Выбрать главу

Las palabras fluyeron de la boca de Moghedien mientras la mujer se humedecía repetidamente los labios con la lengua.

—al’Thor se propone ir contra Rahvin hoy, esta mañana, porque cree que asesinó a Morgase. Ignoro si Rahvin lo hizo o no, pero al’Thor está convencido de ello. Sin embargo, Rahvin jamás confió en Lanfear; nunca confió en ninguno de ellos. ¿Por qué iba a hacerlo? Pensó que todo ello podía ser una trampa dispuesta para él, así que tendió la suya propia. Ha distribuido salvaguardas a través de Caemlyn de manera que, si un hombre encauza aunque sólo sea una pizca, la trampa saltará. Al’Thor se meterá de cabeza en ella. Casi seguro que se ha metido ya. Creo que tenía intención de salir de Cairhien con las primeras luces del alba. Yo no he participado en eso, no tengo nada que ver en ello. Yo…

Nynaeve quería hacerla callar; el sudor del miedo que brillaba en el rostro de la mujer la ponía enferma, pero también tenía que prestar oídos a aquella voz suplicante… Empezó a encauzar al tiempo que se preguntaba si sería lo bastante fuerte para mantener callada a Moghedien, y después sonrió. Estaba vinculada a ella, y con el control en sus manos. Los ojos de la Renegada se desorbitaron como si fuesen a salirse de las órbitas cuando Nynaeve empezó a tejer flujos para hacer una mordaza, y también urdió tapones para los oídos; luego ató los flujos y se volvió hacia Birgitte.

—¿Qué te parece?

—A Elayne se le partirá el corazón. Ama a su madre.

—¡Eso ya lo sé! —Nynaeve respiró hondo—. Lloraré con ella y derramaré cada lágrima con tristeza, pero ahora mismo el que me preocupa es Rand. Creo que ha dicho la verdad, casi podía sentirlo. —Cogió la cadena plateada justo en la unión con el brazalete y la sacudió—. Quizá sea por esto, o tal vez sólo lo imaginé. ¿Tú qué crees?

—Que es verdad. Nunca fue muy valiente a menos que tuviese una clara superioridad o pensara que podía tenerla. Y ciertamente tú le has dado un susto de muerte.

Nynaeve se encogió. Cada palabra de Birgitte hacía hervir un poco más la ira en su interior. Nunca había sido muy valiente salvo cuando tenía clara superioridad. Eso la describía a ella perfectamente. Así que le había dado un susto de muerte a Moghedien. Era cierto, y además había dicho en serio cada palabra en el momento que las dijo. Abofetear a alguien cuando hacía falta era una cosa, y otra muy distinta amenazar con torturar, desear torturar, aunque fuera a Moghedien. Y aquí estaba, intentando evitar lo que sabía que debía hacer. Nunca muy valiente salvo cuando llevaba una clara ventaja. En esta ocasión, la cólera creció por sí misma.

—Hemos de ir a Caemlyn. Yo al menos. Y con ella. Puede que no esté lo bastante fuerte para rasgar papel en este estado, pero con el a’dam podré utilizar su fuerza.

—No podrás hacer nada en el Tel’aran’rhiod que repercuta en el mundo de vigilia —apuntó quedamente Birgitte.

—¡Lo sé! Lo sé, pero tengo que hacer algo, lo que sea.

Birgitte echó la cabeza hacia atrás y rió con ganas.

—Oh, Nynaeve, qué vergüenza tan grande estar asociada con una persona tan cobarde como tú. —De improviso sus ojos se abrieron mucho en un gesto de sorpresa—. No quedaba mucho de la infusión. Creo que me estoy des…

Desapareció en mitad de la palabra. Nynaeve respiró profundamente y desató los flujos que tapaban la boca y los oídos de Moghedien. O más bien la obligó a desatarlos; con el a’dam no resultaba fácil discernir si había ocurrido lo uno o lo otro. Ojalá Birgitte siguiera allí. Necesitaba otro par de ojos, alguien que probablemente conocía el Tel’aran’rhiod mejor de lo que ella llegaría a conocerlo jamás. Alguien que era valiente.

—Vamos a hacer un viaje, Moghedien, y me ayudarás con todos tus sentidos, porque si me ocurre algo inesperado… Baste decir que cualquier cosa que le pasa a quien lleva un brazalete como éste, le pasa lo mismo a quien lleva el collar. Sólo que multiplicado por diez. —La expresión enfermiza en el semblante de Moghedien puso de manifiesto que la Renegada la creía a pies juntillas. Mejor para ella, porque era verdad.

Otra profunda inhalación y después Nynaeve empezó a formar la imagen de un lugar en Caemlyn que conocía lo bastante bien para recordarlo. El Palacio Real, donde Elayne la había llevado. Rahvin tenía que estar allí, pero en el mundo de vigilia, no en el Mundo de los Sueños. Aun así, ella no podía quedarse de brazos cruzados: tenía que hacer algo. El Tel’aran’rhiod cambió a su alrededor.

55

Los hilos arden

Rand se detuvo. Una extensa quemadura a lo largo de la pared del pasillo señalaba los puntos donde una docena de costosos tapices habían quedado reducidos a cenizas. Las llamas subían, voraces, por otro; varios arcones taraceados y mesas no eran más que despojos calcinados. No era obra suya. Treinta pasos más adelante, hombres con chaquetas rojas, armaduras y yelmos con visores de rejilla yacían retorcidos, como los había sorprendido la muerte, sobre las baldosas blancas, aferrando las inútiles espadas. Tampoco era obra suya. Rahvin había sacrificado a sus propias tropas en su intento de llegar a Rand. Había actuado con inteligencia tanto en los ataques como en las retiradas, pero desde el momento en que huyó del salón del trono no había hecho frente a Rand más tiempo que los escasos segundos que necesitaba para lanzar un ataque y huir. Rahvin era fuerte, quizá tanto como Rand, y quizá más versado en el uso del Poder, pero Rand tenía la talla del hombrecillo gordo en su bolsillo, mientras que el Renegado no contaba con ningún angreal.

El corredor le resultaba muy conocido por dos razones: por haberlo visto con anterioridad, y por haber vislumbrado otro similar.

«Vine por aquí con Elayne y Gawyn el día que conocí a Morgase». La idea se insinuó, dolorosa, por los límites del vacío; dentro de él su mente era fría, desprovista de emociones. El saidin era un torrente impetuoso y abrasador, pero él estaba imbuido de una helada calma.

Surgió otra idea, como una puñalada. «Ella yacía en un suelo como éste, con su rubia melena extendida como si estuviese durmiendo. Ilyena Cabello Dorado. Mi Ilyena».

Elaida había estado también ese día. «Ella predijo el dolor que acarrearía. Sabía la oscuridad que hay en mí. Una parte. Lo suficiente».

«Ilyena, no sabía lo que hacía. ¡Estaba loco! Estoy loco. ¡Oh, Ilyena!»

«Elaida lo sabía, al menos una parte, pero ni siquiera reveló todo lo que conocía. Habría sido mejor que lo hubiese dicho».

«Oh, Luz, ¿es que no existe el perdón? Hice lo que hice empujado por la locura. ¿Es que no existe la compasión?»

«Gareth Bryne me habría matado de haberlo sabido. Morgase habría ordenado mi ejecución. Y así quizás estaría viva ahora. La madre de Elayne estaría viva. Y Aviendha estaría viva. Y Mat. Y Moraine. ¿Cuántos seguirían vivos si yo hubiese muerto?»

«Mi tormento es merecido. Merezco la extinción definitiva. Oh, Ilyena, merezco la muerte».

«Merezco la muerte».

Pasos a su espalda. Rand se volvió.

Salieron de un amplio pasillo que cruzaba el principal, a menos de veinte pasos de distancia; eran dos docenas de hombres con armaduras, yelmos y las chaquetas rojas con cuello blanco del uniforme de la guardia de la reina. Salvo que Andor ya no tenía reina, y estos hombres no la habían servido cuando aún vivía. Los dirigía un Myrddraal, el rostro sin ojos lívido como un gusano que uno encuentra debajo de las piedras. La negra armadura de escamas imbricadas reforzaba la ilusión de ser una serpiente al desplazarse, y la negra capa colgaba inmóvil por mucho que se moviese. La mirada del Ser de Cuencas Vacías era el terror, pero el miedo era algo distante dentro del vacío. Vacilaron al verlo; después el Semihombre alzó su espada de negra hoja, y los hombres que todavía no habían desenvainado sus armas llevaron las manos hacia las empuñaduras.