfrutas de tu cuerpo físico… sin Gaidal Cain?

Nynaeve pensó encauzar, pero ¿qué? ¿Una daga que tal vez no atravesara siquiera la piel de la Renegada? ¿Fuego que ni siquiera le chamuscaría la falda? Moghedien sabía que no representaba ninguna amenaza; ni siquiera la miraba. Si cortaba el flujo de Energía conectado con la mujer durmiente de la lámina ambarina, despertaría en Salidar y podría dar la alarma. Su rostro se crispó, al borde de las lágrimas, al mirar a Birgitte. La mujer rubia estaba colgada allí, mirando con expresión desafiante a Moghedien. La Renegada, a su vez, la observaba como haría un tallador con un trozo de madera.

«Sólo estoy yo —pensó Nynaeve—. Probablemente seré incapaz de encauzar lo más mínimo, pero sólo estoy yo».

Levantar el pie le costó tanto trabajo como si estuviese metida en cieno hasta la rodilla, y el segundo paso no fue mucho más fácil. En dirección a Moghedien.

—No me hagas daño —gritó—. Por favor, no me hagas daño.

Un escalofrío la estremeció de pies a cabeza. Birgitte había desaparecido. Una niña de unos tres o cuatro años, vestida con una corta chaqueta blanca y amplios pantalones amarillos, se encontraba allí jugando con un arco de plata de juguete. Echó la dorada trenza hacia atrás con un gesto de la cabeza, apuntó con el arco a Nynaeve, soltó una alegre risita y después se chupó un dedo como dudando si habría hecho algo malo. Nynaeve cayó sobre las rodillas; resultaba difícil gatear llevando faldas, pero no creía que hubiese podido continuar de pie. De algún modo se las arregló para tender una mano suplicante.

—Por favor, no me hagas daño. Por favor, no me hagas daño —lloriqueó una y otra vez mientras se arrastraba hacia la Renegada como un gusano.

Moghedien la observó en silencio hasta que finalmente dijo:

—Hubo un tiempo en que te creí más fuerte, pero ahora me resulta realmente gratificante verte de rodillas. No te acerques más, muchacha. Y no es que tema que tengas coraje suficiente para intentar arrancarme el pelo… —Aquella idea pareció divertirla.

La mano tendida de Nynaeve estaba a metro y medio de Moghedien. Tendría que bastar. Sólo estaba ella. Y el Tel’aran’rhiod. La imagen cobró forma en su cerebro, y al instante apareció el brazalete plateado en su muñeca y la correa plateada que lo unía con el collar plateado que rodeaba la garganta de la Renegada. No fue sólo el a’dam lo que había imaginado, sino también a Moghedien llevándolo puesto; Moghedien y el a’dam, una parte del Tel’aran’rhiod que ella controlaba en la forma que deseaba. Sabía algo de lo que podía esperar, ya que había tenido puesto brevemente un brazalete de a’dam, en Falme. De un modo extraño fue consciente de Moghedien de igual forma que era consciente de su propio cuerpo, sus propias emociones; dos identidades individuales, cada una de ellas distinta, pero ambas dentro de su cabeza. Había algo sobre lo que sólo albergó esperanzas, porque Elayne insistió en que funcionaba así. El artilugio era, efectivamente, un vínculo; podía percibir la Fuente a través de la otra mujer.

Moghedien llevó velozmente una mano hacia el collar mientras el estupor asomaba a sus ojos. Y rabia y horror. Más rabia que horror al principio. Nynaeve notó esas emociones como algo propio. La Renegada tenía que saber lo que era la correa y el collar, pero aun así intentó quitárselo encauzando; al mismo tiempo, Nynaeve sintió una ligera transfundición de Poder en sí misma, en el a’dam, cuando la otra mujer trató de doblegar el Tel’aran’rhiod a su voluntad. Suprimir el intento de Moghedien resultó sencillo; el a’dam era un vínculo que controlaba ella. Saberlo lo hacía más fácil. Nynaeve no quería encauzar aquellos flujos, así que no se encauzaron. Moghedien habría tenido el mismo resultado si hubiese intentado levantar una montaña con sus manos. El horror superó a la rabia.