—En esto ha dicho la verdad. —Se sentó en uno de los cojines y encauzó para atraer hacia sí la copa intacta de uno de los jefes. Hasta aquel mínimo contacto con el saidin resultaba gozoso, excitante… y repulsivo. Y difícil de renunciar a él. No deseaba hablar de Lews Therin; estaba harto de que la gente creyera que él era Lews Therin. La cazoleta de la pipa se había puesto caliente por chupar tan fuerte y tan seguido, así que la sujetó por la caña y gesticuló con ella—. Si ello te ayuda a enseñarme, ¿por qué no nos vinculamos?
Asmodean lo miró como si le hubiera preguntado por qué no comían rocas, y luego sacudió la cabeza.
—Olvido constantemente lo mucho que ignoras. Tú y yo no podemos hacerlo. Ha de ser una mujer la que nos una. Puedes pedírselo a Moraine, supongo, o a esa chica, Egwene. Una de ellas podría ser capaz de discurrir el método. Eso, siempre y cuando no te importe que descubran quién soy.
—No me mientas, Natael —gruñó Rand. Mucho antes de conocer a Asmodean había descubierto que el encauzamiento de un hombre era tan distinto del de una mujer como lo eran entre sí el uno y la otra por naturaleza, pero no daba crédito a casi nada de lo que decía el Renegado—. He oído a Egwene y a otras hablar sobre Aes Sedai que unen poderes. Si ellas pueden hacerlo, ¿por qué tú y yo no?
—Porque no podemos. —El tono de Asmodean era exasperado—. Pide explicaciones a un filósofo si quieres saber la razón. ¿Por qué no vuelan los perros? Tal vez en el grandioso esquema del Entramado sea una compensación por ser más fuertes los varones. Nosotros no podemos vincularnos sin ellas, pero ellas sí pueden hacerlo sin nosotros. Hasta un máximo de trece, en cualquier caso; menuda merced para los varones. A partir de ahí, necesitan hombres para ampliar el círculo.
Esta vez Rand estaba seguro de que había pillado una mentira. Moraine había dicho que en la Era de Leyenda los hombres y las mujeres habían sido igualmente fuertes en el Poder, y ella, como Aes Sedai, no podía mentir. Así se lo dijo a Asmodean, y añadió:
—Los Cinco Poderes son iguales.
—Tierra, Fuego, Aire, Agua y Energía. —Natael acompañó con una nota cada nombre—. Son iguales, cierto, y también es verdad que lo que un varón puede hacer con uno, también puede hacerlo una mujer. Al menos, en comparación. Pero eso no tiene nada que ver con que los hombres sean más fuertes. Lo que Moraine cree que es verdad lo manifiesta como tal, lo sea o no; una de las mil debilidades de esos absurdos Juramentos. —Interpretó varias notas que realmente sonaban absurdas—. Hay mujeres que tienen brazos más fuertes que algunos hombres, pero, en general, es al contrario. Lo mismo reza para el Poder, y más o menos en la misma proporción.
Rand asintió lentamente. Tenía sentido. Elayne y Egwene estaban consideradas como dos de las mujeres más fuertes entrenadas en la Torre desde hacía mil años o más, pero en una ocasión él se había puesto a prueba contra las dos y, posteriormente, Elayne le había confesado que se había sentido como un gatito agarrado por un mastín.
—Si dos mujeres se vinculan —prosiguió Asmodean—, no duplican su fuerza, ya que la vinculación no es algo tan simple como sumar el poder de ambas, pero si son bastante fuertes pueden igualar a un hombre. Y, cuando forman el círculo de trece, entonces hay que ser muy precavido. Trece mujeres con apenas capacidad de encauzar pueden superar a la mayoría de los varones cuando están vinculadas. Las trece mujeres más débiles de la Torre podrían superarte a ti o a cualquier varón sin que el esfuerzo alterara el ritmo de su respiración. Topé con un dicho de Arad Doman: «Cuantas más mujeres hay cerca, con más pies de plomo va un hombre prudente». No estaría mal recordarlo.
Rand se estremeció al acordarse de cierta vez en que había estado entre muchas más Aes Sedai que trece. Claro que entonces la mayoría ignoraba quién era. Si lo hubiesen sabido… «Si Egwene y Moraine se vincularan… —No quería creer que Egwene se hubiera identificado hasta ese punto a la Torre y se hubiera desligado tanto de su amistad—. En cualquier cosa que hace pone todo el corazón, se vuelca en ello, y se está convirtiendo en Aes Sedai. E igual le ocurre a Elayne».
Beberse de un trago la mitad del vino no arrastró completamente el mal sabor dejado por esa idea.
—¿Qué más puedes contarme de los Renegados? —Era una pregunta que sabía que había hecho al menos un centenar de veces, pero siempre albergaba la esperanza de que hubiera algún pequeño detalle más que sonsacar. Además, era mejor que pensar en Moraine y Egwene vinculándose para…
—Te he dicho todo lo que sé. —Asmodean soltó un sonoro suspiro—. Entre nosotros sólo había una relación de compromiso, en el mejor de los casos. ¿Crees que te estoy ocultando algo? Ignoro dónde están los otros, si es eso lo que quieres saber. Excepto Sammael, y tú ya sabías que estaba dirigiendo Illian como su reino antes de que te lo contara. Graendal estuvo un tiempo en Arad Doman, pero imagino que ya debe de haberse ido; le gustan demasiado las comodidades. Sospecho que Moghedien está o estaba también en alguna parte del oeste, pero nadie encuentra a la Araña hasta que ella quiere que la encuentren. Rahvin tiene a una reina como una de sus amantes, pero tanto tú como yo sólo podemos conjeturar qué país es el que regenta a través de ella. Y eso es todo lo que sé que pueda servir para localizarlos.
Rand había oído lo mismo en anteriores ocasiones; tenía la impresión de haber escuchado ya cincuenta veces todo cuanto Asmodean tenía que decir sobre los Renegados, y, tan a menudo, que había momentos en los que tenía la sensación de saber desde siempre lo que el hombre le contaba. Ciertas cosas habría preferido no saberlas nunca —por ejemplo, lo que Semirhage encontraba divertido— y había otras que no tenían sentido. ¿Que Demandred se había entregado a la Sombra porque envidiaba a Lews Therin Telamon? Rand no entendía que alguien pudiera envidiar tanto a otra persona para hacer nada empujado por ello, pero menos aun dar un paso así. Asmodean afirmaba que había sido la idea de la inmortalidad, de interminables eras de música, lo que lo había seducido; aseguraba que antes había sido un notable compositor. Absurdo. Empero, en ese revoltijo de conocimientos que a menudo le helaban hasta los huesos, podría haber claves para sobrevivir al Tarmon Gai’don. Dijera lo que le dijera a Moraine, sabía que tendría que enfrentarse a ellos entonces, si no antes. Vació la copa y la puso sobre las baldosas. El vino no borraría los hechos.
La cortina de cuentas repiqueteó, y Rand miró hacia atrás a tiempo de ver entrar a varios gai’shain en silencio, con sus vestidos blancos. Mientras unos recogían la comida y la bebida que les habían servido a los jefes y a él, otro llevó una bandeja de plata grande hacia la mesa. En ella había platos tapados, una copa de plata y dos jarras de cerámica con franjas verdes. Una contendría vino y la otra, agua. Una gai’shain entró con una lámpara dorada, ya encendida, y la puso junto a la bandeja. A través de las ventanas el cielo empezaba a adquirir la tonalidad dorado rojiza del ocaso; en el breve período entre el calor abrasador y el gélido frío, la temperatura era, de hecho, agradable.
Rand se puso de pie a la par que los gai’shain se marchaban, pero no salió de inmediato tras ellos.
—¿Qué oportunidades crees que tengo cuando llegue la Última Batalla, Natael?
Asmodean estaba sacando unas mantas de rayas azules y rojas de detrás de los cojines y se quedó parado un instante; alzó la cabeza para mirar a Rand de soslayo, como era su modo habitual.